<i>Los matices... ¡Desde dentro!</i>
El compromiso del mundo occidental con sus valores será a partir de ahora más fuerte, profundo y explícito.
Hablar de un antes y un después del trágico 11 de septiembre de 2001 se ha convertido ya en lugar común. Sobre cómo será este después resulta más difícil escuchar alguna precisión o algún pronóstico concreto.
Me atreveré con uno: la autoexigencia y el compromiso del mundo occidental con sus propios valores esenciales serán mucho más fuertes, más profundos, más explícitos. Dicho de otra manera, se acabarán algunas ambigüedades y algunas frivolidades de esta vieja, tal vez decadente, Europa continental. Se acabarán el antiamericanismo diletante, las nostalgias melancólicas del Mayo del 68, las complicidades sentimentales con okupas y antisistema, los gauchismos esteticistas de salón y los experimentos de inoperante democracia directa o asamblearia
Parece que, en general, va quedando claro que el ataque fue contra Occidente, contra lo que la inmensa mayoría de occidentales consideramos la mejor o la menos mala -este matiz no me importa ahora excesivamente- forma de organización de la vida humana en el largo trayecto del hecho civilizatorio. Y cuando algo tan esencial es atacado, hay que defenderlo, con uñas y dientes si es preciso, de las amenazas y de los enemigos.
¿Se puede discrepar de esta valoración? Precisamente en Occidente sí, el respeto por la libertad de la persona individual es tan notable, que se puede discrepar de todo, la pluralidad que la sociedad abierta está incorporando desborda ya las pluralidades convencionales (religiosa, política, cultural) para incluir la valorativa, la pluralidad de códigos morales. En Occidente, incluso, cabe situarse fuera del sistema y violentar las reglas del juego con mayores garantías de respeto personal que en cualquier otro ámbito. Pero existen algunas reglas del juego. La convivencia exige una ética común de mínimos en torno a unos valores. Lo que no es posible, y mucho menos a partir del 11 de septiembre, es la indefinición. Estar al mismo tiempo dentro y fuera. Entrar y salir. Aprovecharse de las ventajas de estar dentro pero criticar al sistema desde fuera. Flirtear con los que están o se creen fuera.
Por eso los matices habrá que formularlos desde dentro. Dentro está la pluralidad democrática. La derecha y la izquierda si así se prefiere decirlo, aunque este eje imaginario sea cada vez menos eficiente como lenguaje de significado unívoco.
Desde dentro es legítimo y necesario desarrollar permanentemente el sentido crítico, constatar las enormes imperfecciones de este Occidente nuestro. Sus hipocresías y sus disfuncionalidades. Sus energúmenos y sus matones con sus corrupciones, sus abusos y sus monopolios. Sus errores, sus violencias y sus crueldades.
Desde dentro, escuchar a los de fuera, especialmente a las inmensas mayorías que quieren entrar, ayudarles en su desarrollo económico y democrático, a derribar sus tiranos corruptos y a menudo asesinos. Con una equidad básica como objetivo y con la libertad y la democracia como banderas y como instrumentos. Sin voluntarismos ni utopías indocumentadas.
Desde dentro, potenciar los organismos internacionales de matriz democrática y visión global, regidos por el principio de multilateralidad equitativa, así como ajustar o redefinir con acierto el nuevo rol y tamaño (probablemente menor) y el prestigio moral (sin duda insuficiente) de los Estados democráticos, tan necesarios en situaciones de riesgo de colapso o de frustración e impotencia como la que acabamos de vivir.
Desde dentro, evitar que la demanda social de seguridad no se confunda y derive en una reacción conservadora. Acotando y gestionando desde dentro los riesgos propios de una sociedad más abierta e innovadora que nunca.
Desde dentro, controlar las pasiones primarias que inevitablemente tienden a aflorar cuando nos sentimos atacados por el fanatismo y el odio irracional. Pero desde dentro. Sin mariposear por el espacio ambiguo de una puerta abierta que, por cierto, no hay que cerrar. Dentro cabemos todos porque dentro está el espacio de la prosperidad y de la democracia. Sigue vigente, 57 años después, la formulación de Henry Morgenthau en Bretton Woods en abril de 1944: "La prosperidad no tiene unos límites fijos, no es una sustancia finita que disminuye cuando se divide. Por el contrario, cuantos más países la disfruten, mayor será el grado de prosperidad de cada uno de ellos".
La democracia y la libertad tampoco son bienes finitos, su ejercicio genera más democracia y más libertad. Pero hay que estar atentos y comprometidos con ellas, hay que cultivarlas y, cuando es preciso, defenderlas. Sin titubeos, sin ingenuidades, sin una fe irresponsable en la bondad universal. Y sin atribuir, por esnobismo, una maldad intrínseca a los que a menudo nos sacan las castañas del fuego.