Una cumbre de estrategas
Cuando se inicien las sesiones del Consejo Europeo de Barcelona es probable que en los medios se hayan desgranado todos los análisis posibles. Entre los cuales no faltarán aquellos que hayan concluido de antemano que en tales fastos a lo más que cabe aspirar es a conocer una nueva relación de declaraciones sin sustancia ni provecho. Que suelen sazonarse para que enuncien engoladamente lo obvio, pero que no tengan ningún peligro de resultar indigestas al hacerse más duras de roer si es que se quisiese transformar las realidades europeas y circundantes.
De ahí que, a la postre, se esté más atentos y preocupados porque se preserve el orden público que por saber si las benévolas redacciones de los comunicados finales tienen algún viso de oportunidad y viabilidad. Tanto si se quiere para despertar alguna ilusión o concitar esfuerzos para que algo cambie. Con lo que se acabará hablando más de la globalización y sus determinismos que de la construcción de un proyecto europeo satisfactorio y conocido para todos los ciudadanos.
El guión del debate y controversias sobre la globalización acabará, por tanto, desplazando del interés mediático los contenidos de esta cumbre. Y lo seguirá haciendo en las sucesivas, si no hay unas reformas políticas capaces de concitar la atención de los ciudadanos. Que constatan a diario cómo se sigue ensanchando la brecha que hay entre la globalización económica y las respuestas que son capaces de balbucear ante la misma los políticos comunitarios de todo signo.
La primera se concreta en nuevas y diferentes transacciones comerciales, ubicaciones productivas y procedimientos financieros. Las segundas son lugares comunes que tratan de camuflar la falta de ideas y políticas con que hacer frente a este Nuevo Orden de las Corporaciones. Y que se ven arropadas, además, cuando se producen al hilo de este tipo de cumbres, por las protestas airadas de muchos que reniegan de unos gobernantes a los que hacen también responsables de la deriva hacia la dualización sin retorno que está tomando la humanidad.
Sin reparar en que si de algo son culpables es de no haberse percatado que hoy día la política no puede seguir haciéndose como en el siglo XIX. Ni se pueden hacer promesas y programas políticos para luego no volver a revisar si se han cumplido. O cuáles fueron las razones para que meses después todo siga igual.
Y es que mientras a las empresas los mercados les obligan a medir y a mejorar continuadamente, aunque para ello haya que arbitrar acuerdos con clientes y competidores o esforzarse por innovar y mantener las diferenciaciones competitivas, en la política europea se glosa la globalización con programas hechos a medida de cada campanario.
Sin que haya ninguna voluntad de concretar y comprometerse a medio plazo en los objetivos palpables. Pues es más cómodo dedicarse a definir grandes estrategias, tan hueras de aplicabilidad como obvias en su formulación, que rebajarse a adelantar cifras de lo que costarían o entrar en los detalles engorrosos de decir con qué programas y presupuestos se acometerían.
Así, mientras las empresas se ven obligadas a hacer balances y medir sus resultados y eficiencias, en los Consejos Europeos se asiste a cambios de tercio que permiten prometer en Lisboa la Europa del Conocimiento y en Barcelona dedicarse a comentar la liberalización energética y financiera.
Y es que a pesar de lo vergonzante que suele ser el no mirar hacia atrás para no tener que hacer examen de conciencia, es evidente que Europa no puede construirse con políticos que sólo viven para el día a día y para poder seguir saliendo, una vez superados los regulares trámites electorales, en la foto trimestral de familia.
Foto que suelen hacerse después de sentirse encantados de haberse conocido jugando a estrategas de salón, pero que dista mucho de las escasas que se hacían los padres de las Comunidades Económicas. Quizá porque aquéllos estaban imbuidos de la necesidad de construir una unidad que permitiera que Europa volviese a jugar un papel protagonista en el mundo. Mientras que éstos, que tendrían que ser más globales y afianzar sus políticas en una Europa más capaz, en el único sitio que quieren sentirse protagonistas es en sus pueblos.
Y a lo más que aspiran es a que les llame el Emperador para decirles que les necesita y que está muy satisfecho de cómo se suman a las estrategias imperiales. Aunque éstas hace tiempo que dejaron de modelarse en el Viejo Continente, con el riesgo que ello tiene para que no se puedan seguir financiando los sistemas de protección social. Lo que conducirá a que llegue el día en que en vez de protestar por la globalización, haya que despedirles porque no sirven para gerentes ni tampoco tienen talla de estadistas.
Y lo de la convergencia real y las reformas estructurales no es caso de dejarlo en manos de estrategas.