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Columna
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Acerca del desarrollo sostenible

El Consejo Europeo de Estocolmo y, más tarde, el celebrado en la ciudad de Gotemburgo hicieron suya la necesidad de establecer una estrategia en la que se armonizaran el crecimiento económico, la cohesión social y la protección del medio ambiente. Abogaron, en suma, por lo que se conoce actualmente como desarrollo sostenible.

A su vez, la Comisión Europea ha centrado dicha estrategia en seis de los problemas que considera más graves, en concreto, los del calentamiento global del planeta, los nuevos riesgos para la salud pública, la gestión de los recursos naturales, la pobreza y la exclusión social, el envejecimiento de la población, así como los desequilibrios existentes entre las diferentes regiones.

El Gobierno español se ha sumado a este proceso y ha puesto en circulación un documento, titulado estrategia española de desarrollo sostenible (EEDS), que ha distribuido a las distintas organizaciones e instituciones para que expresen sus respectivos pareceres.

Es uno de esos asuntos de especial calado que, como se desprende del propio título del documento, trasciende cualquier visión coyuntural. Expresamente se dice que está concebido como un plan a 25 años vista.

Pese a su relativamente amplia extensión, el documento plantea de manera muy generalista la mayoría de sus apartados y directrices, y ofrece escasa precisión a la hora de abordar las medidas concretas y necesarias para su aplicación. Es comprensible que sea así, dada la multiplicidad de las vertientes que deben ser contempladas; pero también es seguro que obedece a la conciencia de que si el principio de sostenibilidad impregnara de verdad cada uno de los objetivos y políticas que se citan, el resultado no podría ser otro que un cambio sensible del modelo de desarrollo que conocemos en la actualidad.

Y sobre ese hipotético cambio conviene no hacerse demasiadas ilusiones, no sólo por las dudas que suscita la lectura del texto, sino por la demostrada falta de sensibilidad que hacia las exigencias que implica un desarrollo sostenible mantienen potencias económicas con las que Europa compite, como es, por ejemplo, el caso de Estados Unidos.

A este respecto hay que recordar que el modelo de desarrollo de Estados Unidos tiene mucho predicamento entre los poderes económicos, políticos y financieros, tanto europeos como españoles, tal como acaba de recordarnos a todos el presidente del bancoSCH, Emilio Botín.

La falta de precisión de las medidas no significa, ni mucho menos, que su inspiración no quede bien reflejada. De entrada, llama poderosamente la atención que para unos objetivos cuya realización exigiría cuantiosos recursos y la intervención activa y directa de los poderes públicos, resulte que el documento no aborda en ningún momento la manera sobre cómo obtenerlos.

¿Cómo piensa entonces nuestro Gobierno financiar su estrategia española de desarrollo sostenible? Porque, aparte vagas alusiones a ¢ajustes impositivos¢, con expresa mención de que no pueden representar un incremento de las cargas existentes, lo que más se destaca es la sacralización del equilibrio presupuestario.

Equilibrio que no por deseable debiera dejar de ser otra cosa que un objetivo instrumental a conseguir de manera razonable, pero no contradictoria con otros objetivos, tales como los relacionados con el bienestar y la cohesión sociales. Con la filosofía del déficit cero y la propaganda sobre las rebajas fiscales, no es serio ofertar una estrategia que se llame de desarrollo sostenible.

La omisión de ese aspecto tan crucial como es la financiación podría servir para ilustrar cuál es el pensamiento político y el alcance práctico que piensa darse a la estrategia española de desarrollo sostenible.

Pero por sólo aludir a otra de las variadas pistas de ese pensamiento, cabe comentar el apartado dedicado al crecimiento económico, el empleo y la productividad, dentro del cual se señala como uno de los objetivos prioritarios ¢alcanzar la convergencia real con la Unión Europea¢.

Pues bien, en el índice de medidas y líneas de actuación para conseguir dicha convergencia se apuntan cosas tan sintomáticas como las de ¢adaptar¢ los sistemas de formación de salarios a las necesidades competitivas, ¢incentivar¢ el mercado de trabajo mediante la modificación de la protección al desempleo, ¢revisar¢ los sistemas de pensiones y dar ¢impulso a los sistemas alternativos¢ (no dice sistemas complementarios), etc.

Lo de poner en manos de cada empresa concreta la fijación de los salarios de sus trabajadores, obviamente para facilitar que puedan ajustarse a la baja por mor de la competitividad; lo de meterle mano a la ya escasa protección al desempleo o lo de revisar ­también a la baja­ las pensiones públicas para impulsar las privadas, no representa ninguna novedad. Forman parte de la panoplia de recomendaciones de los neoliberales de pro, algunas de las cuales están también recogidas en las ponencias del reciente congreso del Partido Popular.

El problema es que entre las cosas importantes que se omiten y las líneas de actuación que se apuntan, lo que dice la estrategia española de desarrollo sostenible sobre converger realmente con Europa, así como lo de armonizar crecimiento económico, cohesión social y protección al medio ambiente, suena a música celestial.

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