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TRIBUNA

<I>La Unión Europea debe competir </I>

Manuel Marín analiza las aproximaciones de EE UU a América Latina para formar el ALCA y advierte que la Unión Europea debe reaccionar, porque el Gobierno de Bush será un duro competidor en la zona

Cuando Bush, padre, lanzó su Iniciativa por las Américas manifestando el interés estadounidense por la creación de una zona de libre cambio desde Alaska a Tierra de Fuego, lo que estaba proponiendo era extender al conjunto de América del Sur, en la visión norteamericana del continente, la experiencia negociadora que culminó con el establecimiento del Nafta (Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLC), donde EE UU, Canadá y México consiguieron negociar una zona que ha sido ciertamente beneficiosa para los tres países.

Fue la Administración Clinton la que tuvo la oportunidad de concluir la negociación con el México de Salinas. Resuelta previamente la negociación con Canadá, nació el Nafta como un modelo capaz de ser aplicado al resto del continente americano. Así lo intentó el propio Clinton, que escogió una estrategia gradualista, de paso a paso. El siguiente país sería Chile; después se añadirían otros de una manera progresiva hasta hacer realidad el sueño visionario de un continente unido por un proyecto común: el libre comercio.

No fue posible y las negociaciones con Chile no progresaron, ya que Clinton no pudo conseguir del Congreso la autorización para negociar y al mismo tiempo el propio Congreso impuso condiciones muy severas respecto al capitulo social y al medio ambiente. Para poder negociar un acuerdo con EE UU es necesario que el presidente reciba una autorización expresa, conocida como fast track (vía rápida). Esta fórmula priva ulteriormente al Congreso de la potestad de enmendar a posteriori el acuerdo negociado. Simplemente lo debe aceptar o rechazar en su conjunto.

A pesar de la inexistencia de la fast track, Chile lo intentó. No pudo ser. La defensa de intereses particulares de cada congresista, que pretendían a cada momento incluir en el acuerdo excepciones para defender la agricultura o la industria de su Estado, hicieron de aquella negociación un imposible político y económico. El resto del continente sacó una conclusión elemental: no se puede negociar un acuerdo de libre comercio con la Administración estadounidense si el presidente de EE UU no obtiene previamente una autorización específica del Congreso.

Otra circunstancia que impidió progresar a Clinton fue la desconfianza estadounidense a lo que denominaban los "bloques regionales", y muy particularmente hacia el Mercosur. Para EE UU, la negociación debería hacerse país a país, dejando de lado los procesos de integración regional, que en sí mismos representaban un riesgo para su concepto de libre comercio. En aquellos momentos América Latina intentaba poner en marcha o revigorizar sus procesos de integración regional. Los más antiguos, el Sistema de Integración Centroamericano y la Comunidad Andina, y el mas reciente y poderoso, el Mercosur.

La reacción de los latinoamericanos, que siguieron muy de cerca la negociación chilena y comprendieron los riesgos de negociar en solitario y además sin fast track, fue contestar la estrategia propuesta por los estadounidenses contraproponiendo una negociación global, en un foro conjunto y con todos los países latinoamericanos. Clinton comprendió muy tarde que la negociación uno por uno y sin fast track era invendible en América Latina.

El presidente Bush parece haberlo comprendido desde el primer momento, acercándose a la Cumbre Hemisférica de Quebec con una advertencia clara: él mismo ha admitido que carece de la autorización previa para negociar, aunque se ha comprometido solemnemente a conseguirla. Me parece evidente que la con-secución o no del fast track del Congreso será el elemento central que determinará la credibilidad de este proyecto durante el mandato de Bush. No le va a resultar fácil, pero estoy convencido de que va a constituir uno de los ejes fundamentales de su política exterior. Tiene a su favor la experiencia personal del Nafta como antiguo gobernador de Tejas. Tejas y California han conocido los beneficios de la inclusión de México en el Nafta mejor que cualquier otro Estado de la Unión. El presidente Bush conoce, pues, de primera mano las ventajas y sabe que el problema de la emigración y de la integración de los hispanos es un asunto complicado pero manejable por EE UU. Al tiempo, después de su posicionamiento respecto al Protocolo de Kioto, las pretensiones ecológicas de su Administración no se parecerán mucho a las durísimas y exigentes condiciones medioambientales que patrocinó el entonces vicepresidente Gore respecto a América Latina. Esta nueva situación facilitará las cosas.

Es pronto para sacar conclusiones, pero está claro que la Unión Europea tendrá durante el mandato de Bush un temible competidor. Espero que se sepa reaccionar y, habiéndose concluido ya el Acuerdo de Libre Comercio con México, se avance con rapidez con Mercosur y con Chile. Si Bush consigue convencer al Congreso para llevar a cabo su proyecto y recibe la autorización para negociar, será tarde y habremos perdido una gran oportunidad.

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