El viento a favor para la deuda española
La positiva percepción de los inversores no debe ocultar problemas de calado como el acceso a la vivienda


Dentro de un entorno benigno para la inmensa mayoría de los activos (y todavía más con las perspectivas de que Estados Unidos recorte el precio del dinero), la deuda española vive un momento particularmente dulce. La prima de riesgo, diferencial de la deuda a 10 años respecto a la alemana, se ha estabilizado en niveles por debajo de los 60 puntos básicos, niveles que no se veían desde la gran crisis financiera.
No es solo la complacencia de los inversores: el fin de semana, además, se saldó con dos revisiones al alza del rating que se suman a una tercera de hace apenas dos semanas. España ha abandonado el vagón de cola dentro de la categoría de grado de inversión, y tiene todos sus ratings con una calificación mínima de A.
En el caso de S&P, está a apenas un escalón de la doble A, una categoría de alta calidad por la que el mercado, en realidad, ya está pagando. De hecho, dentro del mundo de la renta fija, los inversores suelen lamentar que las revisiones de rating llegan tarde, al alza y a la baja. En 2009, para cuando llegó el primer recorte (y España tenía calificación triple A), la prima ya estaba en 100 puntos básicos.
Con una presencia creciente de inversores extranjeros y fuerte demanda de deuda española en cada subasta (y aún mayor en las colocaciones sindicadas), el acceso al mercado es de primer nivel, lo que permite una gestión más que ordenada. El recorte de los objetivos de emisión para 2025 es un ejemplo. La positiva percepción de los inversores y unas cifras macroeconómicas envidiables (al menos en Europa) no deben ocultar problemas de calado como el acceso a la vivienda, el pobre desempeño de la productividad o el reto demográfico.
Con todo, ver cómo invierten los gestores de fondos ayuda a relativizar una política que hiperventila por encima de sus posibilidades (que ya es decir). Los inversores, o no ven las tertulias, o no las escuchan.
Solo queda esperar que los Gobiernos, el actual y los que vengan, aprendan de nuestro vecino del norte. Las comparaciones con Francia son socorridas, y obedecen a motivos geográficos, históricos, culturales y quizá hasta deportivos. Pero, hoy, es un espejo en el que cabe mirarse desde el punto de vista financiero. El mercado puede perdonar, y lo hace de forma casi sistemática, la inestabilidad política, pero para que eso ocurra las cuentas deben estar más o menos en orden. Y la confianza, que tan difícil es de construir, se pierde con mucha mayor facilidad.

