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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los tres trucos del neoliberalismo triunfante

El resultado del partido hasta ahora es Trump & Putin: 4 – Europa: 0. ¿Se puede creer en la remontada?

Elon Musk enarbola una sierra mecánica junto al presidente de Argentina, Javier Milei.

Somos un signo por interpretar” solía decir el poeta alemán Hölderlin para enmarcar la sorprendente ceguera moral de las personas, capaces de no dar muestras de dolor a pesar de haber perdido el uso de la lengua en la lejanía de su juventud. Solo les queda la posibilidad de gritar para hacerse oír, tal y como hace Milei con su destellante motosierra, una representación mental tanto del delirio de grandeza como del impulso de venganza.

La virilidad del discurso neoliberal que arrasa en los mercados internacionales nos interroga sobre algo enigmático y perverso de la psicología humana: el desierto crece a nuestro alrededor cada día, pero el mundo lo desea de ese modo, dejando que la ley se convierta en un muro infranqueable para contagiar entre los parias que se quedan fuera el peso de la vergüenza y la deuda. La meta cifrada es la de alcanzar un superávit de personas con sentimiento de culpa, masoquistas en potencia, para lo cual resulta imprescindible ir transformando a los ciudadanos republicanos de las metrópolis en los nuevos campesinos del tardocapitalismo.

La ciudadanía europea, como identidad, se ha transmutado en una resucitación del espíritu del campesinado diagnosticado por Franz Kafka como metáfora del chivo expiatorio (el sujeto oficialmente oprimido y explotado sin crédito para pedir responsabilidades al torturador). En su cuento Ante la ley (1915), el mejor escritor de todos los tiempos nos presenta a un hombre de campo que desea entrar en la ley, pero hay un portero que vigila la puerta y se lo impide, dejándolo sentado en un taburete frente a ella. Van pasando los días y después los años. Con la espera, el hombre queda reducido, anonadado y sumiso hasta que le llega la muerte sin que le hayan permitido entrar ni saber cuál debería haber sido su lugar. Lo único que le sobrevive es el hecho de que continuará estando fuera de la ley de los poderosos o, dicho con otras palabras, el que entra en la ley es quien forma parte de la excepcionalidad, desvelada en nuestro tiempo bajo la forma de una oligarquía mundial.

“La gente votó a favor de una reforma gubernamental importante y eso es lo que va a conseguir. En eso consiste la democracia”.
Elon Musk

El resultado del partido hasta ahora es Trump & Putin: 4 – Europa: 0. ¿Existe alguna posibilidad para creer en la remontada? Para plantearse una cura lo primero es diagnosticar los síntomas de la enfermedad (los retornos de lo reprimido). El neoliberalismo dispone de un catálogo de trucos para conectar con las fantasías de las masas y entusiasmarlas hasta dejarlas intoxicadas por la ilusión de llegar a ser otros. Hay tres estratagemas que están operando como espejismos para que las multitudes continúen deseando reencarnarse en hombres ricos que a la vez sean buenas personas; en palabras de Nietzsche, convertirse en algo parecido a “un César con alma de Cristo”; una antinomia que en la práctica histórica fatalmente condujo a la regresión infantil y la pulsión de muerte.

El primer truco neoliberal que nos venden Donald Trump y Elon Musk consiste en acusar a la burocracia pública de ser la causa de la corrupción e impotencia de la democracia. Hace un siglo, la crítica a la burocracia formaba parte de una equivalencia con las políticas de emancipación de la izquierda, ya que aquella representaba un obstáculo cuya función era restar valor a los actos morales para hacerlos indiferentes y relativos. La burocracia de aquella época rendía como una defensa de las élites para que no todo el mundo entrase en la ley. Lo mismo pasaba con la idea del hombre humilde y desamparado defendiéndose de la perdición de la riqueza que anidó en el núcleo del discurso del New Deal de Roosevelt y de los filmes de Frank Capra. Sin embargo, el péndulo se ha invertido y ahora aquellas demandas democráticas han sido normalizadas por un discurso de ultraderecha. La burocracia y la clase política tradicional simbióticamente unida a ella se forjan como el impedimento para cumplir con el deseo mimético (el de ser lo imposible; como Don Quijote aspirando despiadadamente a ser el Amadís de Gaula o morir). En el delirio de este rey es dable afirmar que hay que retirarla por otra forma mejor de control social y tecnológico. Este es el propósito al que responden las limpias del equipo DOGE (Department of Government Efficiency) de Musk con el recorte de 5.500 millones de dólares y diez mil funcionarios despedidos en sesenta días.

El segundo truco se localiza en la magnificación de la cultura del miedo hacia el ejército de reserva. Este concepto, destetado por Marx, asigna el porcentaje de desocupados dentro de la población activa de un país como mecanismo de presión para que las demandas laborales de los trabajadores tiendan a la contención. La angustia del asalariado, por lo general, se asienta en la posibilidad de caer en el desempleo al ser cambiado por otro de entre los que están en una peor situación que la suya. Como señala el pensador y psicoanalista argentino Jorge Alemán en su ensayo Ideología, uno de los giros posmodernos de la ultraderecha sucede cuando el movimiento MAGA, Agrupación Nacional en Francia, Alternativa para Alemania, Hermanos de Italia y Vox marcan con un hierro candente al ejército de reserva como enemigos del pueblo al estar compuesto por migrantes a la espera de robar el trabajo a los que son puros. El fin es desviar la atención para legitimar un sistema de vigilancia basado en la denegación de las políticas de igualdad de oportunidades y excitar el racismo como la salvación de los últimos hombres; es el comienzo del tercer truco para relevar a la razón del destino de la democracia.

Para Lacan, el racismo es el odio al goce del otro. El odio, apuntó Marcel Proust, es la insoportable rabia del sujeto ante la alegría de ese prójimo al que identifica como un obstáculo para su anhelo de felicidad. La rabia solo se detiene con la destrucción de la alegría. Rene Girard y Max Scheler relacionaron el surgimiento de la envidia y los celos con la imposibilidad de poseer lo que el otro tiene a pesar de los esfuerzos y sacrificios. Estas pasiones se entrecruzan para crear la presencia de un rival al que despreciar y humillar, aunque sea deseado en secreto. La metáfora de la piel oscura en el discurso de la ultraderecha funciona en una sola dirección: perpetuar la idea de la servidumbre como inerradicable, esto es, la versión perversa del monoteísmo religioso.

Cicerón exclamaba “¡O tempora! ¡O mores!” (¡Oh tiempos! ¡Oh costumbres!), para indicar que cuando las cosas van demasiado rápido es cuando perdemos la moralidad. “El desierto crece: ¡ay de aquel que esconde desiertos!” rezaba Nietzsche en Así habló Zaratustra. La sobreaceleración del capitalismo en manos del dopado discurso neoliberal tendrá efectos más allá de la previsible aniquilación de la democracia. Serán más terribles porque expandirán la desertización física y social. Esta última implica que ya no podrá crecer nada en el futuro. Tampoco habrá algo que reconstruir porque el recuerdo habrá sido expulsado, borrándose la memoria acerca de lo que pudimos ser. ¿Estamos viviendo el momento de la deserción final? Entonces, ¿cómo nos llamaremos?

Alberto González Pascual es profesor asociado de la URJC, Esade y de la EOI, y director de cultura, desarrollo y gestión del talento de Prisa Media.

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