La resaca de la 'encimera'
Durante los días de la Eurocumbre, en catalán cimera, celebrada en Barcelona la pasada semana, alguien acuñó la denominación irónica de encimera para referirse al acontecimiento. Desconozco de dónde o quién surgió la idea, pero podemos pensar que tiene relación con que todos los barceloneses la tuvimos encima planeando esos días.
La tuvimos encima porque todos llevábamos un mes temiéndonos lo peor en cuanto a nuestra capacidad de desplazamiento, en la medida en que se habían anunciado importantes cortes en alguna de las principales vías de circulación, y porque se nos anunciaban importantes disturbios por parte de los desestabilizadores habituales.
Cuando por fin empezaron las sesiones la teníamos encima porque durante su celebración un helicóptero nos atronaba constantemente con el ruido de su vuelo sobre la ciudad, la teníamos encima porque todos los medios de comunicación nos bombardeaban con información exhaustiva, la teníamos encima porque nuestro Gobierno nos la presentaba como una cumbre singular, de grandes acuerdos; también la teníamos encima porque de repente vimos que la circulación funcionaba con fluidez inesperada y, por fin, la tuvimos encima porque los disturbios fueron menores y porque mucha gente salió a la calle para manifestarse pacíficamente y recordar a nuestros gobernantes que somos muchos los que pensamos que la Europa que estamos construyendo ha de ocuparse de que el proceso de globalización tenga un carácter menos económico y más social y humano.
Una vez acabada, ha llegado la resaca. Una resaca que deja un sabor contradictorio. Muchos ciudadanos se preguntan si realmente es necesario tanto ajetreo cada tres meses en las ciudades europeas agraciadas por la lotería de este tipo de cumbres.
El esfuerzo barcelonés parece desproporcionado porque los acuerdos alcanzados son limitados, en todo caso muy inferiores a las expectativas. Todos de carácter muy técnico, muy poco tangibles y de difícil comprensión para la mayoría de las personas de a pie. En todo caso, no parece que la opinión del presidente Aznar de que 'las conclusiones son cuestiones que afectan a la realidad cotidiana de los ciudadanos' tenga amplio consenso.
La pretendida liberalización energética va para largo, las empresas la podrán ver en parte a partir de 2004 y los consumidores privados no se sabe cuándo. Los temas de ayuda al desarrollo y sostenibilidad se ralentizan, el objetivo del pleno empleo se plantea para dentro de ocho años y lo relativo a investigación y educación de momento se presenta como inconcreto.
Quizá el único aspecto que afecte a la realidad cotidiana de algún ciudadano sea la tarjeta sanitaria europea, que sustituirá a los actuales formularios que se necesitan para obtener asistencia médica sanitaria en otros Estados miembros. Pero la tarjeta sólo servirá para simplificar procedimientos. Los derechos y las obligaciones actuales serán los mismos.
Es difícil visualizar cuál de estos acuerdos se asociará en el futuro a la Cumbre de Barcelona. Si la foto final ha de ser la mencionada tarjeta, realmente el resultado no ha alcanzado las expectativas. Aunque haya sido mejor que el de otras cumbres -como la de Niza de diciembre de 2000 que paralizó las instituciones comunitarias, o la de Estocolmo de hace un año, que supuso un freno al ambicioso programa de reformas económicas y de fomento de la competitividad-, me atrevería a decir que para este viaje no hacían falta tantas alforjas ni tanto ajetreo. No deja de ser cierto que, en vez de cumbre, haya sido encimera.
Habrá que pensar que el éxito real haya sido la capacidad de civismo que ha demostrado la ciudad que, por una parte, ha sabido adaptarse a las molestias y cambiar sus hábitos de desplazamiento y, por otra, ha triunfado al neutralizar la violencia callejera, habitual en este tipo de cumbres, mediante la organización de la mayor manifestación de todas las celebradas hasta la fecha, en la que más de 300.000 personas supieron ocupar pacífica y ordenadamente las calles para reclamar otro modelo de globalización.
Por eso no parece de recibo que se continúe descalificando a los que quieren hacer llegar un mensaje claro de que no debemos dejarnos convencer de que no hay alternativas para conseguir un planeta más justo y solidario.
Una solidaridad que, como europeos, nos conduce a abordar la ampliación de la dimensión de la actual UE. La reunión de los Quince con los países candidatos dio la medida de lo que supondrá esa ampliación para el aparato institucional comunitario y evidenció la necesidad de reformar el Consejo Europeo, el método de las reuniones de ministros y el sistema de presidencia rotatoria, que ya se ha quedado obsoleto y cuya alternativa se ha de empezar a abordar en la próxima Cumbre de Sevilla. æpermil;ste será el próximo capítulo de este largo y complejo camino para la construcción de la Europa real que ha de competir de verdad con el gigante americano.
¿Podemos continuar esperando o soñando con la elección directa de un presidente que fortalezca la legitimidad democrática y el liderazgo formal que aún nos falta?