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TRIBUNA

<I>El papel del FMI y del Banco Mundial</I>

Los intereses de los países más débiles se verían perjudicados sin la existencia de árbitros multilaterales.

En su artículo Las condiciones del FMI [Cinco Días del pasado 9 de agosto], Joaquín Trigo hace un esfuerzo por defender el trabajo de los técnicos de los organismos financieros internacionales (los cuales "con sus errores y limitaciones han aportado recursos para ayudar a los más pobres y necesitados") que recuerda a las palabras de James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial (BM), cuando asegura que el movimiento antiglobalización está tratando injustamente a los miles de trabajadores del banco, que se levantan cada día poniendo todos sus esfuerzos en construir un mundo mejor.

En realidad, las instituciones, movimientos sociales y personas individuales (no todos violentos, no todos anti-sistema, ni tan siquiera todos antiglobalización, aunque ese es otro debate) que criticamos el papel desempeñado por estos organismos tratamos de ir mucho más allá de la buena o mala voluntad de las personas que los gestionan. Tratamos de analizar las políticas que diseñan y, sobre todo, los efectos que tienen sobre la vida de millones de personas en los países más pobres del planeta. Porque esa es, precisamente, la parte que a menudo se omite en los análisis macroeconómicos, en los que efectivamente se habla de "políticas económicas adecuadas" y de "crecimiento y apertura comercial", pero apenas se mencionan aspectos relativos a la distribución de esa riqueza y a sus efectos sobre el desarrollo social y humano de las naciones.

Sin duda, las críticas a los préstamos omiten en ocasiones aspectos como los que el señor Trigo menciona. Pero también omiten otras cuestiones relevantes. Como por ejemplo que el propio FMI encargó un análisis independiente de los programas de ajuste estructural (ESAF) donde se pone de manifiesto la escasa eficacia de la condicionalidad, entre otras cuestiones por la ausencia de una auténtica apropiación (ow-nership) por los países destinatarios de los préstamos. Cuestiones como que (según se pone de manifiesto en un artículo publicado recientemente en Financial Times por William Easterly, consultor senior del World Bank's Research Group) el Banco Mundial y el FMI han concedido 858 préstamos condicionados durante las dos pasadas décadas a países que han mantenido un crecimiento per cápita nulo durante dicho periodo. Cuestiones, finalmente, como que "las pretensiones de quienes quieren convertir los préstamos en donaciones" no son ajenas a la conocida animadversión del Gobierno republicano de EE UU por esas instituciones multilaterales que en su artículo trata de defender el señor Trigo. De todos es sabido que la ventanilla blanda del BM se financia fundamentalmente con las devoluciones de sus préstamos, que dejarían de ingresarse de triunfar dichas propuestas. Curiosamente, ninguno de los principales defensores de esta conversión está dispuesto a aumentar a cambio sus contribuciones financieras en las sucesivas reposiciones.

El señor Trigo asegura que los técnicos de los organismos financieros internacionales "han sido flexibles en sus sugerencias y las han adecuado a cada caso". Flexibilidad que no se pone de manifiesto en países como Honduras, donde el FMI sigue insistiendo en un proceso privatizador que ha sido rechazado por el Parlamento en reiteradas ocasiones. Adaptación a cada caso que ha sido igualmente cuestionada ante actuaciones como la de la crisis asiática, donde el FMI repitió el diagnóstico (problemas de déficit presupuestario) y la receta (subida de los impuestos, reducción del gasto público, aumento de las tasas de interés) que había utilizado en las precedentes crisis latinoamericanas, dan-do como resultado un agravamiento de la recesión y la duplicación del número de pobres en la región.

Alega finalmente el señor Trigo que esos mismos técnicos "han procurado minimizar las consecuencias sociales negativas que -en el corto plazo- podían tener algunas medidas". Pues bien, el corto plazo ha significado décadas en países como los pertenecientes al África subsahariana, que han experimentado un descenso sostenido de sus gastos en áreas fundamentales como la educación y la salud sin conseguir a cambio mejoras significativas en su crecimiento. Todavía hoy, cuando el BM y el FMI han asumido, al menos en el discurso, la necesidad de situar la pobreza como centro de sus actuaciones, seguimos sin ver incorporado a los mismos un estudio previo del previsible impacto social de las principales reformas "recomendadas". ¿Cómo se puede tratar de minimizar unos efectos que ni siquiera se han previsto adecuadamente?

Es cierto que resultaría difícil ofrecer conjeturas sobre qué hubiera ocurrido en el mundo sin estas instituciones. Es cierto también (o al menos esa es la postura que algunos de nosotros defendemos) que en el marco actual de globalización el interés de los más débiles no se vería necesariamente favorecido con la ley del más fuerte que imperaría en caso de desaparecer aquellos que pueden ejercer de árbitros multilaterales. Pero no solucionamos nada con defender a capa y espada su actuación, negando la evidencia y escudándonos en los buenos propósitos de las personas que trabajan para ellos. Trabajemos para conseguir que de verdad ejerzan su papel, sin miedo a reconocer, unos y otros, nuestros errores.

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