El oxímoron económico de Europa
La UE se halla ante la necesidad de sanear las maltrechas cuentas públicas de los Estados miembros y de disponer, al tiempo, de margen para invertir en la economía del futuro
El retrato fiscal que dibuja Eurostat sobre las constantes vitales de los Estados miembros en 2023 anticipa un combate titánico entre lo que Europa se ha propuesto hacer en materia de saneamiento de cuentas públicas e inversión y lo que la realidad le permitirá alcanzar. Los datos de la oficina estadística muestran una UE y una zona euro que no solo han perdido velocidad de crecimiento, sino también ritmo de reducción de déficit y deuda públicos. Un doble problema que está interrelacionado y se retroalimenta, dado que la anemia en la actividad económica reduce los ingresos públicos y limita la capacidad de maniobra de los Gobiernos para cuadrar cuentas. Los datos revelan que el déficit público en la zona euro está prácticamente estancado en el 3,6%, una tasa muy similar a la de 2022, y la velocidad de reducción de la deuda, abultada en casi todos los países, se ha recortado a la mitad.
La heterogeneidad de cifras entre los Estados sigue siendo una nota común a otras crisis, pero la lista de malos, menos malos y hasta buenos alumnos en materia de saneamiento fiscal sí incluye variaciones. Italia, con un déficit fiscal del 7,4% y Francia, con el 5,5%, están a la cabeza del mal desempeño; Alemania se encuentra atascada en unos números rojos que no bajan del 2,5%, mientras que Portugal registró en 2023 superávit. España, con una economía que aún sigue tirando y facilitando el ajuste, ha dejado de estar en el vagón de los peores alumnos, pero tampoco está en el de los buenos, con un déficit que el año pasado se quedó en el 3,66% y una deuda que rozó el 108% del PIB.
El reto al que se enfrenta Europa, armada de unas nuevas reglas fiscales que se votan hoy en el Parlamento Europeo, es combinar la necesidad de apretarse el cinturón que denotan estas cifras y de disponer, al tiempo, de margen suficiente para invertir en la economía del futuro, que pasa por completar las transiciones medioambiental y digital, y a las que hay que sumar ahora un aumento de los recursos para seguridad y defensa.
Aunque es cierto que la flexibilidad del nuevo marco fiscal permitirá a cada país seguir la senda que mejor se ajuste a sus necesidades, esa adaptabilidad no reduce la obligación de sanear las cuentas públicas. Combinar ese esfuerzo con aumentar la inversión parece, a primera vista, casi un oxímoron. Pero entre ambas hojas de ruta se sitúa lo que recordaba hace unos días el FMI, la urgencia de que Europa aborde cuanto antes grandes reformas pendientes, como la consolidación del mercado único de capitales, para abaratar y unificar la factura de la financiación empresarial, oxigenar la economía y aumentar la cohesión.
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