Mare Nostrum, ‘mare calidum’: el coste económico de un Mediterráneo en llamas
El calentamiento pone en jaque el modelo turístico tradicional y, con él, la estabilidad financiera de millones de personas
El azul del mar Mediterráneo ha sido sinónimo de prosperidad para sus países ribereños. El turismo de sol y playa ha tejido una red de empleos, inversiones, infraestructuras y servicios que hoy constituye el corazón económico de muchas regiones. En Grecia, el turismo representa el 25% del PIB. En España, el 12,3%. Y, en comunidades insulares como Baleares o Canarias, su peso supera el 40%. Sin embargo, esta economía azul, tan dependiente del atractivo natural y la calidad ambiental, está empezando a resentirse. El calentamiento acelerado del mar, con sus impactos en los ecosistemas, el confort climático y la salud, pone en jaque el modelo turístico tradicional. Y, con él, la estabilidad económica de millones de personas.
El turismo mediterráneo no se vende solo con sol. Se vende con playas vírgenes, fondos marinos vibrantes, buena gastronomía, brisas refrescantes al atardecer y una sensación de bienestar asociada al paisaje costero. Pero esa imagen idílica está agrietándose. Quien hoy bucea en una reserva marina de Ibiza o Menorca puede encontrar praderas de posidonia con manchas grises, arrecifes sin vida, fondos turquesa sustituidos por marrones turbios.
A ello se suma el deterioro de la experiencia costera más básica: el baño. En 2024, la temperatura del mar en Mallorca alcanzó los 31°C. Un baño a esas temperaturas no refresca, agobia. El investigador Francisco Pastor, del Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo, ya ha advertido de que el confort climático está en retroceso, y que los turistas podrían tender a evitar el pico del verano, desplazando la temporada alta a otras estaciones. Un cambio que implicaría reconfigurar todo el sistema turístico.
Pero los impactos económicos no se quedan en la percepción térmica. El cambio climático marino también aumenta la frecuencia de fenómenos extremos. La dana de octubre de 2024 es un ejemplo: aguas anormalmente cálidas potenciaron una tormenta devastadora que inundó zonas turísticas, interrumpió vuelos y causó daños millonarios. Las aseguradoras advierten: el riesgo climático en el litoral está aumentando y, con él, las primas. La inversión pública en drenajes pluviales, planes de evacuación y protección de infraestructuras se vuelve imprescindible. Y cara.
La pérdida de biodiversidad también afecta al sector pesquero, íntimamente ligado a la gastronomía turística. Menos posidonia significa menos hábitat para peces. Menos peces, menos capturas. En Baleares, la flota artesanal lleva años alertando del descenso de especies clave. Si el pescado fresco desaparece, la oferta culinaria local se empobrece. Restaurantes y hoteles lo notan. Y los visitantes también.
Otro coste silencioso es el reputacional. Las noticias sobre plagas de medusas o alertas sanitarias en playas empiezan a circular en medios internacionales. La marca Mediterráneo puede perder valor si se asocia con insalubridad, incomodidad o peligro. Si no actuamos, otros enclaves podrían posicionarse como alternativas más deseables.
Además, el aumento del nivel del mar y la regresión de playas por pérdida de posidonia amenazan el recurso físico más importante del turismo litoral: la franja de arena. En Baleares, la investigadora Núria Marbà ha estimado que podríamos perder más del 50% de las playas si no se actúa. Esto implica menos espacio para toallas y hamacas, menos ingresos, menos atractivo y un coste elevado en medidas de contención.
Las empresas turísticas se enfrentan a nuevos desafíos. Mayor gasto energético por más aire acondicionado, necesidad de adaptar instalaciones a temperaturas extremas, presión para cumplir con estándares de sostenibilidad. Y una demanda más exigente, que penaliza la pasividad climática. Pero muchas pymes carecen de recursos para invertir en adaptación.
A veces, para entender la magnitud de un problema debemos cambiar la perspectiva. Pensemos en el mar como si fuera un jardín. Imaginemos dos hoteles gemelos, idénticos en precio, calidad y ubicación. Uno tiene un jardín exuberante, lleno de vida, con flores, árboles sanos y pájaros cantando. El otro tiene un jardín descuidado, con la hierba seca y olor nauseabundo. ¿Cuál de los dos tendría mejor puntuación, más reservas y mayor tarifa media? El primero, sin duda. El mar es ese jardín compartido del turismo de costa. Y, si lo dejamos morir, lo que se degrada no es solo el paisaje: es el valor mismo de la experiencia turística.
Invertir en restauración marina no es un lujo ni una filantropía. Es una inversión estratégica con retorno. Restaurar posidonia, recuperar arrecifes, frenar la contaminación o mejorar la gestión del litoral genera beneficios: estabiliza playas, mejora la calidad del agua, refuerza la biodiversidad y, con ello, revaloriza el destino turístico. Es economía circular aplicada al territorio.
La economía azul del Mediterráneo está en números rojos si no corregimos el rumbo. El turismo no desaparecerá de un día para otro, pero su modelo actual está en riesgo. Y, con él, los empleos, las inversiones y la cohesión social de muchas regiones costeras.
Necesitamos un cambio de paradigma. Apostar por un turismo desestacionalizado, diversificado, de menor impacto y mayor valor añadido. Invertir en protección y restauración de ecosistemas costeros. Establecer sistemas de alerta climática y sanitaria robustos. Promover la eficiencia energética en hoteles y el consumo responsable en restaurantes.
El turista de calidad elegirá con conciencia. Y, si no cuidamos el Mediterráneo, el Mediterráneo dejará de ser su elección. El mar nos ha dado prosperidad. Es hora de devolverle el gesto. Salvar su salud es salvar nuestra economía. Y aún estamos a tiempo.
Inma Farran es fundadora y presidenta ejecutiva de Fundación Ona Futura
