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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Para alcanzar a Francia, Italia no puede dormirse en los laureles

Aunque sus primas de riesgo están convergiendo, Meloni tendrá que ser más audaz para obtener ventaja duradera

Los jefes de Gobierno Giorgia Meloni, Robert Abela (Italia) y Pedro Sánchez, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, en la Cumbre Euromediterránea celebrada el 11 de octubre en Paphos (Chipre).
Los jefes de Gobierno Giorgia Meloni, Robert Abela (Italia) y Pedro Sánchez, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, en la Cumbre Euromediterránea celebrada el 11 de octubre en Paphos (Chipre).Yiannis Kourtoglou (REUTERS)

A Italia aún le queda para alcanzar a Francia. Los costes de endeudamiento de Roma están convergiendo con los de París, gracias a la relativa estabilidad y a las garantías fiscales del Gobierno de Giorgia Meloni. Pero, para obtener una ventaja a largo plazo sobre sus vecinos, Meloni tendrá que tomar medidas más audaces.

La deuda italiana y francesa, los dos gigantes del mercado de bonos de la zona euro, están intercambiando sus papeles. La prima adicional que los inversores exigen por los bonos franceses frente a los alemanes equivalentes está aumentando, ya que a los inversores les preocupan la capacidad del nuevo primer ministro, Michel Barnier, para controlar los galopantes déficits. Y los llamados diferenciales de Roma están cayendo. El resultado: la diferencia de rentabilidad entre la deuda italiana y la francesa es ahora de poco más de 50 puntos básicos, frente a los casi 120 de principios de año, y se sitúa en niveles no vistos desde hace más de una década.

La calma política explica en parte esta reducción. El Gobierno en mayoría de Meloni tiene poca oposición. Barnier, por el contrario, podría no durar si el programa de austeridad que ha anunciado pierde el apoyo de partidos como el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen. El reto fiscal al que se enfrenta Meloni es posiblemente menor que el de Barnier, a pesar de la elevada deuda y el bajo crecimiento de Italia. De hecho, la carga de la deuda ha ido disminuyendo a medida que la inflación pospandémica aumentaba el volumen de los salarios y los ingresos fiscales.

La deuda italiana, que se había disparado hasta el 154% del PIB en 2020, es ahora el 136%. Recortarla aún más será más difícil a medida que baje la inflación. Aun así, este año Meloni debería de ingresar más impuestos de los que gasta, antes de tener en cuenta el pago de intereses. Este denominado superávit primario solo tendría que aumentar en torno al 0,5% del PIB para mantener estable la deuda como proporción del PIB en los próximos cuatro años. Eso, según nuestros cálculos, que parten de un crecimiento medio del PIB en torno al 1%, según las previsiones de Citigroup, una inflación del 2% y los actuales costes de endeudamiento. En el caso de Francia, la presión fiscal necesaria para estabilizar la deuda equivale a más del 2% del PIB. Eso también supone una tasa de crecimiento superior, del 1,4%.

Y, a pesar de la enorme pila de deuda de Roma, de casi 3 billones de euros, la vibrante base de inversores minoristas nacionales debería de mantener los rendimientos bajo control. UBS calcula que los italianos tienen un exceso de ahorro de unos 100.000 millones, parte de los cuales podrían invertirse en bonos a medida que el BCE reduzca los tipos y caiga la rentabilidad del efectivo.

Sin embargo, para lograr mejoras duraderas, Meloni tendrá que impulsar el esclerótico crecimiento del país. Esto será más difícil cuando el viento de cola económico de los fondos europeos para la pandemia pase, después de 2027, y la población envejezca rápidamente. Su Gobierno está impulsando reformas como la reducción de los plazos de tramitación de los procesos judiciales. Pero podría ser más audaz, por ejemplo, impulsando la educación y la participación laboral femenina, o privatizando activos. Para alcanzar a Francia, Italia no puede dormirse en los laureles.

Austeridad sin rumbo

En Francia, presionado por el tiempo, Barnier ha optado por la solución rápida. Hace dos semanas, describió su plan para reducir el déficit del país como un fuerte recorte del gasto al que se añadirían algunas subidas de impuestos. Esta son reales, pero temporales, mientras que los recortes son en su mayoría promesas. Sin un esfuerzo creíble y plurianual para frenar el gasto, este presupuesto equivaldrá a una austeridad sin rumbo.

Desde el momento en que el Emmanuel Macron le nombró, en septiembre, Barnier ha tratado de enviar un mensaje claro a la Comisión Europea y a los mercados de que se estaba tomando en serio la situación fiscal. Y así debe ser: heredó un déficit que superará el 6% del PIB este año, el doble del límite de la UE, debido principalmente a la benévola negligencia fiscal de Macron y a los recortes de impuestos no financiados que ordenó desde que fue elegido en 2017.

El Gobierno, comparando la situación fiscal del próximo año con la que habría prevalecido sin un plan de cambio, dice que su presupuesto para 2025 equivale a un plan de ahorro de 60.000 millones. La línea oficial es que dos tercios de las reducciones provendrán de recortes de gastos y el resto de subidas de impuestos. El máximo organismo de control fiscal del país calcula que el Presupuesto reducirá el llamado déficit estructural, que excluye los caprichos del ciclo económico, en 42.000 millones. Pero, sobre todo, calcula que el 70% de esa reducción procederá de una mayor recaudación tributaria.

Esto incluye 8.000 millones de un impuesto de sociedades más alto para las empresas con más de 1.000 millones de ingresos, y 2.000 millones de un impuesto sobre la riqueza de los 65.000 hogares acomodados. Barnier presentó ambos como “temporales”, lo que resta credibilidad a su plan: París intenta convencer a Bruselas, que sometió a Francia a su procedimiento de disciplina fiscal, de que situará su déficit por debajo del límite del 3% en 2029, dos años más tarde de lo prometido. Las subidas de impuestos “temporales” no sirven.

La pretensión del Gobierno de que las alzas fiscales puntuales pueden resolver el problema a largo plazo de Francia ilustra su propia naturaleza temporal. El presupuesto de Barnier será destripado en el Parlamento, donde no tiene mayoría. Puede que logre aprobar las principales medidas desafiando a los partidos de la oposición a que le echen con una moción de censura, pero entonces tendrá que contar con la abstención de Reagrupamiento Nacional para mantenerse en el cargo. Esto no tranquilizaría ni a los mercados ni a Bruselas respecto a que Francia se esté esforzando al fin por enderezar el rumbo de sus finanzas.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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