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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Estados Unidos se ha convertido en un riesgo sistémico

En la dinámica del ‘juego del gallina’ que ha inaugurado Trump no hay nada decidido

Donald Trump baja del Air Force One.

Los problemas que Trump atribuye a la economía estadounidense tienen su origen en su propio país. Desde 2020 la deuda total de Estados Unidos ha subido 13 billones de dólares USA (trillones), es decir, 2,6 billones por año durante 5 años consecutivos hasta un total de 36,2 billones. El tipo de interés promedio es ahora del 3,2%, el más alto desde 2010, por lo que el gasto en intereses supera el presupuesto de defensa. Este año el país tiene que refinanciar 9,2 billones de dólares de los que casi el 70% vence entre enero y junio, y ello hace que Estados Unidos necesite recortes de tipos para que los costes de la deuda no sean tan altos. En 2024 el Gobierno federal estadounidense gastó un total de 6,4 billones de dólares e importó solo 3,3 billones en bienes. Ni siquiera un arancel del 100% sobre todas las importaciones sería suficiente para financiarlo, y cualquier arancel de ese nivel también reduciría drásticamente las importaciones, los ingresos estadounidenses y aumentaría los costes a la economía.

Los aranceles aumentan los ingresos del Gobierno de forma ineficiente en comparación con otros impuestos. El 60% de los ingresos del Gobierno federal en los últimos años proceden de impuestos sobre la renta personal y corporativa (24,7 billones de dólares en 2024), una base imponible más estable que la de los aranceles. Pero además del impacto negativo en el crecimiento económico, incluso si Trump seleccionara cuidadosamente aquellos aranceles que generan más ingresos e impusiera unas tasas exageradas, por ejemplo un 50%, estos sólo representarían el 40% de los generados por los impuestos sobre la renta actuales en Estados Unidos para personas físicas y jurídicas, según datos del Instituto Peterson de Economía Internacional.

En el Memorando sobre Comercio y Aranceles Recíprocos de febrero se refleja la creencia de que hay países que imponen tasas más altas a las exportaciones estadounidenses que las que aquel país impone a sus productos. Sin embargo, es una falacia: el arancel promedio que los miembros de la UE aplican a los productos estadounidenses es tan solo del 5%, similar al promedio estadounidense sobre los productos europeos (del 3,4 %). La balanza comercial de un país está determinada por el equilibro entre ahorro e inversión y un gigante como Estados Unidos, con una baja tasa de ahorro y una alta tasa de inversión, tiene prácticamente garantizado un déficit comercial dadas las entradas de capital del exterior necesarias para financiar dicha inversión.

Aquellas personas no estadounidenses que ganan dólares gracias a la venta de sus productos allí tienden a usar esos dólares para comprar activos americanos, acciones, bonos y bienes raíces en lugar de productos manufacturados. Si reducir el déficit comercial es el objetivo de Trump, su Administración puede rebajar el déficit presupuestario federal y, si lo logra, el endeudamiento federal disminuirá, las tasas de interés bajarán y el capital extranjero se sentirá menos atraído por los activos estadounidenses. Trump asegura que lo que persigue es reindustrializar y reequilibrar la relación comercial, pero en una economía como la americana, que está por encima de su capacidad máxima, un mercado laboral ajustado y controles migratorios planificados se producirán restricciones para expandir la oferta interna.

La capacidad industrial estadounidense no puede satisfacer su demanda interna y por eso la UE ha mantenido durante mucho tiempo un superávit en el comercio de bienes, en el que han predominado las máquinas, los automóviles y los productos químicos; por tanto, pase lo pase, la UE seguirá siendo un socio indispensable para aquel país. Gran parte de la manufactura avanzada de Estados Unidos se subcontrata a Europa y Asia. Por su parte, Europa depende principalmente de Estados Unidos para sus servicios de tecnología y software, pero parte de una posición sólida en varias industrias clave: la manufacturera desempeña un papel mucho más importante en la economía de la UE, donde de media representa el 16,4% del valor añadido bruto, que en la de Estados Unidos, donde tan solo es del 11%. Además, el sector emplea en Europa a 30 millones de personas frente a tan solo 13 millones en Estados Unidos. Si bien la tecnología estadounidense es muy rentable, la industria emplea a tan solo 6,5 millones de personas y, según los datos de Centro para la Reforma Europea, la manufactura es la que impulsa el escaso crecimiento de la productividad que aún genera Europa. Es cierto que las tecnologías digitales han impulsado la productividad en EE. UU, pero en las cinco economías más grandes de la eurozona, la denominada manufactura de tecnología media –como la automoción y la construcción de maquinaria– ha dominado los 10 sectores principales con uno de los crecimientos de productividad más rápidos desde 2012. Incluso para financiar incrementos considerables e inmediatos del gasto en defensa, la UE necesitará los ingresos generados por su sector industrial para generar ingresos fiscales y mantener niveles de deuda sostenibles. Por ejemplo, ASML, considerada ampliamente como la empresa tecnológica más importante de Europa, se dedica a la fabricación de maquinaria. Las exportaciones de tecnología limpia representan el 4% del PIB de Alemania, una cifra sin parangón en ninguna otra economía del G-7, ni siquiera en China. Y hay que añadir también que Europa no solo produce más vehículos que Estados Unidos y un 50% más de acero, sino que Airbus también produjo el doble de aviones que Boeing, en crisis, en 2024. Y además Europa mantiene industrias clave para la producción de defensa como la siderúrgica y la química, aunque se ven afectadas por los altos costos energéticos. Sin duda se necesita hacer inversiones, ajustar las políticas y ampliar el sector tecnológico europeo, pero en ello Europa no depende de EEUU; en la dinámica del juego del gallina que ha inaugurado Trump no hay nada decidido.

Los aranceles recíprocos van a suponer un incremento de la tasa arancelaria de en torno a un 23%, niveles no vistos desde el arancel de Smoot- Hawley en 1930. Una tasa arancelaria del 20% para todas las economías del mundo contraería el PIB americano en un 1,6% y el del mundo en un 0,9%, a la espera del impacto en el empleo. En una declaración pública de más de mil profesores de economía de Harvard, Columbia y Chicago contra el arancel de Smoot- Hawley se decía: “Estados Unidos se enfrenta ahora al problema del desempleo. Los que proponen aranceles más altos aseguran que un incremento en las tasas creará empleo para los parados. Esto no es cierto. No podemos aumentar el empleo restringiendo el comercio”. En el momento en que se aprobaron aquellos aranceles en junio de 1930, la tasa de desempleo era del 6%, un año después del 15% y un año más tarde alcanzaba el 26%. A pesar del aplazamiento de 90 días en la aplicación de los aranceles a todos los países menos a China, las decisiones económicas de Trump son como una montaña rusa y hoy, como entonces, Estados Unidos se ha convertido en un riesgo sistémico y el término geoestrategia, en un eufemismo.

Carlos Balado es profesor de OBS Business School y director de Eurocofín.

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