Claudia Sheinbaum, una presidenta con perfil propio
La dirigente electa de México tiene el aval de una gestión en la alcaldía de la capital diferente a la de otros políticos de izquierda
Sheinbaum. Acostúmbrense a este apellido de origen askenazí. Es y será la primera presidente del país azteca. El gigante país norteamericano, sí, norteamericano, de casi 130 millones de habitantes, con más de un tercio en la pobreza. Con unas diferencias sociales abismales y una violencia que no se ataja, pero un país con enormes recursos y riqueza.
De origen familiar judío (procedentes de Lituania y Bulgaria), Claudia Sheinbaum se formó en la UNAM y en Berkeley (California); comprometida desde la izquierda, sabe lo que es gestionar en primera línea. Su arrolladora victoria es sorprendente, toda vez que su predecesor, Andrés Manuel López Obrador, lo lograría a la tercera, tras dos escabrosas y sospechosas derrotas. Su sexenio pedagógico y frentista con algunos queda para la historia con tintes más grises y populistas que efectivos. El tiempo lo dirá.
Ella tiene perfil propio. Por mucho que digan que es la heredera, marcará su rumbo y su agenda. No le faltan tablas. Al contrario. Carácter enérgico, mentalidad calvinista, raciocinio puro sin espacio para la demagogia, bien formada, académica y con tinte intelectual, puede ser un revulsivo. Su victoria ha sido rotunda, aplastante, con mayoría en las cámaras, lo que le permite un colchón reformista como a pocos, incluido en lo relativo al texto constitucional.
México tiene enormes desafíos por delante; entre ellos, volver a ser una voz líder en el contexto latinoamericano, y las relaciones con sus vecinos del norte, Canadá y EE UU. Sheibaum tiene el aval de una gestión en la alcaldía de la capital diferente a la de otros políticos de izquierda de la región. Sus primeras palabras han sido la de garantizar las libertades de expresión, prensa, reunión, concentración y movilización. Lo cual evoca que esto no ha sido así hasta ahora; de lo contrario, no haría falta apelar a ellas, sino partir de un radical compromiso democrático.
No le faltan retos, nunca resueltos por sus predecesores inmediatos. Economía, pobreza, migración, crimen organizado, democracia y la relación con su vecino estadounidense, cambio climático, sequía.
Pobreza y violencia son causas neurales que explican la migración de los mexicanos hacia el vecino del Río Grande. Más de dos millones y medio de migrantes de toda Latinoamérica, de los que un tercio son mexicanos, intentan cruzar las fronteras entre ambos cada año. Nadie ha sido capaz de detener esta sangría, y la política es de reacción-contención ante las exigencias de la Administración estadounidense. Falta un plan de acción, de protección a la persona, y de lucha contra la violencia.
No lo tendrá fácil Sheinbaum, y la cuestión se despejará en función de quién sea el próximo inquilino de la Avenida de Pensilvania, 1600, de Washington DC. Con Donald Trump, todo es posible, desde campos de detención a deportaciones masivas. Económicamente, México es satélite de EE UU, que es para la economía azteca un socio imprescindible: el 80% de las exportaciones van hacia este país.
México ha crecido en el último sexenio a un ritmo muy lento y marginal. El déficit fiscal es muy alto, y ello a pesar de la austeridad practicada en sus políticas por López Obrador. Sin una verdadera reforma y cambio de presión fiscal no hay dinero para acometer políticas expansionistas, pero, sobre todo, sociales.
Faltan empresas punteras y saneadas, disrupción tecnológica en sectores clave y desarrollo en polos como el de la automoción, que pueden todavía crecer más. La red eléctrica está obsoleta y las infraestructuras en general han de renovarse. Los recursos petroleros tocan a su fin. La estatal Pemex, hundida por la corrupción, vive momentos convulsos e inciertos, heredados de pasados sin control.
La formación de Sheinbaum como ingeniera, y experta en temas medioambientales, hará que México bascule hacia un nuevo modelo de energías limpias. Atraer capital e inversiones es esencial, pero también retenerlo y crecer, lo cual solo se puede hacer ofreciendo garantías de estabilidad, sin intervencionismo, con seguridad jurídica y erradicación de la violencia. Y este es el gran desafío de la presidenta. Acabar con la violencia, la impunidad y la corrupción que la ampara. El cáncer metastásico del país. Del rico país.
Pobreza, libertad y seguridad no son posibles sin erradicar la violencia, las diferencias y las gigantescas brechas sociales, y sin ahondar en políticas de bienestar. Pero para ello hay que garantizar la llegada de inversiones que estimulen la economía, y se recaude de una manera no solo eficaz, sino sobre todo justa, lo que la enfrentará a ciertos sectores empresariales, acostumbrados a otras lides.
La violencia se ha cobrado en dos décadas casi medio millón de víctimas y decenas de miles de desaparecidos. Las guerras contra el narco, entre narcos, y el rol del Estado dejan un panorama desolador en este aspecto, como también la violencia de género, con una decena de mujeres asesinadas diariamente. Cero impunidad, esa es la promesa de la presidenta electa.
Tiene seis años por delante. Años para consolidar en el escenario internacional al gigante mexicano, tanto en lo político como en lo económico, con una agenda que tenga como prioridad a los más desfavorecidos, ahondando en reformas y justicia social, para poder crecer. Infraestructuras, seguridad, suministro de energía, aguas: son esenciales unos marcos legales idóneos si quiere que el país crezca y se asienten empresas, sobre todo en el norte del país, como ella pretende.
El pueblo la ha respaldado, haciendo que doble en votos a la segunda candidata, conservadora. Retos hercúleos, todo por hacer. AMLO se va, entre claroscuros y polémicas absurdas en algunos momentos. Incluso con España. Tal vez debía ser así para que ahora llegara Sheinbaum.
Abel Veiga es profesor y decano de la facultad de Derecho de Comillas Icade
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