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TRIBUNA

<i>Contar víctimas, controlar daños</i>

Francisco de Vera analiza los efectos que la crisis producida por el ataque terrorista perpetrado la pasada semana sobre Estados Unidos pueden tener sobre las principales economías de América Latina.

La pregunta que está en la mente de todos en estos momentos es cuáles serán las víctimas del ataque terrorista a EE UU, además de las que se encuentran enterradas bajo los escombros de los edificios derribados.

Resulta imposible dejar de recordar que la Guerra del Golfo sumió la economía mundial en la recesión. La guerra mantuvo a los consumidores y empresarios norteamericanos preocupados por lo que veían en televisión y ajenos a sus obligaciones de comprar e invertir. En un momento en el que la atonía del consumo estadounidense es calificada por los economistas como el principal riesgo que afecta a la economía mundial, un deterioro de la confianza de las familias puede tener consecuencias muy negativas. En un momento en el que resulta necesario retomar los ritmos de inversión que impulsaron el crecimiento económico hasta fechas recientes, un retraimiento de la inversión estadounidense y de los flujos de capital internacional no hará más que acelerar y endurecer la depresión hacia la que se desliza la economía mundial.

Hay daños que son irreparables. A la pérdida de vidas humanas y de instalaciones de alto valor -que ya no generarán renta ni contribuirán al crecimiento económico- se suma el impacto que está teniendo y tendrá sobre la industria hotelera, las líneas aéreas, el negocio de valores y las compañías de seguros.

Pero hay otros asuntos en juego: la confianza y las prioridades. Ambos condicionados por las reacciones psicológicas ante el ataque y por las decisiones de quienes controlan los centros de poder. Si la confianza se deteriora, veremos caer el consumo y la inversión en EE UU y en el resto de los países. Si las prioridades norteamericanas cambian, en el sentido de mirar más hacia dentro que hacia fuera de sus fronteras, las economías de los países necesitados de los capitales y de la ayuda estadounidenses (Latinoamérica y otros países emergentes) verán deteriorarse sus perspectivas y contribuirán a aumentar la crisis de confianza.

El consumidor norteamericano se encontraba en situación de alta vulnerabilidad la víspera del ataque. Había agotado sus ahorros, estaba endeudado de manera notable, sufría un efecto riqueza negativo y se encontraba atemorizado por los despidos masivos en las empresas. Es difícil pensar que la tragedia no provoque un efecto muy negativo sobre su confianza.

El mundo de los negocios y de las agencias financieras internacionales, que habían mostrado hasta fechas muy recientes interés y provecho en la globalización económica, comenzaba a mostrar cierta inquietud por las consecuencias negativas del proceso y la contestación social de que venía siendo objeto. Una tragedia como ésta puede provocar pérdida del interés de EE UU por estrechar su vinculación económica con el resto de los países en temas como la globalización de las cadenas de producción, el comercio internacional, la inversiones en el extranjero y el apoyo a los países en dificultades.

Si en EE UU se deteriora la confianza de los consumidores e inversores y si cambian las prioridades de quienes toman las decisiones, los países latinoamericanos resultarán también víctimas del ataque sufrido por EE UU.

El PIB de Brasil creció solamente un 0,8% en el segundo trimestre comparado con 4,3% en el primero. México recogió un crecimiento nulo de su PIB en el segundo trimestre cuando durante 2000 tuvo una media superior al 6%. Se trata de las dos mayores economías latinoamericanas y estas cifras ponen de manifiesto que la recesión mundial ha llegado hasta ellas.

La economía mexicana es altamente dependiente de la estadounidense y dispone de peores colchones para capear una crisis. La reducción del crecimiento estadounidense no hará más que empeorar los datos de México, tanto como consecuencia de la reducción de exportaciones, como por el recorte en las inversiones directas norteamericanas. Afortunadamente, su bajo nivel de inflación le permitirá realizar una política monetaria activa para compensar las demandas de liquidez. No es éste el caso brasileño, cuya inflación -en gran medida derivada de sus problemas de suministro eléctrico- le obliga a subir tipos de interés dificultando la inyección de liquidez en el sistema y encareciendo el coste financiero para las empresas. Si la inflación reduce los salarios reales, el consumo interior se verá perjudicado. Sin olvidar que una solución fallida para los problemas de Argentina presionaría negativamente sobre sus tipos de interés y de cambio.

Argentina es la economía que con mayor claridad puede ser víctima de los cambios de prioridades. Las autoridades argentinas están desplegando una batalla en un doble frente, el internacional y el interno. En el terreno internacional, Argentina necesita que se le preste atención, que las autoridades de EE UU y de las agencias que allí tienen su sede consideren su situación como uno de sus problemas prioritarios y estén dispuestos a ayudar de forma contundente y diligente. En el campo interno, las medidas de austeridad implantadas por el Gobierno actual son contestadas no sólo por los peronistas, sino incluso por parte de la coalición que apoya al presidente. En octubre se celebran elecciones para el Senado y para buena parte de la Cámara de Diputados. No es el mejor momento para debatir, aceptar y apoyar medidas de austeridad. Con un crecimiento negativo, unas medidas de austeridad impopulares y una campaña electoral en puertas, el panorama puede resultar muy sombrío si las autoridades de EE UU no encuentran tiempo para apoyar al presidente De la Rúa.

Afortunadamente, los mecanismos de seguridad financieros parece que van a funcionar. Así lo han declarado sus responsables en todos los países del mundo desarrollado. Su compromiso de hacer todo lo necesario para salvaguardar la estabilidad financiera hay que interpretarlo generosamente, incluyendo en el cuadro de sus preocupaciones a los países que no forman parte de los que toman las decisiones. Si ello es así, los efectos negativos del ataque sobre los países latinoamericanos podrían verse mitigados. De lo que ocurra en otras áreas del acontecer económico aún es pronto para pronosticar.

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