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TRIBUNA

<I>Bobos y confiados</I>

Las nuevas culturas empresariales requieren menos fábulas sobre la importancia de la motivación.

Desde que los lujos de siempre se han ido poniendo al alcance de más bolsillos se constata, como era de temer, que los del futuro empiezan a estar en esferas inalcanzables. En las que se determinarían que lo verdaderamente exclusivo está más allá de lo que la publicidad proclama como de ensueño y que se concreta en disponibilidades de tiempo y estilos de vida que sólo unos pocos se pueden permitir. Que suelen ser las mismas gentes que se pueden pagar el disfrute de opulencias asociadas a disponer de espacios, seguridades y ambientes aparentemente más creativos y escogidos a voluntad.

En tales sofisticaciones, sin embargo, no se contemplan otras finezas con que se aderezan los estilos de vida que al parecer definen el proceder de las nuevas elites del imperio americano. Donde convergen el éxito en los negocios, la búsqueda del confort antes que la ostentación y el gusto por exquisiteces intelectuales que traigan a colación reminiscencias juveniles e inconformistas. Lo cual permite, a la vez, despreocuparse de las convencionalidades en el vestir, lucir harapos que se han pagado al precio de sedas exclusivas que ni el mismo Marco Polo hubiese soñado o consumir patatas especiales que se compran como si fuesen caviar. Dichos estilos de vida, que David Brooks describe en su Bobos en el Paraíso, no son ajenos a las transformaciones que se viven en la travesía hacia la economía digital, ni al valor que se da en los nuevos negocios a la innovación y la búsqueda de nuevos modelos mentales. De ahí que esa informalidad en el vestir, que ha obligado a más de un banquero a dejar de lucir sus ternos para justificar lo que acababa de pagar alegremente y sin pensárselo dos veces por una punto.com, quiera ser el testimonio de una nueva manera de pensar estratégicamente. Que al parecer no se acompasa bien con las prendas que hasta hace poco uniformaban a los ejecutivos victoriosos, ni sería factible acomodarla a las viejas culturas corporativas que se amasaban en la repetición de maneras y en suaves cambios a largo plazo.

Las nuevas modas y modales se han ido fraguando en la inestabilidad creativa y en la búsqueda de oportunidades, aunque para ello haya que cambiar incluso de sector reiteradamente. Y en las que el éxito requiere una dedicación y una fe como la que lucieron los pioneros de Silicon Valley y que al parecer se espera que tenga cualquiera que quiera mantener su empleabilidad. Aunque tenga que estar en constante vigilia y dedicar todos sus momentos a actualizar saberes, esmerar competencias y llegar antes que nadie allí donde se disputan los triunfos. Sin que asegure que cualquiera pueda mantenerse en la cúspide, o ganar continuada y duraderamente. Pues las tensiones organizativas, inducidas por las dinámicas de los mercados, hacen que se cambie con más frecuencia que antes de jefes. Y que los que ayer se podían permitir dejar sus móviles y agendas electrónicas en el cabás de sus ayudantes, como si fuesen a tener la condición de bobos para toda la vida, hoy puede que sufran lo que es vivir en una era donde el verdadero lujo es la confianza en permanecer. Que haría más llevaderas las actitudes positivas y la motivación entusiasta que se pide a colaboradores a cambio de dejarles serlo un día más.

Sin reparar en que tal predisposición proactiva no es algo natural o sea posible mantener sin sofocos personales, ni es fácil insuflar en las gentes siguiendo esos consejos que se dan en las fábulas que se leen ahora sobre cómo motivar al personal. Y que hacen caso omiso de que tales motivaciones no son factibles si antes no se crean atmósferas que propicien pensar más allá del día siguiente. De forma que las perspectivas laborales se amplíen y cada persona pueda dar todo el potencial que encierra al ilusionarse con unos horizontes que no le inviten al desencanto prematuro o al desinterés por implicarse en los objetivos de una corporación que está presta a sustituirle a las primeras de cambio.

Las nuevas culturas corporativas, para ser motivadoras, necesitan, como las de ayer, glosar historias de héroes y propiciar estilos de vida que inviten a la innovación y a la iniciativa. Pero requieren, sobre todo, menos fábulas sobre la importancia de la motivación y el entusiasmo y más maneras directivas que vayan urdiendo ese tejido intangible que es la confianza. Ya que sin él se carece del impulso vital desde el que afanarse por competir y superarse. Impulso que no es posible construirlo apelando sólo a retribuciones materiales, y más como están quedando algunas que se asociaban ilusoriamente a que los mercados seguirían creciendo siempre, ni tampoco desde el recelo que sigue produciendo lo efímero y provisional. Que dificulta, por más fábulas que se lean, que haya quien llegue a creer que puede llegar a vivir como los nuevos bobos americanos cuando no le es posible ir a trabajar confiado.

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