Invertir el ahorro europeo es ya imprescindible
Los informes Letta y Draghi fueron disparaderos para constatar la urgencia, pero no han bastado para impulsar reformas

Pocas cuestiones de políticas públicas encuentran tanto consenso como la urgente necesidad de transformar parte del ahorro privado europeo en inversión productiva. Un consenso que choca, paradójicamente, con la apabullante lentitud de los avances en su materialización.
¿Cuál es la magnitud del problema? ¿Por qué seguimos estancados en el uso ineficiente de los enormes volúmenes de ahorro, uno de los grandes obstáculos para mejorar la competitividad europea?
La importancia de movilizar productivamente el stock y los crecientes flujos de ahorro en España y en Europa ha sido evidente desde hace muchos años. La globalización, la débil demografía, la insuficiente integración y un retraso en la innovación nos ha ido situando en una posición rezagada en relación con Estados Unidos y China. Para recuperar esta pérdida de dinamismo se necesitan ingentes recursos de inversión que solo pueden encontrarse en el muy abundante, aunque ineficiente, ahorro privado europeo. Es un mal endémico en toda Europa, grave en España y algo menor en países que, como Suecia, sí han sabido movilizar a los ahorradores hacia su condición de inversores.
En nuestro país, el mal uso del ahorro se percibe claramente en la caída continuada de la capitalización, de los volúmenes de contratación y de las salidas a bolsa. También en la disparatada, –hablamos mayormente de ahorro a largo plazo–, composición de los activos financieros en manos de los ciudadanos. No solo el porcentaje de ahorro en cuentas o depósitos casi no remunerados alcanza en España el 37%, –entre 10 y 12 puntos porcentuales más que el promedio de la zona euro–, sino que cerca de dos tercios del patrimonio en fondos se materializa en carteras con una expectativa de rendimiento muy baja.
De hecho, dos de los tres millones de euros de los activos financieros en España están colocados de forma que muy difícilmente mantendrán el poder adquisitivo por sus reiteradamente negativas rentabilidades netas reales. Cualquier estimación es aproximada y depende de los mercados, la inflación, los costes y la fiscalidad. Sin embargo, si solo la mitad del ahorro estancado se canalizara hacia la inversión productiva en capital empresarial, podrían sumarse anualmente entre 50.000 y 100.000 millones de euros al stock de ahorro, generando rendimientos actualmente perdidos que, obviamente, crecerían con interés compuesto. Y ello, además de generar unos recursos extraordinarios para la innovación económica, generaría financiación corporativa complementaria a la bancaria, –hoy casi inexistente para las pymes– y, desde luego, contribuiría a la creación de riqueza, mejorando las expectativas frente a unas jubilaciones amenazadas por la fragilidad de las pensiones públicas.
Hasta aquí la magnitud de la tragedia. Pero nos preguntábamos también por la razón del escaso avance en la resolución de este estancamiento inversor del ahorro. Y aquí hemos de citar una multitud de causas confluentes en una situación poco optimista.
Por supuesto, ante todo, la debilidad de la oferta. Los mercados de capitales europeos están disgregados y, con ello, tienen una insuficiente liquidez relativa. Además, tanto en los mercados públicos como en los privados, predominan empresas de menor capitalización y atractivo que las estadounidenses, cuyos mercados están más integrados y poseen un componente innovador más potente. Lo que hace poco podía considerarse apremiante, hoy resulta perentorio.
Los informes Letta y Draghi, elaborados a instancias de instituciones comunitarias, fueron disparaderos públicos para constatar la urgencia, pero no han bastado para impulsar políticas reformistas de calado, ni a nivel nacional ni de la Unión Europea. En Europa, lograr consensos nunca ha sido tarea fácil; pero más preocupante es que alcanzarlos no garantice su traducción en acción. En España, en línea con la política orientada a contar con mercados de capitales más integrados y atractivos, disponemos del Informe 2024 de la OCDE sobre la revisión de los mercados de capitales con recomendaciones concretas. Entre ellas, destacan cuentas de inversión atractivas con incentivos fiscales, la recuperación de instrumentos que favorezcan las pensiones de segundo y tercer pilar, un tratamiento del capital equiparable a las ventajas fiscales del coste de la deuda, y la promoción intensa de mecanismos de financiación alternativa a la bancaria para las pymes.
A esta oferta insuficiente y subóptima, se le añade una demanda retraída -tanto de inversores privados como institucionales- en toda Europa, creando un círculo vicioso que exige acciones en ambos lados de la ecuación.
Los inversores minoristas, en particular, adolecen de una pobre educación financiera e inversora, alimentada por décadas de experiencias negativas que les han alejado de los mercados. La publicación de la Estrategia UE en alfabetización financiera hace unas pocas semanas contiene propuestas adecuadas, pero, al quedar en manos de los Estados miembros, tienen un futuro incierto. El potencial inversor todavía sufre costes inapropiados, información poco adecuada, acceso insuficiente a un asesoramiento no sesgado y maltrato fiscal, además de unos factores psicológicos enquistados que lo disuaden de participar en los mercados.
Precisamente, para conocer mejor la situación de los ciudadanos, –ahorradores o no– EFPA ha presentado en Bruselas un ambicioso estudio cuantitativo sobre la “Salud Financiera de los europeos”. Se ha entrevistado a 14.300 personas de 10 países europeos (nueve de la UE y el Reino Unido) para examinar los indicadores y predictores que revelan el estado de la salud financiera entendida como la percepción de la situación personal, la sensación de seguridad y estabilidad, los objetivos y planes que manejan, los conocimientos autoevaluados, la percepción de fragilidad o estrés financiero, la capacidad de reacción a imprevistos, la preparación para la jubilación y otras actitudes hacia el dinero.
Los resultados ofrecen pistas valiosas, entre otros, sobre la falta de información y los sentimientos y actitudes sesgadas que deberían ser reconducidas con transparencia, educación y asesoramiento profesional. Imprescindible para que el enorme esfuerzo ahorrador de los europeos deje de ser, definitivamente, un mérito sin recompensa.

