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TRIBUNA

<I>Productividad y estadísticas</I>

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

El Informe sobre Competitividad 2001, elaborado por la Comisión Europea, muestra que todos los países europeos han tenido mejores resultados en términos de empleo y crecimiento de producto interior bruto (PIB) en la segunda mitad de los años noventa que los obtenidos en la primera mitad.

Sin embargo, en términos de productividad hemos vuelto a retrasarnos respecto a Estados Unidos. Entre los años 1996 y 2000, Irlanda, Luxemburgo y Finlandia han sido los países europeos que han registrado los mayores crecimientos del PIB. Esos tres países han sido también, junto con Holanda y España, aquellos en los que el empleo ha crecido más que la media.

La razón por la cual España no se encuentra entre los tres primeros países en cuanto al crecimiento del PIB es justamente porque su ejecutoria en productividad ha sido la peor de los 15 países de la Unión.

El gráfico que refleja el crecimiento de la productividad en la industria manufacturera durante el quinquenio 1996-2000 es realmente descorazonador. En él aparece la variación de la productividad en los 15 países de la Unión y en Estados Unidos y, de estos 16 países, España es el único que tiene un signo negativo, el único que ha registrado una marcha atrás en la productividad en los últimos cinco años.

El informe se centra este año en la biotecnología, y en este campo España se sitúa en la cola, junto con Grecia y Portugal, en todos los indicadores estudiados.

Pero de todos los indicadores incluidos en el citado informe de la Comisión, el retraso mayor de España se registra en el uso de Internet y en la penetración de la banda ancha en los hogares.

La publicación de estos datos de la Comisión Europea debería abrir un debate sobre la productividad en España. El crecimiento a largo plazo depende de la oferta, y los crecimientos derivados de la política monetaria y fiscal expansiva que hemos vivido en los últimos años sólo podrán sostenerse si la productividad aumenta.

Ciertamente, aunque no aumente la productividad, nuestra competitividad podría mantenerse por medio de la moderación salarial, pero tampoco cabe esperar que esta moderación pueda sostenerse indefinidamente.

Por ello, el debate debería centrarse en las políticas necesarias para aumentar la productividad en España.

Por ejemplo, deberíamos pasar de la propaganda a los hechos en la política de introducción de competencia, dar importancia a la educación para conseguir que nuestros estudiantes no obtengan peores resultados que en otros países, dar importancia a la formación profesional, a la innovación, etcétera.

El informe debería sacar el debate económico en España del cortoplacismo de las previsiones de coyuntura y pasar a debatir las políticas económicas con impacto en el medio plazo.

Hay otro debate que podría surgir con la publicación del informe, y es el debate acerca de la calidad de las estadísticas económicas españolas. Porque las cifras de productividad del informe de la Comisión Europea suscitan muchas dudas, pero el problema es que, como nuestro aparato estadístico no ha avanzado nada en este terreno en los últimos años, no podemos rebatir lo que el sentido común nos dice que seguramente no es cierto.

Un debate sobre las estadísticas económicas en España sería también bienvenido.

Una de las formas de cambiar los comportamientos de los agentes económicos es mostrándoles dónde están nuestros puntos débiles y por dónde sería necesario avanzar.

La política económica sin buenas estadísticas es una política a oscuras, basada exclusivamente en la confianza en los gobernantes, y cuando esa confianza se va deteriorando por el puro paso del tiempo, se hace muy difícil mover a la gente en la dirección correcta pidiéndoles exclusivamente que tengan fe.

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