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Las empresas españolas asumen el reto de China tarde y sin imagen

Los grandes proyectos en infraestructuras, los programas de vivienda, los gigantescos planes energéticos, los preparativos de los Juegos Olímpicos de 2008 y la incorporación a la OMC son razones que avalan la apuesta de los agentes económicos españoles por China. Un mercado al que, sin embargo, nuestras empresas llegan tarde, con problemas de financiación y sin imagen.

La gran apuesta china como destino prioritario de la inversiones exteriores supone un punto de inflexión transcendental en las políticas de internacionalización desarrolladas por el Gobierno y las empresa españolas que, en parte obligados por la crisis internacional, se disponen a abordar de forma masiva y permanente un mercado lleno de oportunidades, pero también plagado de dificultades.

Una población de 1,2 billones de habitantes en el tercer país más extenso del mundo; un fuerte crecimiento económico que se mantiene en torno al 7% en los últimos años; un programa de inversión de 25.000 millones de dólares anuales (más de 4,6 billones de pesetas) en infraestructuras de telecomunicaciones; un plan de 8.000 millones de dólares anuales (1,48 billones de pesetas) en viviendas; los proyectos para el desarrollo industrial de las regiones del centro y el oeste del país; los gigantescos proyectos energéticos, que incluye la construcción de un gasoducto de 4.200 kilómetros de longitud; las infraestructuras programadas en transportes (autopistas, renovación de puertos, el tren de alta velocidad entre Pekín y Shanghai o lineas de metro en 15 ciudades), y la apertura económica que se deriva de su inmediata incorporación a la Organización Mundial de Comercio (OMC) son, sin duda, razones que justifican sobradamente la elección de China.

A ellas se añaden ahora los preparativos para la celebración de los Juegos Olímpicos de 2008 que, según un informe del Hong Kong Trade Development Council (equivalente al Icex español), van a generar inversiones por 34.000 millones de dólares (unos 6,3 billones de pesetas) sólo en la ciudad de Pekín.

Imagen y cooperación

Las oportunidades, pues, existen, y tanto la integración en la OMC como las políticas de incentivo del Oeste están propiciando importantes reformas legales para proporcionar un régimen más flexible respecto a la actuación de empresas mixtas y de capital extranjero en el país. Sin embargo, el acceso al reparto del negocio no será fácil para las empresas españolas que, en general, parten en desventaja respecto a sus competidoras.

Los factores idiomáticos y culturales que han allanado nuestra expansión en América Latina se convierten en un obstáculo importante en China. Tampoco serán nuestras empresas el socio ideal para canalizar las inversiones de terceros como ocurre en el caso americano, y que han permitido acometer los proyectos de mayor envergadura.

Por si esto fuera poco, los informes de la Oficina Comercial de España en Pekín son concluyentes cuando afirman que "España accede con retraso y sin referencias" a un mercado dominado por las principales potencias industriales y comerciales del mundo como EEUU, Japón, Alemania, Italia o Francia.

Como muestra de nuestra mínima presencia en China baste decir que de los 62.700 millones de dólares (11,6 billones de pesetas) a que ascendió el total de la inversión extranjera en China en 2000, sólo 30 millones de dólares (5.548 millones de pesetas), el 0,05%, eran por operaciones de empresas españolas.

Respecto a las "referencias" a que alude el informe de la Oficina Comercial, las carencias españolas son fundamentalmente de dos tipos: de imagen y de financiación.

En el primero de los casos, y a pesar del esfuerzo y el éxito de empresas como Abengoa, Nutrexpa, Agrolimen, Alsa, Panrico o Chupa Chups; la imagen española en China sigue siendo inexistente. Como afirmaba recientemente un alto representante diplomático en Pekín, "no es que tengamos mala imagen, simplemente no tenemos".

Y en cuanto a las dificultades financieras, aparecen más por parte del mercado chino. El Gobierno español ha decidido recientemente prorrogar el convenio de cooperación bilateral, poniendo a disposición de China créditos con cargo al Fondo de Ayuda al Desarrollo (FAD) y comerciales por 700 millones de dólares (más de 130.000 millones de pesetas) hasta 2004.

Unas condiciones similares a las del convenio precedente, cuya utilización ha sido inferior al 30% del crédito dispuesto tanto por la debilidad del sistema bancario chino, afectado por numerosos créditos dudosos, como por la exigencia de condiciones más flexibles por parte de Pekín. Un pobre resultado que parece demandar, sin abandonar el FAD, una mayor diversificación de los instrumentos financieros.

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