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La selección del director
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sin Presupuestos se puede gobernar (malamente)

Que nos parezca normal que no haya cuentas del Estado desde 2023 no significa que lo sea. La pregunta es si Pedro Sánchez se resignará a instalarse en la parálisis o si meditará ir a las urnas

Ricardo de Querol

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Desde el Ejecutivo de Pedro Sánchez y su entorno se lanza el mensaje de que sí, claro, sería mejor tener Presupuestos del Estado para 2026, pero se añade que sin ellos se puede gobernar con cierta normalidad. Incluso hay quien desliza que es preferible que no haya cuentas del Estado, porque negociarlas en el endiablado escenario político actual obligaría a cesiones sustanciales a los socios, sobre todo a Junts (muy irritados por el fracaso de la transferencia a Cataluña de competencias en inmigración), pero también a Podemos. La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, se expresó así en esta entrevista: “Tenemos que intentar ganar los Presupuestos. Ahora bien, ¿se puede gobernar sin ellos? Sí”.

‌El martes pasado empezó a incumplirse lo previsto en la Constitución: “El Gobierno deberá presentar ante el Congreso de los Diputados los Presupuestos Generales del Estado al menos tres meses antes de la expiración de los del año anterior”. El 30 de septiembre expiraba ese plazo. Ni siquiera se han aprobado la senda fiscal y el techo de gasto, que anteceden a la presentación del Presupuesto. Todo indica que 2026 empezará con cuentas prorrogadas por tercer año consecutivo. Que nos parezca normal no significa que lo sea.

El truco que hay detrás de la aparente comodidad del Ejecutivo con la ausencia de unos Presupuestos renovados (siguen vigentes los de 2023) es que el maná de los fondos europeos permite realizar inversiones jugosas sin pasar por el penoso proceso de la negociación parlamentaria. Además, en junio Bruselas abrió la mano sobre cómo se ejecutan los Next Generation, ante los problemas de los países para aprovecharlos todos en tiempo y forma. Ahora bien, estas partidas de la UE están condicionadas a reformas que el Gobierno ahora no puede sacar adelante por su debilidad parlamentaria, así que en julio supimos que lo asignado a España se recortaba en 1.100 millones de euros por ese motivo. Es solo una pequeña parte de los 24.137 millones del quinto pago a España, pero indicativo de que si no hay mayoría para los Presupuestos, tampoco la hay para otras reformas comprometidas con Bruselas. Otra ventaja de la prórroga presupuestaria es que, por efecto del crecimiento económico y la inflación, la recaudación por impuestos sube sin necesidad de hacer nada para que así sea.

‌Cabe poner en cuestión la sinceridad del mensaje de que se está bien sin Presupuestos. Va ganando fuerza la expectativa de que, si se presenta el proyecto, aunque sea tarde, y es rechazado por el Congreso (quizás en su primer paso, la votación de la senda fiscal), el presidente del Gobierno medite ir a elecciones anticipadas en la primavera de 2026 (cuando pueden coincidir además algunas autonómicas). Escribió Aurelio Medel: “¿Y si Sánchez anticipa elecciones para movilizar el voto con Gaza y Vox?”. El horror por el genocidio en Palestina puede ser un factor movilizador del voto de izquierdas (como lo fue hace dos décadas la guerra en Irak), mientras cunde el miedo a la ultraderecha, tan radicalizada como robusta en las encuestas, lo que amenaza con hacer inviable el sueño de Alberto Núñez Feijóo de gobernar en solitario con su apoyo externo. El PP, incluso, se arriesga a empeorar su resultado de 2023 por el auge de Vox, según algunas encuestas. Que la economía vaya bien en sus grandes cifras (el PIB creciendo al 3,1%) también jugaría a favor del adelanto electoral, no vaya a torcerse en los dos años que quedan por las muchas incertidumbres globales.‌

Los socialistas daban por terminado lo peor de los escándalos de Ábalos, Koldo y Cerdán, aunque las nuevas revelaciones de la UCO sobre supuestos pagos en negro al exministro amenazan con volver al primer plano. Y creen que el caso contra Begoña Gómez no impacta igual en sus votantes porque ha calado la versión de que la esposa del presidente sufre una persecución del juez Peinado. Incluso se ha diluido el efecto de la ley de amnistía en los votantes socialistas. Y la siguiente patata caliente, la financiación singular catalana, de gran complejidad técnica y de muy dudosa viabilidad parlamentaria, y que puede tener un gran coste para el socialismo en algunos territorios, quedaría aparcada para otra legislatura en caso de disolución de las Cámaras. Recibiría una patada para adelante.

‌En contra de la idea de ir a las urnas en 2026 jugarían otros factores, pero hay uno más poderoso que todos los demás: que hay pocas dudas de que el bloque de la derecha sumaría mayoría absoluta, y que en ese caso PP y Vox acabarían pactando por muchas diferencias que exhiban (y van siendo menos, visto cómo se acerca Génova al discurso sobre la inmigración o sobre el aborto de su potencial socio). En ese supuesto, el único beneficio para el PSOE sería salvar su honra y un nivel de escaños parecido al actual. Puede aspirar a empatar o incluso ganar al PP, sea en votos o en escaños, vista la debilidad de los populares por la fuga de votos a Vox. Pero Sánchez no podría alcanzar una mayoría en el Congreso ni en la más optimista de las proyecciones, por las inevitables caídas de Sumar y Podemos, que separados lo harán mucho peor, y de otros de sus apoyos como el propio Junts, en parte devorado por Aliança Catalana. Es decir, el objetivo del hipotético adelanto sería sobrevivir al frente de la oposición y evitar un descalabro mayor, pero no ganar la reedición del Gobierno. Tampoco es tan seductor.

‌Especular es gratis, porque nada de esto lo decidirá nadie que no sea el propio Sánchez. Supongamos ahora que el presidente del Gobierno cumple su promesa de agotar la legislatura hasta 2027 aunque no consiga aprobar un solo Presupuesto en los cuatro años. El Gobierno mantendría el control del BOE, sí, eso no es poco. Seguiría manejando los fondos europeos, lo que permite repartir inversiones y aplazar ajustes fiscales, y sacaría adelante algunas medidas por decreto. Pero en las condiciones actuales no sería capaz de aprobar no solo las cuentas, sino tampoco una sola reforma de calado porque no hay forma de contentar a la vez a todos sus socios parlamentarios, Junts y Podemos los menos fiables.

‌Sí, se puede gobernar sin Presupuestos, y por lo tanto sin mayoría parlamentaria. Pero malamente, con las manos atadas. La pregunta entonces sería para qué sirve instalarse en la parálisis, más que para dilatar en el tiempo la esperable llegada al poder de las derechas. Ese objetivo es compartido por muchos, que temen la entrada de los ultras en el Gobierno, pero resulta un mensaje pobre, nada ilusionante. Es gobernar sin poder hacer mucho con tal de que no lo hagan otros que, presumiblemente, sí entrarían fuertes.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Director de Cinco Días y subdirector del área económica de EL PAÍS. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16', y fue director de 'Tribuna de Salamanca'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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