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La selección del director
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Es que tenemos que volvernos todos populistas?

El mercado asiste complaciente a la deriva autoritaria de Donald Trump, y la oposición demócrata trata de competir apropiándose de su lenguaje demagógico

Gavin Newsom

Un viejo debate se ha vuelto candente: ¿necesita el capitalismo a la democracia liberal? No siempre han coincidido ambos, ya sabemos. Las empresas y los mercados se han adaptado históricamente, cuando les ha hecho falta, a regímenes dictatoriales o a aquellos que ahora se llaman híbridos, de apariencias democráticas pero tendencias autoritarias. Desde los clásicos del liberalismo se da por hecho que la democracia es el mejor marco para los negocios, pero estos no se detienen cuando ese sistema se deteriora y emerge el cesarismo. En algunos casos hasta lo celebran, incluso lo propician.

Estos días los mercados asisten impasibles, o más bien complacientes, a la deriva autoritaria del presidente de EE UU, Donald Trump, capaz de asumir poderes que exceden sus competencias constitucionales; de desplegar tropas en Estados a los que quiere dar un escarmiento; de dinamitar el orden internacional, incluidas las reglas del comercio; que pretende destituir al presidente de la Reserva Federal y empieza con la gobernadora Lisa Cook, convertida en icono de la resistencia del banco central; que bombardea un barco venezolano en el mar Caribe al que vincula al narcotráfico. Y que quiere ser el CEO de América: da instrucciones a las grandes empresas, o las coacciona abiertamente, un modo de actuar más propio de un modelo de capitalismo de Estado, como el de China, que de lo que era la norma en Occidente.

Nada de esto ha perturbado a los inversores, muy excitados por los avances de la inteligencia artificial (atención: aquí se puede estar incubando una burbuja) y por los buenos resultados empresariales. Las Bolsas no están muy lejos de los máximos alcanzados en las últimas semanas, pese a las señales de corrección, por ahora moderadas. Abundan, sin embargo, los datos preocupantes, desde el tirón de las rentabilidades de la deuda soberana de EE UU a largo plazo a la debilidad del dólar y el precio récord del oro. Por no citar las expectativas de que, acabado el ciclo de recortes de tipos de interés en Europa, esté cerca el momento de volver a subirlos, como ha advertido Isabel Schnabel, miembro del BCE encuadrada en el sector de los halcones.

Sobre cómo lidiar con el trumpismo, es especialmente interesante el artículo de Berna González Harbour en EL PAÍS: “Este líder abre UN BELLO DEBATE”. No, no se nos han escapado las mayúsculas. Se refiere la autora a la nueva estrategia del gobernador de California, Gavin Newsom, la figura más señalada en un Partido Demócrata falto de liderazgos. Newsom ha decidido combatir a Trump con sus propias armas. No solo en la comunicación (escribe tuits al estilo trumpista, llenos de mayúsculas y arrogancia) sino también en la marrullería: California va a redibujar los distritos electorales de su Estado (“nuevos y bellos mapas que serán históricos”, escribió Newsom en tono de parodia) en beneficio de su partido, como antes han hecho los republicanos en Texas. Sostiene González Harbour: “El nuevo hábitat natural de nuestras democracias puede ser un esperpento”.

La reflexión es pertinente cuando asistimos a la degradación de las formas democráticas (y del fondo del sistema también, vean la separación de poderes). Aquí chocan los principios y la estrategia. Lo ideal y lo eficaz. Si la nueva derecha nacionalista y populista sigue conquistando poder, devorando a las derechas tradicionales, e inundando la conversación pública de mensajes demagógicos y viscerales, ¿tienen las fuerzas moderadas que adaptarse al nuevo lenguaje de la escena pública? Si un bando utiliza el insulto y la mentira sin coste alguno, o con manifiesta eficacia, ¿debe el otro bando pelear con una mano atada a la espalda? ¿Han estado los demócratas de EE UU haciendo política como se hacía en un mundo que ya no existe?

Las preguntas que despierta el método del gobernador de California son difíciles de responder. Aclararemos que el estilo bronco en política no lo ha inventado Trump, que la demagogia es una vieja conocida de la comunicación pública, y que la tentación populista alcanza a todas las fuerzas políticas en algún momento. Hemos vivido debates similares en España sobre las prácticas agresivas del ministro Óscar Puente en la red social X, antes conocida como Twitter. Pero es desolador llegar a la conclusión de que para combatir a los matones haya que comportarse como ellos. Hoy nos hace falta reivindicar los valores democráticos bajo asedio, y esos incluyen un estilo más elegante de hacer política. Entre los principios y la estrategia, uno debe elegir los principios. ¿Es eso ingenuo?

Este artículo es un extracto de la newsletter semanal La selección del director de Cinco Días, cada jueves en su buzón. Puede suscribirse en este enlace.

Sobre la firma

Ricardo de Querol
Director de Cinco Días y subdirector del área económica de EL PAÍS. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16', y fue director de 'Tribuna de Salamanca'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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