Nobel, recesión y política 'macro'
El Nobel de Economía a Stiglitz ha llevado a algunos a proclamar el inicio de una nueva era keynesiana. Carlos Sebastián no ve en los trabajos del Nobel la justificación de una política monetaria activista.
La concesión del Premio Nobel de Economía a J. Stiglitz (junto a G. Akerlof y M. Spence) y la respuesta activa que han tenido las autoridades monetarias y fiscales norteamericanas al cambio de coyuntura en aquel país han llevado a más de uno a proclamar el comienzo de una nueva era keynesiana en la concepción de la política económica. Se puede añadir, en la misma dirección, que el prestigioso The Economist, que tradicionalmente ha sido cauto a la hora de defender políticas macroeconómicas activas, viene defendiendo últimamente un cierto activismo en la política monetaria en ambos lados del Atlántico.
Sin embargo creo que las cosas no son exactamente así. Ni creo que los importantes trabajos de Stiglitz y Akerlof justifiquen una política fiscal y monetaria activista en cualquier circunstancia, ni creo que considerar razonables las medidas de Greenspan en la situación actual supone defender genéricamente una política monetaria activista. De hecho, el propio Stiglitz, en un artículo publicado en enero de 1992, consideró inapropiada, por inútil, una política monetaria expansiva en la recesión de 1990-1991.
Las aportaciones macroeconómicas de Stiglitz se derivan de la consideración de fenómenos de información asimétrica en los distintos mercados: de capitales, de bienes y de trabajo. En los primeros, la asimetría en la información genera situaciones de racionamiento tanto en el mercado primario de acciones como en el mercado de créditos, lo que condiciona enormemente las decisiones de las empresas, de los bancos y de las propias familias. Las imperfecciones de los mercados de capitales ponen en el primer plano del análisis los balances de los agentes económicos y subrayan la importancia de la autofinanciación, especialmente en momentos de mayor incertidumbre. Con el aparato teórico de Stiglitz somos capaces de comprender mejor lo que ha sido el fracaso más estrepitoso de la concepción intervencionista de la política macroeconómica: la experiencia de los últimos 10 años en Japón. En aquel país se ha combinado una política monetaria expansiva, con fuertes programas de gasto público, que han elevado astronómicamente el endeudamiento público. Los resultados han sido muy pobres, pues la economía japonesa ha crecido como media entre 1992 y 2001 un 1% anual, que se convierte en una media del 0,7% si excluimos 1996. Los profundos desequilibrios patrimoniales de los bancos y de parte de las empresas explicarían esta incapacidad de la economía japonesa para reaccionar a la agresiva política puesta en práctica, que algunos caracterizarían como keynesiana.
La política monetaria seguida por la Reserva Federal en los últimos meses está justificada. Y no me refiero sólo a la inyección de liquidez que se instrumentó tras el 11 de septiembre. Las empresas y las familias estaban (y están) muy endeudadas y la reducción de tipos les ha dado un respiro a sus cuentas de resultados afectadas por la desaceleración de la economía y, además, ha reducido la posibilidad de insolvencias generalizadas que hubieran dañado la salud del sistema bancario (una preocupación permanente de Greenspan). Pero el mantenimiento de tipos de interés reales negativos puede no ser el estímulo adecuado para agentes que tienen que hacer un notable ajuste financiero para compensar excesos del pasado. La experiencia española durante los años setenta da que pensar en este sentido.