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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En política, los regalos no son gratis

El presidente de Estados Unidos administra su país como quien gestiona una empresa, pero tiende a olvidar su objeto social

Donald Trump y el emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, en Doha.
CINCO DÍAS

Aceptar un jet de lujo regalado por la familia real de Qatar es el último capítulo de una serie de decisiones de la Administración Trump sobre las que sobrevuela la sospecha del conflicto de interés. Estas y otras acciones –como pueden ser los movimientos de su conglomerado empresarial en el mundo cripto– contribuyen, grano a grano, al desprestigio no solo de la Casa Blanca, sino del país como mercado fiable. El viernes mismo, Moody’s rebajó su calificación crediticia.

Desde conceder la dirección de una agencia externa de recorte de gasto gubernamental –sin cargo público oficial– al CEO de Tesla y hombre más rico del mundo, Elon Musk, hasta la presencia relevante de los empresarios más poderosos de la tecnología en su investidura o sus viajes oficiales, el presidente de Estados Unidos ha estrechado la ya fina línea que separaba al Ejecutivo del mundo empresarial. Con el peligro que ello conlleva.

Y, por mucho que Trump defienda que el avión valorado en 400 millones de dólares es un regalo al departamento de Defensa –aunque, dice, pasará a pertenecer a la biblioteca presidencial tras su salida de la Casa Blanca–, aceptarlo es, cuando menos, poco estético. Aún más si se tiene en cuenta que una de sus compañías acaba de anunciar un resort de lujo en Qatar, que será construido por una compañía de Arabia Saudí.

El presidente de Estados Unidos administra su país como quien gestiona una empresa, pero tiende a olvidar su objeto social. O lo confunde con el de sus compañías: mientras que aboga sin paliativos por el mundo cripto –reserva pública y legislación favorable incluidas–, World Liberty Financial, la firma de criptomonedas de su familia, lanza una divisa respaldada al 100% por bonos del Tesoro, y cuyo valor se dispara tras un acuerdo con una firma estatal de Abu Dabi.

“Solo la gente estúpida rechaza regalos”, ha afirmado Trump cuando se le ha preguntado por el conflicto de interés que puede suponer aceptar el avión catarí. La cuestión, sin embargo, es que un presidente no es un ciudadano cualquiera. Igual que no se puede obviar el regalador y qué puede esperar a cambio. Como bien señalaba el liberal Milton Friedman, no existe tal cosa como una cena gratis. Para ser ética, una posición debe ser, primero, estética. No parece, de momento, que Trump esté cumpliendo con estos axiomas.

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