<I>El ahorro y el ciclo económico</I>
Joaquín Trigo Portela analiza el ahorro en España, y explica que en una situación como la actual, de relativa incertidumbre económica, es previsible que los ciudadanos reduzcan el gasto corriente y ahorren más.
Los directores de oficinas de entidades financieras que operan en ámbitos rurales viven la incidencia de las cosechas en su cuenta de pasivo. Cuando hay un mal año, el esfuerzo por ahorrar es notable y, en cambio, en los años buenos ocurre lo contrario. En las zonas urbanas, el proceso no es tan fácil de discernir, pero en el conjunto de la economía las cifras parecen claras.
El porcentaje de renta familiar dedicado al ahorro bruto en el ejercicio 1993, el peor año desde el punto de vista económico de las cuatro últimas décadas, superó al del año precedente y al posterior. En 1995, tras las advertencias del entonces ministro de Economía, señor Solbes, acerca de las limitaciones del sistema de pensiones hubo un repunte alcista que lo elevó al 11,2% de la renta familiar disponible antes de impuestos para descender año tras año desde entonces.
Cuando la economía crece y el paro desciende también lo hace el porcentaje de renta ahorrado; esto plantea interrogantes y problemas. En los primeros está la reconsideración de los determinantes de las decisiones de gasto y ahorro. A primera vista parece que, siendo el ahorro el excedente de ingresos respecto al gasto, debería ser muy sensible a la retribución de los saldos disponibles, esto es al tipo de interés. Sin embargo, en países como Japón, con intereses ínfimos o incluso negativos, la tasa de ahorro es más elevada que en otros donde la retribución asequible es más elevada. Esto resalta que la motivación básica del ahorro es la financiación del gasto futuro, por lo que la situación y expectativas respecto al nivel de actividad y empleo serían más importantes.
Si el ahorro, más los rendimientos que genera, debe atender a contingencias futuras a largo plazo, como completar los ingresos derivados de la pensión, cualquier descenso en su retribución debería generar más contención del consumo para compensarlo, a menos que se espere un gran aumento de rentas en el futuro próximo.
Adicionalmente, se asistirá a una recomposición de los activos en que se materializa el ahorro a fin de minimizar la reducción de los ingresos que produce, probablemente con descenso en títulos de renta fija a favor del aumento de la compra de activos financieros de rendimiento variable o activos reales como terrenos y viviendas.
Las buenas expectativas, apoyadas en el marco de estabilidad que aporta el euro y en el incremento del empleo que aporta firmeza al sistema de pensiones, han propiciado en los últimos años el aumento del gasto y de endeudamiento.
Si la economía ralentiza su crecimiento, el consumo también baja. De hecho, sus tasas de variación siguen las del producto interior bruto (PIB) pero, en general, con fluctuaciones más amplias, excediéndolo cuando crece y quedando por debajo en los momentos de descenso. Este vínculo está afectado por las expectativas de forma que en las fases de recuperación crece por debajo.
En los últimos años, el consumo creció significativamente, pero en una situación como la actual, de relativa incertidumbre respecto al futuro, es de suponer que el ahorro se incremente reduciendo el gasto corriente, lo que se verá amplificado por la pérdida de valor nominal de la inversión financiera. Además, como los precios suben más de lo deseable, también pueden subir igualmente los tipos de interés, de forma que el endeudamiento de las familias será más caro dejando menos recursos disponibles, lo que, también, incidirá negativamente en la demanda interna.
A lo largo de los años 1995-2000, según las cuentas financieras de la economía española publicadas por el Banco de España, el ahorro bruto de las familias, medido en porcentaje de su renta disponible bruta, se redujo desde el 14,46% en el primer ejercicio hasta el 11,4% en el último. El volumen de operaciones financieras netas de las familias se redujo, al tiempo que se incrementaba el volumen de créditos recibidos, con lo que el ahorro financiero de las familias en el año 2000 se quedó en el 0,5% del PIB tras haber alcanzado el 6,2% en 1995.
Las empresas también se han endeudado y el conjunto del país ha requerido financiación externa, cuyo coste se detrae de la demanda interior, lo que quita algo de brío a la recuperación económica y podría reducir el diferencial de crecimiento respecto al conjunto de la Unión Económica y Monetaria (UEM).
El lado positivo de la situación, especialmente si se refuerza con apoyos fiscales que incentiven el ahorro familiar estable, está en dos aspectos del momento. De un lado, el previsible descenso del recurso a la financiación exterior y, de otro lado, suponiendo que el nuevo ahorro se materialice en títulos a largo plazo, una vuelta a la mejora de expectativas, en la medida en que los recursos acumulados refuercen la confianza en el poder de gasto futuro, especialmente si se enfatiza la necesidad de completar con otros ingresos el derecho a pensión.