Remate de un siglo agrario
Posiblemente, las generaciones que han nacido en una sociedad con absoluto predominio de los servicios y la industria observen los datos del censo agrario que se realizó en el último trimestre de 1999 sin la emoción inevitable para quienes vemos en ellos, como testimonio último del siglo XX, la conclusión de una etapa que nos afectó de un modo personal, obligando a muchos de nuestros padres, o al menos de nuestros abuelos, a la aventura de una emigración donde la dureza de la vida campesina se vería sustituida por una nueva dureza urbana, que llevaría añadido el dolor del desarraigo.
Las biografías familiares de muchos españoles aparecen agregadas en las cifras censales, que dejan constancia de la desaparición de algunos millones de trabajadores agrarios, de los que el primer censo agrario de 1962 contó 5.754.667, y de los que ahora, con la abstracción que implica reducir personas a unidades de trabajo medio anual de 228 jornadas (UTA), se han contado 1.188.894, cifra algo superior a los 1.006.200 ocupados agrícolas que estimó la EPA del cuarto trimestre de 1999. Estas UTA vuelcan su actividad en 1.790.162 explotaciones agrarias, con lo que cada explotación toca a 0,66 UTA, cuando hace 40 años las 3.007.626 explotaciones existentes tenían una media de 1,9 personas ocupadas, tres veces más que en la actualidad.
En una primera lectura de los resultados avanzados del censo, se aprecia que los tamaños medios de cada explotación tienden hacia pautas más modernas. En 1962 se dedicaban a la agricultura 44,6 millones de hectáreas y, en la actualidad, la superficie agraria censada ha sido de 42,1 millones, lo que proporciona un tamaño medio por explotación de 23,6 hectáreas frente a las 14,8 que tenían por término medio las explotaciones agrarias hace 40 años.
La disminución del número de explotaciones, y consiguiente aumento de sus tamaños medios, es desigual. En provincias como Girona y Barcelona, desde 1962, el número de explotaciones se ha dividido por cinco; en otras provincias se ha dividido por más de tres, como es el caso de Teruel, Zaragoza, Asturias, Las Palmas, Cantabria, Burgos, Segovia y Soria; algunas otras zonas con predominio minifundista, como Galicia y el País Vasco, presentan mayor resistencia a la reducción y apenas llegan a dividir por dos las explotaciones que había en 1962.
Los datos del censo sobre dedicación de la tierra, mecanización, regímenes de propiedad, paso de mano de obra familiar a población asalariada, etcétera ayudarán a interpretar este proceso hacia explotaciones agrarias de mayor dimensión. Pero los especialistas en agricultura, además, se encontrarán con el reto de analizar globalmente la racionalidad de las ayudas al sector, sus efectos sobre el uso del agua de regadío y sobre el equilibrio ecológico, los problemas derivados de incentivar cultivos no autóctonos o que no se realizan en condiciones óptimas, las consecuencias que la sobreprotección de la agricultura europea puede estar teniendo sobre países tercermundistas, que no encuentran salidas a sus monocultivos y expulsan población, mucha de la cual viene a España precisamente para realizar, entre otras cosas, faenas agrícolas.
Los primeros datos del censo son muy agregados, pero ya indican que el gran cambio operado en el sector agrario ha podido verse muy influido por la política de transferencias de fondos de garantía europeos, que sólo en el propio año 1999 alcanzaron la cifra de 875.851 millones de pesetas. Los 150.188 millones de ayuda al aceite de oliva pueden justificar el aumento en el decenio de un 30% de las hectáreas dedicadas a olivar; del mismo modo, las espectaculares ayudas a la ganadería pueden ayudar a entender que, desde el censo de 1989, y con disminuciones del 40% en el número de explotaciones ganaderas, el número de cabezas de porcino haya aumentado un 85%, las cabezas de bovino lo hayan hecho en un 32,5%, y las de ovino, un 20%.
Por cierto, en el avance del censo no figuran todavía datos sobre esos animales tan unidos al paisaje agrícola tradicional como los mulos y los asnos, por supuesto los de cuatro patas, y será interesante ver cuántos quedan de los dos millones contados en 1962, que ya en 1989 se habían reducido a menos de 200.000.