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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La partida de ajedrez de AstraZeneca pone al Reino Unido en jaque

La firma saldrá a Bolsa en Nueva York, pero no llega a dar el paso de trasladar allí su cotización principal

Pascal Soriot acaba de elevar la presión sobre Keir Starmer. El CEO de AstraZeneca dijo ayer que va a sacar a cotizar las acciones de la firma directamente en EE UU, pero no llegó a dar el paso definitivo de trasladar allí su cotización principal. Si fuera una partida de ajedrez, tendría al primer ministro británico en jaque.

Una lectura superficial sugeriría que no hay mucho de confrontación. La firma reitera su compromiso con Londres y sostiene que su plan de Nueva York solo tiene como objetivo vender más acciones a un mayor número de inversores. Ahora, Astra usa certificados de depósito de EE UU (ADR), que son menos líquidos debido a que el número de accionistas que pueden comprarlos es limitado.

Pero el enfrentamiento sigue ahí. A principios de mes, Astra suspendió una inversión de 230 millones en Cambridge que iba a crear 1.000 empleos. Esto se dio tras la cancelación de una fábrica de vacunas de 515 millones en enero. Detrás se esconde una disputa sobre el precio de los medicamentos. Astra quiere que Reino Unido gaste más en fármacos innovadores como su revolucionario tratamiento contra el cáncer de mama, Enhertu.

El problema de Starmer es que hay una lista cada vez mayor de razones para que Astra se traslade al otro lado del océano, más allá de la liquidez. En 2024, la firma obtuvo el 40% de sus 46.000 millones en ventas en EE UU, pero para alcanzar el objetivo de ingresos de Soriot para 2030, de 68.000 millones, el país tendrá que aportar el 50%, según una fuente cercana. También hay una lógica clara para invertir más en EE UU: Donald Trump ha anunciado aranceles del 100% sobre las importaciones farmacéuticas, pero ofrece exenciones a las empresas que se comprometieran a hacer grandes inversiones multimillonarias en la fabricación en el país.

Starmer no está en jaque mate. A diferencia del grupo de juegos Flut­ter o la constructora irlandesa CRH, que mudaron su cotización principal a Nueva York, EE UU supone una minoría de los ingresos de Astra. Las bonitas palabras de Soriot sobre sus vínculos con Gran Bretaña no son solo eso: su firma se beneficia mucho de las ciencias de la vida y las instituciones académicas de Reino Unido, como Oxford y Cambridge.

Aun así, en última instancia, Astra es la segunda firma más valiosa del FTSE 100, y perder su cotización principal sería un duro golpe para Londres. Eso deja a Starmer en una batalla defensiva con peones en vez de reinas. Ahora parece más probable que haya alguna concesión.

Nuevo jefe en GSK

Para Luke Miels, que pronto sustituirá a Emma Walmsley como CEO de GSK, las fusiones tendrán una relevancia especial. Empieza con el lastre histórico de un lento crecimiento de los ingresos y una baja valoración. Si le sumamos el balance relativamente saneado del grupo británico, parece probable un derroche.

Walmsley, que dejará el puesto a principios de 2026 tras nueve años, ha dirigido la mayor reor­ganización de la historia de GSK. Separó Haleon, el negocio de fármacos de consumo, en un intento por enfocarse y añadir algo de potencia al balance del negocio de medicamentos básicos, que estaba en crisis. Además, elevó el gasto en investigación y la inversión en nuevos talentos, incluyendo el fichaje de su sucesor, Miels, procedente de AstraZeneca. La fórmula de Walmsley fue probablemente la correcta. Berenberg estima que el retorno de la inversión en investigación está siendo del 10% desde 2020, por encima de su coste de capital.

Aun así, es probable que los retos aumenten. Uno es el crecimiento, agravado por la pérdida de exclusividad de fármacos clave, sobre todo el tratamiento contra el VIH dolutegravir. Las ventas anuales en ese segmento podrían caer a 4.300 millones en 2030 desde los 6.000 millones de 2024, según Visible Alpha. GSK confía en su capacidad de crecimiento: aspira a más de 40.000 millones en ventas para 2031. Y cuenta con fármacos prometedores, como Blenrep, para el mieloma múltiple, que espera que genere más de 2.500 millones en ventas.

Pero esos objetivos siguen pareciendo ambiciosos. Por un lado, las previsiones de los analistas apuntan a unas ventas de solo 29.000 millones en 2031. Y es probable que el contexto político se complique: los esfuerzos de Trump por reducir los precios de los fármacos afectarán a las ventas, al igual que el escepticismo de su Administración hacia las vacunas, que en 2024 representaron más de un cuarto de los ingresos de GSK. Esta podría generar un crecimiento anual compuesto de las ventas inferior al 2% entre 2025 y 2030, menos de la mitad de la media de AstraZeneca, Sanofi, Novartis y Roche, calculamos.

Así que Miels probablemente tendrá que rascarse el bolsillo. GSK sigue sin estar presente en el sector de la obesidad. Entre los candidatos a ser adquiridos podría estar Viking Therapeutics, valorado en 2.600 millones. GSK tiene mucha potencia. Su deuda es algo más de una vez el ebitda de 2024, que fue de casi 11.000 millones. Eso implica quizá un fondo de guerra de 20.000 millones, suponiendo un límite de apalancamiento superior de tres veces.

Los retos se reflejan en el pésimo precio de la acción, que, con menos de nueve veces los beneficios futuros, implica un importante descuento con respecto a sus homólogos europeos. En teoría, podría incluso atraer a un rival: Pfizer intentó en su día comprar AstraZeneca. Londres podría interferir en todo movimiento de este tipo, ya que es una industria clave. Pero las prioridades políticas cambian, al igual que los Gobiernos. De una forma u otra, el mandato de Miels podría verse condicionado por las fusiones.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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