Seguir el juego hasta el final, por la democracia
Parafraseando a Ortega: demócratas europeos, ¡a la tarea!

“Nuestra prosperidad y nuestra seguridad no están garantizadas” dijo Macron. Ni nuestra democracia, añado. La explosiva llegada a la Casa Blanca del nuevo inquilino y su mesnada, empieza a provocar la reacción del resto de jugadores en un tablero mundial más complejo de lo que, quizá, son capaces de entender desde el Despacho Oval. Empezando por aquellos tribunales que han frenado algunas de sus órdenes ejecutivas más disparatadas, por los socios comerciales que han subido los aranceles a los productos americanos como respuesta al neoproteccionismo trumpista o por el mercado financiero, cuyas importantes fluctuaciones, anticipa los problemas que a la economía y a los consumidores americanos les va a provocar las medidas populistas del nuevo Presidente. Incluso Europa da pruebas de haberse enterado ya de que ha cambiado radicalmente las reglas del juego y que se encuentra, en estos momentos, rodeada por Trump y Putin, que comparten ser enemigos de los valores occidentales. ¿Resistiremos los europeos el ataque cruzado como hicieron los ucranianos cuando la invasión imperialista rusa que esperaba ser un paseo militar y lleva tres años atascada en una guerra de desgaste?
La reunión de Londres convocada por el premier británico es un signo en la dirección de plantar cara. En primer lugar, porque supera los límites institucionales de la UE (Reino Unido se salió, pero es, junto con Francia el otro país que puede desplegar un paraguas nuclear sobre el continente) y, también, porque se habla explícitamente de cooperaciones reforzadas y geometrías variables dando por hecho que la actual UE es poco útil porque hay en ella gobiernos y fuerzas políticas en alza, que se han alineado con Putin y con Trump en sus estrategias de debilitar a Europa.
Estamos viviendo la aceleración contundente de tendencias que ya habíamos detectado hace tiempo. El concepto de autonomía estratégica, vinculado a la defensa europea, aparece en 2013 y se desarrolla en el Consejo Europeo en 2016, tras la primera victoria de Trump. La pandemia de 2020 evidencia los riesgos para Europa de una excesiva dependencia de productos estratégicos con largas cadenas de suministros cuyo control se nos escapa. Se amplía, pues, el concepto de Autonomía Estratégica Abierta para incluir productos tecnológicos o tierras raras, imprescindibles para la revolución verde y digital. Aunque la victoria de Biden redujo riesgos y ralentizó la búsqueda de autonomía, la presidencia española de 2023 se centró en desarrollar dicha estrategia que busca que la UE no dependa tanto de otros, refuerce su soberanía y capacidad de actuar con independencia en el ámbito internacional.
La invasión de Ucrania (2022) y la posterior crisis energética, al interrumpirse el suministro de gas ruso por las sanciones, evidencia las debilidades europeas en defensa, ya conocida, y en energía, que se sumaban a la que arrastrábamos en el ámbito de la tecnología (microprocesadores e IA). Se aprueba, entonces, la Brújula Estratégica que busca una estrategia común y unos objetivos concretos a cumplir en la política de seguridad y defensa.
La batalla arancelaria y comercial es muy mediática, de efectos inmediatos y muy perjudiciales. Pero no puede desviarnos de los fundamental. Quienes buscan alcanzar un nivel de autonomía para Europa tal que le permita mantenerse independiente en sus decisiones frente a sus adversarios, deben moverse con suma rapidez en tres ámbitos esenciales: energía, tecnología y defensa, con un denominador común: conseguir una mayor integración en estos sectores por parte de aquellos países dispuestos a dar el paso adelante. En energía, seguimos siendo demasiado vulnerables por la dependencia del gas (16% de la demanda eléctrica) importado, ahora, de EE UU que afecta al suministro y a los precios. A pesar del avance en renovables que ya cubren un 40% de la demanda, el carbón sigue presente (10%) y la nuclear es la principal fuente individual proporcionando el 24%. Por tanto: eliminar el carbón, reducir el gas, ampliar las renovables y mantener, como mínimo, la nuclear (cerrarlas en España es, ahora, mayor disparate, incluso, que antes).
Europa se desliza hacia la irrelevancia tecnológica. La soberanía en este campo implica ser más ambiciosos, no tanto en los objetivos del Reglamento de Chips, sino en ritmos, eliminación de regulación burocrática que rompe el mercado único y, ligado a ello, en esfuerzo inversor. A título de ejemplo, el plan de chips para Europa viene respaldado por una movilización de inversiones públicas y privadas de 43.000 M de euros, a comparar con los 280.000 millones dólares del equivalente americano que ya va muy por delante de nosotros en la carrera, así como China de quien nuestra dependencia es excesiva en este campo tan básico hoy para la electricidad de consumo, las infraestructuras críticas y la defensa.
Nadie, sensato, duda ya de que “estamos en una era de rearme” como dijo Von der Leyen antes de anunciar la movilización de 800.000 M de euros adicionales en cuatro años como refuerzo a los planes europeos en seguridad y defensa que incluyen, ya, un Fondo Europeo de Defensa con 16.500 M de euros presupuestarios y un Programa para la Industria de defensa. Pero nuestro principal problema no es, como parece, económico: la suma de gasto en defensa de los países europeos supera a Rusia e, incluso, a lo que conocemos de China. Pero necesitamos todo aquello que hemos dejado, dentro de la OTAN, en manos estadounidenses: tecnología, concentración industrial y capacidades conjuntas.
Según algunos cálculos, Europa necesitaría para garantizar su defensa sin EE UU, una fuerza conjunta de 300.000 soldados con su cadena de mando unificada; 1.400 tanques, 2000 vehículos de infantería, municiones, tanques y aviones en cantidad y calidad muy superior a lo que tenemos hoy. Sin olvidar el aspecto clave de drones, tecnología para misiles y comunicaciones seguras. Conseguir esto exige no solo mayor presupuesto, sino una integración de la industria, la investigación y las tropas muy superiores a lo existente. Y nada de esto se improvisa.
Parafraseando a Ortega: demócratas europeos, ¡a la tarea!
Jordi Sevilla es economista.