Lagarde, en un tiovivo; Powell, en la montaña rusa extrema
Dado que el escenario mundial es tan volátil e imprevisible, razón de más para ni moverse ni dar señales de querer hacerlo


No hubo sorpresas en la reunión del BCE en su reunión celebrada en Florencia, ni Christine Lagarde dio tampoco la sensación de querer dar muchas pistas al mercado. La autoridad monetaria europea sí acordó iniciar el trabajo técnico para el euro digital, a la espera de que el escéptico ponente del PPE plantee su propuesta legislativa. Más allá de la versión electrónica de la moneda, la cara visible del euro optó por saltar turno, aunque su referencia a que algunos riesgos de enfriamiento han remitido dejó el terreno marcado a las palomas que puedan rondar el comité (Lagarde admitió diferentes opiniones sobre la inflación). El BCE no va a mover tipos en diciembre salvo sorpresa mayúscula, y la presidenta parece muy cómoda con el hecho de que sus intervenciones no sean necesarias a la luz de los datos económicos.
El lugar apacible que describe Lagarde en sus últimas comparecencias (con cierta insistencia, como ella ha reconocido) no puede contrastar más con la Reserva Federal, en medio de una tormenta perfecta donde lo de menos es que tenga que tomar sus decisiones casi a ciegas a causa del bloqueo del presupuesto federal. La falta de datos se suma a la incertidumbre sobre el impacto final en el mandato dual de la Fed, inflación y empleo, de las políticas de Trump, con capacidad para deteriorar las dos variables al tiempo. Con este panorama tiene que lidiar un consejo de la Reserva Federal profundamente dividido, como admitió anteayer Jerome Powell, atacado por todos los flancos desde la Casa Blanca y con una gobernadora, Lisa Cook, que conserva su puesto (de momento) gracias a la Justicia.
La labor de la política monetaria nunca es sencilla ni está exenta de grandes presiones, pero Powell está navegando mares hasta ahora inexplorados. Y Europa, por más que quiera, no puede sustraerse a esa situación. Las condiciones financieras internacionales (y en particular la Bolsa) dependen de la Reserva Federal más que de ninguna otra institución, y la debilidad comercial derivada de los aranceles pesa desde hace meses en las cifras económicas.
Así que, queramos o no, estamos sujetos al huracán Trump. Lo ha dicho sin decir Lagarde: parte del cóctel de riesgos nace de políticas económicas y de su implementación. Y eso explica también el relativo confort que transpira de la torre de Fráncfort: dado que el escenario mundial es tan volátil e imprevisible, razón de más para ni moverse ni dar señales de querer hacerlo. Ya se encargarán otros, probablemente, de agitar el tablero.

