La 'enronitis' contribuye a agravar en los mercados el clima de desconfianza
Los esfuerzos de agitadores y encubridores por pasar página con celeridad al caso Enron han resultado baldíos y, lo que es más grave, se han rebelado contra las instituciones. Los más pesimistas dicen que las Bolsas están heridas de muerte. Los optimistas recuerdan que después de la tempestad viene la calma, que no hay mal que 100 años dure.
La ciencia económica es, desde siempre, aquella que estudia los asuntos pasados y fracasa en las predicciones, en los planteamientos de futuro. Por eso, los últimos informes acerca de la gran burbuja de Wall Street son, ahora, exhaustivos y rigurosos. La gran pompa de jabón ha sido alimentada, cuentan los estudiosos, con el detergente de la contabilidad creativa. O si se prefiere, con el falseamiento de las cuentas de resultados de las empresas. Como siempre, la ciencia económica no fue capaz de predecir y, con ello, atajar el desastre actual.
Los grandes intermediarios estadounidenses han evitado a toda costa el estallido de la burbuja. Los platos rotos los han pagado, por ahora, los valores tecnológicos, los de la nueva economía. El Nasdaq ha sido crucificado y el Dow Jones, como si tal cosa. Ha sido el mejor índice, sin importarle multiplicadores (PER) entre las 30 y las 35 veces. Hasta que estalló, claro, el caso Enron. Puro artificio contable que ha salpicado a reguladores, analistas, banqueros y políticos.
La enronitis es la enfermedad de las Bolsas en la actualidad. No hay fármacos capaces de curar una fiebre que abarca a un número cada vez más amplio de participantes en el mercado. Es más, la enronitis ha desembocado en la creación de un clima de desconfianza generalizado, que pone contra las cuerdas la esencia misma de las Bolsas.
Gestores, inversores, operadores y analistas coinciden en la idea de que los resultados de las empresas serán mirados con lupa, con detenimiento extremo, con exquisita minuciosidad a partir de ahora. Esto supondrá, según los expertos, un mayor retraimiento de los flujos de fondos destinados a la renta variable y, claro está, a la pérdida de ritmo negociador de las Bolsas.
El primer hecho tangible ha sido la retirada del inversor final a los cuarteles de invierno y el refugio en la liquidez. Aspecto muy negativo es, de este modo, la aversión de los inversores a los activos financieros.