Powell, en Jackson Hole, solo ante el peligro (Trump)
El presidente de la Reserva Federal no tiene nada que perder, y aprovechará para dejar clara la independencia del organismo

El título del symposium de banqueros centrales en Jackson Hole (Wyoming, EE UU) del día 21 al 23 es aséptico: Mercados laborales en transición: demografía, productividad y política macroeconómica. Pero generará bronca desde el presidente Trump hacia Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal (Fed, banco central de Estados Unidos.
Da igual lo que diga Powell el viernes 22: Trump le atacará. Aunque Powell anunciase (no puede hacerlo: la decisión está en manos de 12 miembros) una tremenda bajada de los tipos de interés federales, Trump encontraría motivos para “ponerle a bajar de un burro”. Es una cuestión personal, para Trump: Powell, a quien él nombró en 2017, le lleva la contraria, algo que Trump lleva muy mal.
Máxime, porque la defensa numantina de Powell se sustenta en tres puntos: 3) el presidente no le puede despedir; 2) Powell se parapeta en datos y no en opiniones o posiciones ideológicas; 1) la Reserva Federal es independiente de la Casa Blanca, algo que el Tribunal Supremo recordó en mayo a Trump, asevera esta semana John Cassidy en The New Yorker, autor de How markets fail: the logic of economic calamities.
La Fed depende de los bancos. Y viceversa, porque es el “prestador de último recurso, repite hasta la saciedad Ben Bernanke, expresidente de la Fed, en sus 14 libros (The Federal Reserve and the financial crisis, especialmente relevante). Provee de liquidez al sistema financiero. Y tiene doble mandato: estabilidad de precios (control de la inflación) y promover el empleo.
El discurso de Powell del día 22 proveerá un panorama económico global mundial y de la economía americana. Con inflación del 2,7% interanual y tasa de desempleo del 4,2% (datos de julio), Powell puede mostrar un buen expediente. Pero será tan austero en palabras como el marco en que las dirá: el parque natural de Jackson Hole es tan sobrio como un parador nacional, y la antítesis del gusto de Trump por la brillantez del oro, que hoy abunda en el Despacho Oval, en las Torres Trump y Mar-a-Lago.
Powell mencionará su preocupación por el potencial efecto inflacionario de los aranceles de Trump. Aunque lo dirá en un tono tan suave como en susurros hablaba su predecesora, Janet Yellen. A ella le acusaban de ser dove (paloma, blanda), aunque su forma de hablar escondía tesón, fortaleza y templanza. Su antecesor, Ben Bernanke recibió el insulto de “académico” –y lo era: recibió un premio Nobel de economía conmemorativo–, pero le tocó lidiar con la Gran Recesión. Siendo republicano nombrado por George Bush hijo, colaboró estrechamente con Barack Obama y el secretario del Tesoro Tim Geithner, demócrata, con quien escribió Firefighting: the financial crisis and its lessons, obra también firmada por el expresidente de la Fed, Henry Paulson, republicano.
Paloma y académico son calificativos suaves comparados con los que Trump ha dedicado a Powell: “moron” (imbécil), “numbskull” (zoquete), “Mr. Late” (por no bajar a tiempo los tipos de interés). Powell sabe que no será despedido antes de que acabe su mandato, en mayo de 2026. Y es consciente de que no será renovado en su cargo. No tiene nada que perder: Jackson Hole es su oportunidad para, ante un auditorio mundial, dejar clara la independencia de la Reserva Federal respecto al poder político. En circunstancias normales, no haría falta recordarlo.
En el pasado, los presidentes de la Fed colaboraban con el poder ejecutivo, si este no se inmiscuía en su terreno. Así, Alan Greenspan (presidente de la Fed durante 18 años) distingue entre Reagan (“ni entiende de economía ni quiere entender”) y Clinton (“el mejor presidente de EE UU en lo económico”) en su obra La era de las turbulencias, donde narra cómo Clinton se dejó aconsejar por los expertos durante las crisis financieras de México (1994) y de los mercados asiáticos (1997). Clinton giró al centro a favor de la clase media y, durante su mandato se crearon 24 millones de empleos. Con Obama, colaboró el republicano Bernanke y, desde junio de 2009, la economía no dejó de crecer y crear empleo, con la excepción de la crisis de la covid, que le tocó a Trump en el último año de su primer mandato.
Powell podría mencionar lugares comunes sobre los temas del encuentro: el mercado laboral norteamericano pierde fuelle en los últimos meses. La demografía en Occidente cae hace décadas y el mercado de trabajo depende cada vez más de la inmigración. La productividad disminuye desde 1970, con la excepción del período 2004-2014, gracias a las tecnologías de la información. Powell hablará de inteligencia artificial y otras tecnologías de la digitalización, pero, en intervenciones previas, destacó la disrupción causada por estas tecnologías y el interrogante que generan sobre la productividad. Daron Acemoglu, Nobel de economía por sus aportaciones en esta materia, muestra que, por ahora, la IA mejora la productividad solo marginalmente.
Mientras, los resultados empresariales son excelentes, especialmente en el sector tecnológico digital, tanto por sus negocios tradicionales como por las expectativas generadas por la inversión en infraestructuras de inteligencia artificial, data centers, redes de telecomunicaciones, procesadores y semiconductores. Los mercados de valores obvian un potencial aterrizaje suave de la economía o los avisos de recesión, fruto del frenazo a la globalización y el comercio mundial.
Powell, en su discurso, podría seguir la máxima de Churchill en sus memorias: “Si le vas a pegar un tiro a alguien, ¿qué te cuesta hacerlo sonriendo?”. Hay palabras, como las miradas, que matan.
Jorge Díaz-Cardiel es socio director de Advice Strategic Consultants, autor de ‘Trump, año de trueno y complacencia’

