El BABV
Juan Manuel Eguiagaray Ucelay analiza la información manejada sobre las cuentas ocultas de BBVA. El autor cuestiona la actuación del Gobierno y asegura que todo se acabará por aclarar
La información es una mercancía valiosa, de usos múltiples. Con frecuencia es la principal fuente de poder. Puede utilizarse para adquirir poder cuando no se dispone del suficiente -nunca el poder es suficiente- y para mantenerlo una vez adquirido. Porque el poder genera mucha información y, sobre todo, permite el control y la selección de su difusión.
Las revelaciones sobre el BBVA tienen muchas vertientes y, de momento, ninguna que pueda considerarse buena. La que estos días resulta más deprimente es la que se deriva de la información sobre las cuentas ocultas del BBVA. No es que pensáramos que los banqueros se hubieran hecho santos por convertirse en más globales. Pero, excluida semejante exigencia de virtud para políticos y periodistas tanto como para banqueros y eclesiásticos, cabía imaginar que el viejo oficio de cambista se había dotado de los códigos de comportamiento necesarios, las reglas de buen gobierno indispensables y las normas coactivas imprescindibles para impedir el reiterado triunfo de las viejas tentaciones de la condición humana.
No parece ser así. Nos queda mucho por saber, desde luego, antes de poder calificar adecuadamente los comportamientos de muchas de las personas que hoy se hallan en la palestra pública. Personalmente nada desearía tanto como la recuperación del buen nombre de algunos de los que mejor he conocido, que, situados al frente de un gran banco, han contado con mi estima personal y la consideración de personas fundamentalmente decentes.
Enron, Andersen, en EE UU, son nombres que sugieren la revisión de los mecanismos de gobierno corporativo y control de las empresas. Como ya lo habían hecho en España algunas sonadas crisis como la de Banesto o, más recientemente, el escándalo Gescartera.
Ahora no estamos, felizmente, ni ante una crisis empresarial ni ante la insolvencia de una de las primeras entidades financieras. Pero vuelve a haber lugar para preguntarse si, junto a las indagaciones del juez instructor sobre la comisión de eventuales delitos, no nos hallamos, de nuevo, ante la evidencia de los límites de la regulación y el ejercicio del gobierno corporativo de las empresas españolas. De lo que convendría sacar las oportunas lecciones.
Pero la dimensión más relevante de la información desvelada es la que permite entender uno de los misterios menos explicados de las últimas fusiones bancarias. Si a alguien le hubieran dicho hace tres años que para aumentar su dimensión el BBV vería sacrificada a su entera dirección y que el control del banco habría de pasar a las manos de una persona designada por el Gobierno para dirigir un banco público, probablemente hubiera estallado de risa. Como seguramente también lo hubieran hecho los que entonces pilotaban el BBV. Cuando tal cosa empezó a ser evidente, apenas nadie daba crédito a lo que veía, maliciándose que, antes o después, la copresidencia del BBVA instaurada por la fusión se tornaría en un gobierno más inteligible y acorde con la fuerza relativa de sus componentes.
No era posible, por entonces, entender la lógica de una operación tan notoriamente desequilibrada sin recurrir al peso e influencia del Gobierno en la autorización de la operación. Y aún se entendería menos que, posteriormente, Emilio Ybarra y Pedro Luis Uriarte abandonaran todas sus responsabilidades en el nuevo banco.
Los calendarios disponibles del inicio de la inspección del Banco de España y otras piezas de información disponibles ayudan bastante más a entender lo que ha ocurrido que todas las explicaciones hasta ahora conocidas.
Lo que queda por saber en este aspecto es qué hizo el Gobierno en cada momento con la información que estaba en sus manos. La cándida aceptación de la ignorancia del Gobierno sobre operaciones abiertas por la inspección del Banco de España en torno a una entidad de la significación del BBV resulta incompatible con el sentido común, con el comportamiento acreditado hasta ahora por el Ejecutivo y con las relaciones personales establecidas entre los responsables gubernamentales y las personas nombradas al frente de las instituciones involucradas.
Cuál fuera el papel que jugó el Gobierno, directamente o por persona interpuesta, en el establecimiento de las condiciones de la fusión, primero, y en las ulteriores salidas de Ybarra, Uriarte y otros consejeros queda de momento para la especulación, aunque se acabará por saber.
Lo que sabemos a ciencia cierta es que la operación de refundación del BBVA, como se ha bautizado en los medios, no parece dejar títere con cabeza si no es para confirmar la posición de su presidente único, FG [Francisco González], y lo bien fundado de quienes llamaron al nuevo banco resultado de la fusión, BABV. Lo que me empieza a molestar sobremanera en esta historia de buenos y malos -presuntamente delincuentes- es que la toma descarnada de un poder que parecía inalcanzable, por si fuera poca cosa, pueda aparecer revestida de la más excelsa de las virtudes.