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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El delicado equilibrio de la política monetaria

El reto del BCE es hallar el punto medio entre prolongar la medicina lo suficiente y no minusvalorar sus efectos secundarios

CINCO DÍAS
Christine Lagarde, presidenta del BCE.
Christine Lagarde, presidenta del BCE.KAI PFAFFENBACH (REUTERS)

La decisión del BCE de mantener congelados los tipos de interés en el 4,5% y las palabras de su presidenta, Christine Lagarde, al explicar que el consejo de gobierno de la institución considera prematuro debatir sobre una rebaja del precio del dinero desinfló ayer las expectativas de muchos inversores que llevan semanas descontando la medida. Lagarde, que en la reciente reunión del FMI en Davos, calificó de “probable” un recorte de tipos para este verano, mantuvo esa estimación, aunque insistió en que la decisión dependerá de las constantes vitales de la economía europea en los próximos meses y, especialmente, de la curva de la inflación.

El hecho de que Fráncfort mantenga el precio del dinero en máximos de 2001 en un contexto de desaceleración de la economía europea y de lenta, pero progresiva reducción del nivel de los precios –que se halla ya solo a nueve décimas del objetivo del 2%– constituye una decisión delicada y difícil de calibrar. La lentitud con la que actuó el BCE al inicio de la crisis inflacionaria, cuando tardó más allá de lo razonable en reconocer la necesidad de endurecer la política monetaria para hacer frente a la subida de precios, podría repetirse ahora en sentido inverso, si Fráncfort no acierta a modular con exactitud los efectos de la política monetaria, especialmente frente a las señales de fragilidad en economías como la alemana y la francesa.

Buscar el equilibrio entre prolongar la medicina y no minusvalorar sus efectos secundarios no resulta fácil ni en uno ni en otro sentido, puesto que una prematura subida de tipos puede propiciar un rebote de la inflación, especialmente terca todavía en el sector servicios, y echar por tierra los esfuerzos y sacrificios que ha exigido hasta ahora la política monetaria. Como el propio BCE reconoce, es necesario apurar los últimos metros del proceso de desinflación para lograr que este sea sostenible, y ello exige no levantar demasiado pronto el pie del pedal del freno.

Fráncfort tiene ante sí la evidencia de que la rebaja de tipos ha logrado su objetivo, no solo por la mejora en la curva de la inflación, sino también por la contracción del grifo del crédito, que se ha retraído tanto en la oferta como en la demanda, pero le preocupan variables que todavía no están bajo control, como la evolución de los salarios. Su hoja de ruta es prudente sobre el papel, pero existe el riesgo, y no es desdeñable, de no conseguir ajustar con suficiente exactitud los tiempos y los efectos al aplicarlo sobre el terreno.

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