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Bolonia en crisis

Acaba el curso académico y todo apunta que tendremos más cambios a medio plazo en las universidades españolas. No sabemos si esos vientos de cambio tendrán recorrido o se quedarán de nuevo en el cajón de los proyectos inacabados. A estas alturas, lo único cierto en la universidad es laincertidumbre. Por eso, leer el libro "Bolonia en crisis" del profesor Francisco Michavila es más que recomendable. Michavila, me aventuro, es nuestra mejor referencia para conocer cómo se gestionan y administran las universidades, así como las políticas educativas. Es un autor que leo con gusto y que recomiendo a todo el que se quiere adentrar en el mundo universitario.

Su obra es más necesaria que nunca. Aunque se trate de una recopilación de artículos y otras contribuciones, al volver a leer los textos descubro ideas que deberían estar ya en la mesa del Ministro. Si vamos a emprender una reforma, hagamos antes balance de Bolonia y de los nuevostiempos de incertidumbre y transformación digital. Más aún, como cita en varias ocasiones, es el tiempo de "Doing more with less", acertado título de la conferencia de la OCDE sobre educación superior que tuvo lugar en 2010.

En mi opinión, sobresalen varias ideas. La primera es la madurez del proceso de Bolonia. Hemos crecido, hemos creado nuevas oportunidades y espacios de educación, pero también hemos tocado techo. No basta con el modelo impulsado por la Declaración de Bolonia en 1999, porque catorce años después estamos ante unas nuevas circunstancias. Han cambiado los actores y las condiciones, por lo que también es necesario calcular el desarrollo educativo europeo.

Michavila pone el acento en la gobernanza universitaria, esa palabra mágica que se define como la ciencia y el arte de gobernar a medio plazo "promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía". No se trata pues del "falso debate del tamaño" (Harvard apenas llega a 20.000 alumnos, como Oxford, Stanford o Cambridge, mientras que La Sapienzaalcanza los 170.000, p.28-29). Más bien se trata de valorar los procesos de toma de decisiones, la odisea de cambiar de rumbo frente al statu quo. Como reconocía el propio Ministerio de Educación en 2010 "en el gobierno de las universidades pesa mucho más la satisfacción de los intereses interno (mantenimiento del peso de los grupos de presión, departamentos, colectivos) que la atención a las necesidades de la sociedad".

Porque es necesario innovar y dotarse los instrumentos necesarios para emprender un salto cualitativo. La innovación no es gratis: cuesta dinero y sacrificios. Ya veremos quién pone qué. Michavila recuerda que la ausencia de interdisciplinariedad es "una de las debilidades diagnosticadas de manera reiterada". Ya sabemos lo que nos pasa: pongamos remedio.

Los rankings tampoco son la panacea. Son buenos instrumentos para la realización de comparaciones, pero no deben ser "una obsesión". Si las universidades españolas compiten por la vía de la internacionalización de profesorado y alumnos, si se establecen mecanismos eincentivos a la investigación de calidad, si se vincula al produccióncientífica al mundo empresarial (spin-offs y emprendimiento universitario) y otras medidas parecidas, se mejorarán los resultados de las listas de la Universidad de Shanghai o el de The Times.

Michavila entra a fondo en una cuestión clave, que es la docencia. Recuerda repetidamente que existen estudios y medidas para que la docencia mejore, como los estudios de Ken Bain, otra autoridad en la materia. Igualmente, siguiendo la estela de Humbdolt, el catedrático vincula investigación y docencia. En tiempos de recortes, hay que recordar que la investigación es un requerimiento para una vida universitaria plena. No es una opción, sino una obligación para que latransmisión de saberes se actualice y se vincule con los avances.

Me quedo con tres conclusiones. Acierta Michavila al señala que "la dimensión española para medir la calidad es insuficiente". No nos hemos dotado de instrumentos para conocer lo que funciona y lo que no. Apenas, unas encuestas que tienden a mostrar resultados polarizados. Necesitamos más porque aquello que no se conoce no puede gobernarse adecuadamente. Cuanta más información tengamos sobre el comportamiento de profesores, PAS y alumnos, mejor nos irá a todos.

En esa línea, comparto la idea de cambio e innovación. Se resume en una idea sencilla: la universidad tiene que hacer cosas, pero sobre todo tiene que dejar de otras. Hemos venido creciendo con un modelo fordista. Ahora, en la sociedad digital, la universidad no puede reproducir elsistema industrial. Michavila sugiere muchas soluciones. Por concretar, me quedo con una: internacionalización de las redes de trabajo. Hay que abrir las puertas y ventanas para que fluya el talento.

Por último, me sumo a su idea: no basta con desearlo. Para que ser una universidad de excelencia, necesitamos competencia y responsabilidad, un enfoque abierto, profesores que se enfrenten a procesos competitivos de selección, la selección de directivos (Rector, decanos) de acuerdo a criterios de capacidad y esfuerzo, mejor reparto de las tareas docentes, investigadoras y de gestión, alumnos vocacionalmente dedicados a sus estudios y una mejor política universitaria. ¿Quién no lo firma?

Sígueme en Twitter: @juanmanfredi

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