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Columna
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Cómo desinformar informando

Anselmo Calleja analiza la información que ofrece el Banco Central Europeo sobre la economía. El autor aplaude las explicaciones que da sobre temas complejos, pero critica su dedicación a cuestiones elementales

El Banco Central Europeo (BCE) tiene la buena y encomiable costumbre de incluir en sus boletines mensuales notas explicativas sobre cuestiones que encierran cierta complejidad, relativas al análisis de la economía de la zona euro y la política monetaria.

Entre los temas tratados se puede mencionar, por ejemplo, la estimación del crecimiento potencial de la economía, la determinación de los puntos de inflexión en el ciclo, o la demostración del gran contenido informativo sobre la evolución futura de los precios que encierran los agregados monetarios.

Al lado de este esfuerzo didáctico por aclarar cuestiones relativamente complejas, choca que dos notas recientes se dediquen a unas cuestiones tan elementales que son como el abecé para cualquier profesional de la coyuntura económica. La primera ilustra la distorsión informativa que se produce cuando, en una situación de fuerte inflexión en la economía, el crecimiento de un año determinado se expresa en términos de media anual. Su interpretación correcta debe tener en cuenta que cuando una economía mantiene un fuerte ritmo de crecimiento a lo largo del año, parte del mismo se incorpora matemáticamente por el llamado efecto arrastre al crecimiento del año siguiente. Y lógicamente si la tendencia ha sido decreciente, el efecto arrastre sería negativo.

La otra nota guarda una estrecha relación con la anterior. En ella se recomienda medir el crecimiento económico en un momento determinado no sólo mediante la tasa interanual (que elimina factores estacionales), sino también con la variación trimestral anualizada (corregida) que capta la evolución reciente de la economía cuando los 12 meses de comparación están a caballo de un punto de inflexión significativo.

El contenido de ambas notas es particularmente relevante para la evolución actual de la economía española. Es cierto que el crecimiento económico en 2001 ha sido del 2,8%, pero ese crecimiento medio no dice toda la verdad. Oculta que las tres cuartas partes de ese avance lo había alcanzado ya el nivel del PIB en el primer trimestre del año (corregido de variaciones estacionales); que, como consecuencia, en los nueve meses restantes la economía había crecido a una tasa anual de sólo el 1,7% (medido de la misma forma) y, por último, que el año se cerraba con un ritmo de crecimiento anual de poco más del 0,5% (frente al 2,4% interanual).

Estas cifras muestran bien a las claras la evolución de una economía en una fase de ciclo fuertemente bajista, frente a la imagen de falsa fortaleza a que podrían inducir los datos que se publican. Habrá que seguir vigilando la variación intertrimestral de la economía, pues de mantener su actual tendencia, como sugieren los indicadores más recientes, el año 2002 podría haber comenzado con crecimiento nulo o incluso negativo, aunque la variación interanual pueda seguir mostrando cifras positivas apreciables.

Llegados a este punto cabe preguntarse por qué el BCE ha incluido en sus boletines mensuales unas notas prácticamente superfluas para los profesionales del análisis, pues se puede llegar a conclusiones interesantes.

Es muy posible que el BCE tratase así de vencer la reticencia de los destinatarios principales de estas notas a seguir sus sugerencias y recomendaciones. Es decir, que se haga referencia al efecto arrastre que siempre se da en los cambios de ciclo económico, al presentar, como es usual, las estimaciones y previsiones de la economía en forma de tasa media anual. Por otro, y en esas mismas circunstancias, acompañar la tasa de crecimiento interanual en un momento determinado con la variación intertrimestral anualizada sobre la serie corregida de variaciones estacionales. Al actuar así, el BCE quiere evitar que se hagan apreciaciones erróneas de la marcha de la economía con las consecuencias que ello podría tener sobre el diseño de la política económica. Y la evolución reciente de la economía española es un claro ejemplo.

En la política económica para 2002 ha debido pesar que el fuerte crecimiento en 2001 (2,8%) justificaba, por superar netamente el crecimiento del potencial de la economía, la fuerte aceleración de la inflación subyacente, o lo que es lo mismo, de las tensiones inflacionistas.

Pero en realidad ese deterioro de la inflación (que la caída del precio del petróleo venía ocultando) tiene lugar cuando la economía crecía a lo largo del año realmente al 1,7% anual, muy por debajo del potencial y terminaba el año prácticamente estancada, reflejando la persistencia de importantes rigideces.

Y eso es lo preocupante con vistas a la evolución de los precios, ya que el crecimiento previsto para 2002 (2%-2,3%) implica, incluso en el peor de los casos, una importante aceleración a lo largo del año que, en igualdad de las demás circunstancias, debe llevar a una mayor presión de la demanda y también a mayores tensiones inflacionistas.

Va a ser, pues, muy difícil, si no imposible, que se produzca la importante reducción prevista en el aumento de los precios, pues exigiría una caída aún mayor en la inflación subyacente al no actuar ya los factores (caída del precio del petróleo) que ayudaron el año anterior.

Como se ve, el mal endémico de la inflación, que tanto ha frenado la economía, todavía se deja sentir, y, de persistir, sus efectos insidiosos van a ser un serio obstáculo para alcanzar los objetivos de pleno empleo y convergencia real con la UE que lógicamente persigue la actual política económica.

El antídoto es de sobra conocido -acrecentar la flexibilidad de la economía mediante las reformas estructurales adecuadas que la hagan más eficiente- y aunque se vienen anunciando, no se sabe (¿o quizá sí?) por qué no se aplican con el celo y diligencia que exigiría la salud de la economía. Huelga decir que a juzgar por lo poco que le luce el pelo al euro, esto sería extensible a la mayoría de nuestros socios en la UE.

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