<i>Juegos de patriotas</i>
Víctor Gonzalo compara el comportamiento de la política monetaria en EE UU y en Europa. Considera que el intento de los Gobiernos de frenar la desaceleración con llamadas al consumo está condenado al fracaso.
En el último mes hemos escuchado tantas manifestaciones sobre la situación y previsible comportamiento de la economía, y de las posibles soluciones a la recesión que llega, que a la mayor parte de nosotros se nos han encallecido los oídos. Una que me ha causado perplejidad es la llamada al patriotismo de los ciudadanos franceses y norteamericanos por parte de sus respectivos responsables de política económica.
¿En qué se manifestaría el patriotismo que reclaman los gobernantes? En consumir más.
No pude dejar de pensar en la insumisión, en términos de comportamiento ahorrador, que ha practicado durante toda su vida mi tía Guadalupe. Imaginen: tiene 86 años y siempre ha vivido en el medio rural, con rentas dependientes de la agricultura de secano que se practica en los páramos de Castilla. A pesar de vivir de una pensión del régimen agrario, sigue ahorrando en torno al 50% de sus rentas, pero no es responsable de la recesión global.
También recordé que la propensión al ahorro se consideraba anteriormente una virtud, que atesoraban algunas de las sociedades que mayor crecimiento económico han logrado en el último siglo.
Quizá el mundo globalizado debe cambiar un poco los patrones de pensamiento macroeconómico. En economías abiertas en lo financiero, el crecimiento no depende tanto del ahorro interno, pues la financiación de la inversión puede llegar del exterior. Los norteamericanos han sabido aprovechar bien esta libertad de movimientos de capitales para financiar un gasto muy superior a sus posibilidades desde principios de los noventa.
No es tan acertado cambiar la forma de pensar sobre cuál es el comportamiento más sensato de los agentes individuales. En particular, no me parece sensato cambiar la forma de pensar sobre cuál debe ser la actitud frente al riesgo de los individuos. La respuesta óptima de un consumidor, ante un aumento de la incertidumbre sobre su empleo, su salario o los rendimientos de los activos en los que tiene invertida su riqueza es el aplazamiento del consumo, es decir, el aumento de la propensión al ahorro. Por esa razón, cuando comprobamos la propensión al ahorro en individuos muy expuestos a incertidumbre, por ejemplo agricultores, observamos tasas de ahorro superiores a los que tienen una menor incertidumbre sobre sus rentas, por ejemplo, funcionarios.
Como la incertidumbre sobre las rentas futuras afecta a la vez a casi todos los agentes de la economía, cuando llega puede modificar significativamente las decisiones agregadas de gasto e inversión. El intento de frenar la caída de la demanda agregada con peticiones de cambio en las decisiones individuales está condenado al fracaso. No son las decisiones individuales las que van a rescatar las economías de una situación de recesión, al menos no con demasiada rapidez. Lo que puede acelerar la recuperación es el uso de políticas monetarias y fiscales expansivas. Por tanto, son tales políticas las que deben enjuiciarse, a la luz de las necesidades de la coyuntura económica, y no el comportamiento de consumidores o empresarios.
Repasando la actuación de las autoridades económicas ante el estancamiento de las economías desarrolladas, podemos constatar que donde más se han empleado medidas expansivas, ya antes de 11 de septiembre, ha sido en Estados Unidos.
La Reserva Federal había reducido sus tipos 300 puntos básicos en ocho meses, mientras la nueva administración reducía con efectos retroactivos los impuestos personales. La autoridad monetaria puede seguir reduciendo tipos en las próximas reuniones sin suscitar críticas, pues existe un amplio consenso en la eficacia de la política monetaria para estabilizar una economía cuyo principal problema en los próximos meses será el desempleo, no la inflación. Los planes de estímulo fiscal que se han anunciado por parte de la Administración Bush, sin embargo, sí están recibiendo críticas por parte, al menos, de algunas figuras del mundo académico. Las rebajas de impuestos propuestas tras el 11 de septiembre favorecen principalmente a agentes económicos con escasa propensión al ahorro y, en la medida que el principal problema puede residir en la desaceleración del consumo de las familias, podrían ser más efectivas bajadas de impuestos concentradas en rentas bajas y familias con alta propensión al consumo.
Lo más detestable, según los críticos, es el oportunismo de lanzar medidas tan discutibles en un momento en el que la economía necesita estímulo. Para reducir el impacto del aumento de la incertidumbre, serían más eficientes medidas destinadas a garantizar rentas futuras, por ejemplo en forma de subsidios de desempleo, pues podrían tener mayor efecto estabilizador sobre el gasto agregado de las familias.
Pese a todo, no hay que olvidar que los hogares nortea-mericanos han consumido demasiado en los últimos cinco años, de forma que no deberíamos ser muy optimistas sobre una reactivación inmediata del consumo, por muy patriotas que se pongan.
En Europa la situación es diferente. En los últimos tres años se han ido practicando políticas fiscales algo más expansivas, consistentes principalmente en la bajada de impuestos personales. El BCE apenas ha empezado a actuar: ha bajado sólo 100 puntos básicos, presionado por una inflación demasiado alta para sus gustos. Respecto a la política fiscal, probablemente el año 2002 será de retroceso significativo en la consolidación fiscal en la UEM. No hay demasiadas alternativas, aunque sólo sea por el efecto del ciclo sobre las cuentas públicas.
Respecto a la política monetaria, el reconocimiento de las incertidumbres, la moderación de la inflación y las perspectivas de que la situación de estancamiento es un fenómeno mundial y, probablemente, duradero, deberían llevar al BCE a bajar sus tipos, no menos de medio punto. Cuanto antes mejor. Porque no me imagino a Wim Duisenberg reclamándonos patriotismo a los consumidores europeos.