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TRIBUNA

<I>Sorpresas, credibilidad y escepticismo </I>

El cuadro actual es el mismo que presentaban hace dos meses los defensores de bajar los tipos, lo que ha cambiado es la teoría del BCE.

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

No todas las sorpresas son iguales. Cuando, en enero pasado, Alan Greenspan redujo el tipo de interés fuera del calendario previsto, sorprendió en cuanto al tiempo, pero no en la fundamentación de la medida. La reducción acordada el jueves por el Banco Central Europeo fue también una sorpresa en cuanto al momento, pues prácticamente el cien por cien de los observadores pronosticaban el mantenimiento de los tipos, pero la mayor sorpresa se produjo en el cambio en la justificación.

Durante meses, el Fondo Monetario Internacional, la OCDE, numerosos ministros europeos y una buena parte de economistas han justificado la necesidad de reducir los tipos de interés en la zona del euro basándose en una serie de argumentos como el de que los componentes de la inflación actual son transitorios, que hay que mirar al futuro y tener en cuenta los efectos de la evidente desaceleración europea, etcétera. Frente a estos argumentos, el BCE construyó una doctrina bien conocida, la denominada de esperar y ver, que se centraba en observar los movimientos actuales de la inflación, y en subrayar que el empeoramiento de la producción no era asunto de su competencia, a la vez que señalaba los efectos que tenía la depreciación del euro en la relajación de las condiciones monetarias. El banco creía demostrar así su absoluta independencia respecto a opiniones y presiones exteriores.

Cuando alguien acusó a Keynes de cambios de opinión, el economista contestó que, si los datos cambiaban, él también cambiaba de opinión. No es éste el caso, pues los datos no han cambiado. El cuadro actual es el mismo que presentaban hace dos meses los defensores de bajar los tipos, lo que ha cambiado es la teoría del BCE, la justificación del nivel al que deben fijarse los tipos de interés. Es evidente que la decisión del jueves le hace perder credibilidad a la institución, y en cuanto a su independencia de las presiones, probablemente los analistas tendrán en el futuro que incorporar, al predecir las actuaciones del BCE, un cierto lag, un retraso respecto a las presiones y el momento en que tienen efecto.

Pero este daño a la credibilidad de la institución puede tener algunas consecuencias positivas. El BCE ha perdido credibilidad, pero la gente ha ganado en escepticismo, y esto no es necesariamente malo. Tanto los que han defendido a lo largo de estos meses el mantenimiento de tipos, como aquellos que defendieron la rebaja de tipos de interés lo defendían con unas posiciones rotundas, como si el análisis económico pudiera justificar plenamente sus posiciones. En esta sociedad dominada por los medios no cabe la duda. Cualquiera, como ha hecho el BCE, puede girar 180 grados en sus posiciones, pero está obligado a defender las nuevas que tome con la misma rotundidad que las antiguas.

El hecho de que a ambos lados del debate haya habido economistas de prestigio debería haber bastado para saber que lo que sobra es fe a la hora de decidir cuál debe ser la política monetaria correcta. Pero el hecho de que una misma institución como el BCE haya mantenido las dos doctrinas a la vez y sin un atisbo de duda ayuda aún más a aumentar el escepticismo en la mayoría de la gente, y eso es sano. El escepticismo, que puede arruinar una vida individual dejándola sin proyecto y sin interés, es un excelente consejero para la política, porque conduce a la moderación, que es condición inexcusable de buena política.

La propia decisión del BCE es una decisión escéptica. En sus declaraciones, el Banco Central Europeo no admite dudas sobre cuál debe ser el tipo de interés correcto, pero su actuación -una rebaja de 0,25%- es evidentemente la de un escéptico que se mueve, pero se mueve mínimamente.

El BCE ha hecho caso a la mayoría, pero muy poco caso, en un cuartillo. No son malos cimientos éstos del escepticismo y la moderación sobre los que construir un banco central.

Lo único que le falta al BCE es reconocerlo. Pero esto está prohibido en nuestra sociedad. El escepticismo se puede practicar, pero nunca se debe declarar.

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