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TRIBUNA

<i>Firme arquitectura financiera </i>

Es un tema de procedimiento que los analistas de mercados subrayen cuál puede ser el factor de riesgo que amenaza sus previsiones. Se trata de señalar los factores que pueden llevar al peor de los escenarios posibles. Pueden considerarse las propias fuerzas que explican los ciclos económicos, factores de política económica, inestabilidad regional, etcétera. Durante los últimos años del siglo XX ha existido casi unanimidad en considerar que el principal riesgo se encontraba en una crisis financiera. El sistema financiero ha ido ganando protagonismo en la economía mundial debido al desarrollo de la tecnología de la información y también a la liberalización financiera generalizada. Las últimas crisis económicas han sido de naturaleza financiera. En reacción a las mismas, distintos organismos internacionales hicieron propuestas de diverso contenido para mejorar la arquitectura financiera internacional.

Estas propuestas abarcaban desde recomendaciones de transparencia a mercados, instituciones financieras y Gobiernos; de gobierno corporativo a las empresas; de responsabilidad financiera a intermediarios financieros, etcétera. En general, eran un compendio de medidas que pretendían mejorar, no sólo las estructuras financieras, sino también el comportamiento de los agentes que intervienen en el tráfico financiero (es decir, de todos) para que las relaciones financieras pudieran fluir con orden y sin provocar colapso de instituciones e incluso de países.

También se enfatizaban dos temas: que se deberían llevar a cabo todas las medidas necesarias antes de que se generase una crisis y que, si ésta tenía lugar, debería intervenir el sector privado en la resolución de la misma.

La catástrofe del 11 de septiembre ha venido a resaltar la madurez del sistema financiero. Si hubiera recesión, su origen se encontraría en la economía real: en la reducción de la demanda, en la caída del comercio y en la combinación de incertidumbre y de mayores costes que afectan a la producción. A pesar de los factores de riesgo considerados hace unos años, no se ha producido una crisis por un colapso de las instituciones financieras o los mercados. Se han desecho posiciones y han caído los índices bursátiles, pero los movimientos han sido ordenados.

Lógicamente se cerró la Bolsa de Nueva York (hasta que se pudieron restablecer las comunicaciones informáticas) y otras aplicaron medidas de retrasos en las aperturas o de modificaciones de las variaciones máximas permitidas, de forma que se atemperaron las fluctuaciones y las caídas. También los reguladores de los mercados relajaron en algunos casos las normas sobre autocartera o de requisitos de capital, para evitar mayores colapsos en los precios bursátiles. Las autoridades monetarias de los principales países han inyectado liquidez (de forma coordinada) mediante diversas vías. De esta forma se ha intentado asegurar que, no sólo los mercados, sino además los sistemas de pagos no sufrieran bloqueos.

Los mercados pueden haber sobrerreaccionado ante el impacto inicial del ataque, pero no se ha producido un colapso agravado por un pánico añadido por la imposibilidad de deshacer posiciones. Es posible, además, que parte de las ventas fueran posiciones embalsamadas a la espera de datos positivos sobre la economía americana, que los acontecimientos han despejado por el momento.

Las autoridades económicas han hecho una llamada a la tranquilidad: a que los planes de consumo y de inversión se reanuden. Los datos de cómo han reaccionado las expectativas empresariales o la confianza de los consumidores empezarán a estar disponibles a mediados de octubre. Pero de lo que sí se tiene evidencia es de la confianza en los mercados. Aparte de que ya hay analistas que señalan que los precios bursátiles son ahora atractivos, lo que se debe señalar es la confianza en la solidez de la infraestructura de los mercados financieros. Incluso en Nueva York, donde muchas instituciones financieras y centros de procesos de datos fueron afectados físicamente, funcionaron los sistemas de seguridad (back ups de posiciones, líneas de comunicación, procesos informáticos), que permitieron reanudar la negociación, la compensación y la liquidación de pagos. La reanudación de la operativa de los mercados fue posible gracias a una combinación efectiva de actuaciones públicas y privadas.

Lo que posibilitó que la arquitectura financiera pasara bien ese test de estrés fue la respuesta política calmada que impidió que la incertidumbre, que obviamente ha aumentado, se convirtiera en un caos.

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