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La universidad española y los rankings internacionales

Periódicamente, se publican en los medios de comunicación los distintos rankings universitarios con resultados previsibles. El más conocido es el elaborado por Center for World-Class Universities at Shanghai Jiao Tong University, que presenta un listado de las 500 mejores universidades del mundo de acuerdo con una metodología concreta. Y entonces es cuando descubrimos que las universidades españolas no están bien posicionadas en ese selecto club y que no parece que vayamos escalando puestos. En los días siguientes a la publicación, se leen numerosas interpretaciones de nuestra falta de competitividad internacional. Algunas son acertadas. Otras son desafortunadas.

Mi punto de partida es el siguiente: los ranking sirven para medir elementos que se pueden comparar. Nada más (y nada menos). Pero no se puede extraer de esa medición la calidad en la docencia, la experiencia del alumno, el compromiso cívico con su entorno, la investigación en ciencias sociales, la transferencia del conocimiento o en la gestión del campus. La selección de las variables determina el resultado. Hay sesgos y hay que conocerlos. Además, obsesionarse por subir un puesto (o doscientos) puede condicionar el desarrollo estratégico de la universidad. El objetivo no puede ser subir unos puestos, sino mejorar la gobernanza de la universidad. Además, niego que todas las universidades tengan que ser iguales, cumplir los mismos objetivos o atender a los mismos alumnos. Las universidades del futuro no serán homogéneas, luego no deber ser prioritario colocar 25 universidades españolas en ese top. Quizás, una, dos o cinco. No más.

Que nadie vea una crítica ciega de los ranking. Claro que tienen aspectos positivos: han puesto en marcha una pelea constante por la atracción del talento (¡y el dinero!) para impulsar la mejora de las universidades. Los estudiantes de perfil internacional consultan los listados para conocer qué centros son punteros en una rama de investigación concreta. Las universidades pueden identificar posibles alianzas internacionales. Los gestores pueden conocer y aplicar las buenas prácticas de otros centros. También puede promover la transparencia, la rendición de cuentas y la mejora constante. Por último, son instrumentos para acelerar la especialización, las alianzas y la colaboración leal.

Francesc Michavila, Vicent Climent y María Ripollés han editado el libro Los ranking universitarios. Mitos y realidades, que reflexiona sobre la metodología que se puede emplear para comparas las distintas universidades, las virtudes y los defectos de los conocidos rankings, la posición de la universidad española en ellos y su competencia internacional. Extraigo unas ideas muy interesantes y que ofrecen una caja de herramientas para que la universidad española utilice los rankings internacionales como palanca de cambio para la mejora. No se trata de maquillar unas posiciones, sino de mejorar de forma interna para que se vean los resultados en el exterior. Como resumen de estrategia, se trata de alinear lo que se es, lo que se hace y lo que se dice.

El libro recuerda que no existe un único ranking o uno ideal. Hay alrededor de diez listados que impactan verdaderamente en la educación superior. Vicente Safón, de la Universidad de Valencia, se atreve a enumerar cuáles son las características que debería contener un ranking universitario ideal. Mezcla variables de diversa índole, pero ya adelanta que ninguno de los actuales cumple con su especulación. Me gusta aún más su idea de establecer "ratings" antes que "rankings", porque una vez establecidos los indicadores de consenso, el usuario de la información podría combinarlos según el objetivo que persiga.

En otro orden, el diagnóstico de por qué la universidad española no alcanza cotas más altas es bien conocido. Los recurrentes problemas de gobernanza, la injerencia política en la toma de decisiones académicas o falta de financiación dificulta que juguemos la liga mundial del talento. Jamil Salmi explica en "El desafío de crear universidades de rango mundial" que es necesaria la concatenación de tres factores clave: la gobernabilidad favorable (marco normativo, autonomía universitaria, visión estratégica), la concentración de talento (profesores, alumnos, investigadores, internacionalización) y la abundancia de recursos (presupuesto públicos, donaciones, becas). Sin estos tres elementos, no es posible competir. Más aún, la falta de competitividad debilita la capacidad de innovación.

En esa prospectiva, Carmen Pérez Esparrells plantea que las administraciones públicas podrían fijarse en los rankings para definir bien las prioridades, impulsar la internacionalización, realizar una financiación más selectiva, facilitar la creación de alianzas/fusiones de universidades y reforzar la gobernanza. Como vemos, son objetivos que utilizan los rankings para transformar la actividad universitaria, no un fin en sí mismo. Igualmente, creo que algunos autores son condescendientes con el programa Campus de Excelencia Internacional.

También podemos aprender de las buenas prácticas de las universidades estadounidenses. Pello Salaburu, de la Universidad del País Vasco, recuerda que hay margen de mejora dentro de la actual autonomía universitaria. Por ejemplo, en lo relativo al proceso de admisión de alumnos (se pueden aceptar o no unas selectividades u otras), en el diseño y orientación de los programas (sin agencias mediantes), la creación de una cultura de evaluación, la búsqueda de los mejores profesores (sin importar acreditaciones o antigüedades) y la selección del profesorado, la regulación mínima, la promoción de una cultura de competencia ligada a la responsabilidad, la promoción de la diversidad de la oferta y no la homogeneización de títulos, el buen gobierno de las universidades, la revisión del modelo de financiación o la apuesta por las tecnologías.

Por otro lado, Rafael Puyol (IE Business School y ex rector de la Universidad Complutense de Madrid) recuerda que los criterios de calidad de las escuelas de negocio se orientan hacia el mercado (reclutadores, empleadores). Las universidades, ahora, han descubierto que la proyección social y empresarial, así como la internacionalización sí deberían estar en la agenda de gobierno del Rector. Según Puyol, el criterio únicamente académico, alejado de su entorno, puede generar miopía.

En síntesis, un libro muy recomendable para continuar con la modernización y la profesionalización de las universidades españolas. Los rankings, aunque sea como excusa para realizar los cambios, pueden mostrarnos algunas pistas de qué convierte a las universidades internacionales en mejores centros y, más aún, en excelentes. Ojalá su lectura se prodigue.

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