<I>Mejoran los diferenciales</I>
La distancia que separa la economía española de sus socios europeos va a disminuir, pero de la peor de las formas.
Los diferenciales de inflación y crecimiento de España en relación a los países europeos han ido empeorando en los últimos tiempos. El diferencial de inflación empezó a aumentar en 1999 y más tarde, a partir de la segunda mitad del año pasado, el diferencial positivo de crecimiento, que se utilizaba como excusa para justificar la inflación, desapareció, y España dejó de crecer -en tasa intertrimestral anualizada- por encima de la media de la zona del euro.
Sin embargo, esta semana se han publicado los primeros datos adelantados de la inflación de mayo en Alemania, así como las primeras estimaciones de contabilidad nacional del primer trimestre para Francia y Alemania. Todos ellos sugieren que, muy probablemente, cuando Eurostat disponga de todos los datos homogéneos para hacer las comparaciones, observaremos que el diferencial de inflación habrá disminuido y también comprobaremos que, durante el primer trimestre, España habrá registrado un crecimiento superior al de la zona euro, lo que no veíamos desde el primer semestre del año 2000.
En principio, deberíamos celebrar la llegada de estos datos, pues si antes señalábamos los problemas para España de la desaparición del diferencial de crecimiento y del aumento del diferencial de inflación, ahora deberíamos alegrarnos simétricamente de que los diferenciales empiecen a cambiar de sentido.
El problema es que esta mejora en los diferenciales no surge del hecho de que nuestras tasas de inflación y de crecimiento hayan mejorado, sino que es consecuencia de que los demás han empeorado más rápidamente que nosotros.
Nuestros datos han ido a peor: nuestra inflación volvió el mes pasado a subir al 4% y el crecimiento sigue desacelerándose. Mientras, Alemania puede haber alcanzado un 3,6% de inflación, lo que, al margen de componentes transitorios, es excepcional en aquel país, y el deterioro del crecimiento de Alemania y Francia ha sido mayor que en España.
El problema es que si el diferencial mejora de esta forma, España no puede sacar gran provecho. Si hay más inflación y menos crecimiento en los grandes países europeos, España tardará más en reducir su inflación y, además, su crecimiento se desacelerará más rápidamente que si se hubieran mantenido en la zona euro las tasas de inflación y crecimiento que esperábamos a principios de este año.
Especialmente preocupante es el deterioro de la situación económica en Alemania, país donde su Gobierno decidió la entrada del euro en contra de la opinión mayoritaria de su población. No sería extraño que, a la vista del deterioro de los resultados de la economía alemana, volvieran a emerger los críticos de la entrada de Alemania en el euro.
Antes, Alemania se defendía de la inflación que se producía en países periféricos como España a base de revaluar su marco, pero ahora no puede, y esta coincidencia entre el abandono del marco y la vuelta a la inflación no va a pasar inadvertida a la población alemana.
El empeoramiento de las variables macroeconómicas de esos países nos puede afectar negativamente, empeorando nuestra inflación y acelerando el enfriamiento de la economía española que comenzó el año pasado.
Pero, además, hay que tener en cuenta las consecuencias psicológicas y su impacto en la política. El creciente malestar económico en esos países repercutirá negativamente para España en las decisiones que tiene que tomar el Consejo Europeo en estos momentos decisivos de la ampliación de la Unión.
No podemos alegrarnos de que ahora sean todos los europeos, y no sólo nosotros, los que vayan para abajo. Los diferenciales van a mejorar, pero de la peor de las formas. No debemos alegrarnos, porque esas alegrías son de las que duran poco.