La economía española, entre la montaña rusa y don Juan Tenorio
En los ciclos expansivos, nuestra economía es la envidia del mundo desarrollado, como a principios de siglo con Zapatero
Ha tenido que venir The Economist para cerrar el debate sobre la salud de la economía española. El diagnóstico es claro: es muy buena, tan buena que ha sido elegida la mejor economía desarrollada del mundo entre las 37 más ricas. Mérito sobresaliente, que hubiera sido la envidia de la ya difunta oficina de la Marca España.
Las razones son de sobra conocidas: desde el turismo, que contribuye a que también figuren en los primeros puestos otros países mediterráneos, como Italia o Grecia, pasando por la evolución positiva de las macromagnitudes inflación y desempleo, así como de las cotizaciones, esta vez crecientes, del Ibex 35. A todo ello habría que sumar el dopaje, tanto el bueno de los abundantes fondos europeos, como el malo del déficit público. En resumen, España lidera estos nuevos felices años veinte que está viviendo el mundo desarrollado, con sus muchas luces, como las antes descritas, y también sus sombras, entre las que destacan la escasez de vivienda o un creciente cuestionamiento de los fundamentos de nuestras democracias liberales.
Al profano sobre nuestra historia económica le podría parecer un hito excepcional, más aún cuando, en enero de 2022, ese mismo medio, The Economist, eligió a España como la economía que peor desempeño tuvo durante la pandemia de covid. De hecho, fue, para empezar, la que más cayó, casi de todo el mundo, en 2020. Pero ambos récords, conseguidos en tan corto periodo de tiempo, tienen bastante de dejà vu, ya que nos recuerdan lo procíclica que es la economía española desde que se integró en Europa, a mediados de los 80 del siglo pasado.
Desde entonces, en los ciclos expansivos, nuestra economía reluce y, por momentos, se convierte en la envidia del mundo desarrollado, un supuesto milagro económico español, que acaba superando en PIB per cápita a países más ricos que nosotros. Es lo que pronto podría suceder, al estar cada vez más cerca del de Corea del Sur, país que nos había adelantado en 2015, y del de Japón. Sin embargo, estos sorpassos también ocurrieron en el largo ciclo expansivo de principios de siglo, cuando el presidente Zapatero pronosticaba que, tras superar entonces a Italia, acabaríamos adelantando a Francia.
Pero lo cierto es que, cuando el ciclo económico cambia, nos hundimos irremediablemente, como nos pasó en la crisis del sistema monetario europeo, en la Gran Recesión-crisis del euro o, recientemente, como hemos señalado, con la pandemia. De hecho, lo realmente extraordinario hubiera sido lo contrario a estos récords, es decir, que hubiéramos estado entre las economías que mejor desenvolvimiento tuvieron durante la crisis sanitaria y que, ahora, en expansión, no figuráramos entre las mejores economías del mundo.
Esta anaciclosis de sobrerreacción económica, que caracteriza a la economía española, solo se interrumpió, temporalmente, al inicio de la etapa de expansión económica que comenzó tras la Gran Recesión, dónde el austericidio provocó que fuéramos uno de los últimos países desarrollados en subirnos a ella. Concretamente, mientras la mayoría de los países desarrollados presentaban crecimientos del PIB por encima del 2% ya en el trienio 2010-2012, los rescatados, sin autonomía de gestión, al estar sometidos a las estrictas directrices de la troika, tuvimos que esperar mucho más. En el caso de España, hasta 2015.
En resumen, con autonomía de gestión, nada define mejor a la economía española que el famoso verso del Tenorio: “Yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí”. Nuestra economía es como una montaña rusa sin fin y nosotros, la ciudadanía, sus mareados tripulantes, que, cuando llegan las bruscas caídas, nos acabamos cuestionando todo, desde la arquitectura territorial y fiscal, que define nuestra convivencia, a nuestro sistema político y sus representantes.
Por todo ello, debemos evitar el excesivo triunfalismo ante la más que boyante situación actual, y, sobre todo, utilizar los mayores recursos económicos que esta nos ofrece para intentar construir una economía mejor a largo plazo, con bases más sólidas que resistan el próximo desastre natural o financiero que, aunque esperemos que se retrase, seguro que vendrá.
Sabemos que España no es un país para grandes coaliciones, ni que tampoco son deseables, pero sí puede y debe serlo para grandes pactos sobre materias concretas cuyo acuerdo es más probable si se cumplen tres condiciones. Primero, que estén alejadas de la primera línea de enfrentamiento político-partisano, lo cual, entre otros, elimina cualquier acuerdo que afecte a nuestro sistema tributario. En segundo lugar, que sus efectos positivos se dejen sentir a largo plazo; y, finalmente, que estos beneficios puedan ser recolectados y atribuidos también por las administraciones regionales y locales.
Ejemplos de este tipo de políticas, en las que es teóricamente factible construir consensos, podrían ser las que pretendan mejorar la productividad de nuestra Administración pública, así como la calidad y exigencia del sistema educativo y científico; las que busquen aumentar la oferta de vivienda social, o remover trabas que permitan intensificar la apuesta por las energías renovables y las infraestructuras hídricas, especialmente las que faciliten un doble uso del agua; y, por qué no, aquellas que intenten maximizar el retorno industrial de las nuevas exigencias en gasto en defensa.
En resumen, la probabilidad del acuerdo aumentará si sus beneficios se pueden repartir entre el Gobierno, que siempre será su principal beneficiario, y la oposición, tanto en el presente, a través de las Administraciones territoriales que ostenta, como cuando se produzca, sea cuando sea, su vuelta al Gobierno central. La oposición haría bien en recordar lo complicado que es gestionar este país en medio de una recesión y lo rápido que esta erosiona mayorías absolutas que se suponían robustas. Nada que ver su llegada al poder en 2011, en plena crisis económica, con la de 1996, ya dentro de un ciclo expansivo que claramente comenzó en 1995. Ayudar a mejorar la estabilidad y los pilares de la economía española hoy, con los recursos y la tranquilidad para planificar que nos da esta expansión, además de ser lo correcto, puede ser una estrategia política futura rentable.
José Ignacio Castillo es presidente de la Academia Andaluza de Ciencia Regional y catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla