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A fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

China, viaje a una economía dual

Sorprende la ambición y el foco que pone el país en la tecnología, mientras los europeos nos perdemos en conflictos absurdos que lastran la competitividad

José Carlos Díez
Huawei china
Una bandera china cerca de una tienda de Huawei en Shanghai, China.ALY SONG (REUTERS)

En 1980, cuando China abandona el sistema comunista de planificación económica, tenía 1.000 millones de habitantes, una renta por habitante en paridad de compra actual de 650 dólares y suponía el 2% del PIB mundial. Hoy son 1.400 millones de chinos, su renta por habitante se ha multiplicado 30 veces hasta 20.000 dólares y ya son la mayor economía con el 20% del PIB mundial.

Estamos ante el milagro económico más intenso y prolongado en el tiempo de la historia y con un fuerte impacto sobre la función de producción mundial, salarios, distribución de la renta, desigualdad, precios de las materias primas, inflación de bienes, de activos, emisiones contaminantes, etcétera. El secreto de su éxito lo explicó el Nobel de economía Arthur Lewis con su modelo de economía dual.

En 1980, el 75% del empleo se focalizaba en la agricultura o pesca, el 15% en industria y tan solo el 10% en el sector servicios. Pero la agricultura solo explicaba el 30% del PIB, mientras la industria lo hace en el 50%. El modelo era trasvasar trabajadores del campo a las ciudades para trabajar en la industria y se multiplicaba la productividad media de cada trabajador por 15 veces. Fue orientado a la exportación con superávits por cuenta corriente, por lo que China nunca ha tenido crisis de balanza de pagos y cambiarias tan habituales en países emergentes. El sistema bancario está muy regulado y el elevado ahorro de las familias chinas se remunera a tipos de interés reales próximos al 0%. Eso permite a las empresas disponer de financiación abundante y barata. Todo esto ayuda a explicar que China haya tenido tasas de inversión próximas al 50% del PIB, el doble que los países desarrollados, y explica su aumento espectacular de productividad y su convergencia en renta por habitante, aunque sus niveles de eficiencia y productividad total de los factores siguen muy lejos de los de EEUU y Europa.

Hoy el porcentaje de chinos que trabaja en el sector primario es del 20%, unos 50 puntos menos que hace cuarenta años; en la industria se ha doblado hasta el 30% y en servicios se ha multiplicado por cinco veces hasta el 50% del empleo. El sector servicios explica también aproximadamente el 50% del PIB, con una productividad por ocupado próxima al promedio; la industria el 40% del PIB y el sector primario menos del 10%. Por lo tanto, la productividad en la industria sigue siendo mayor que en la agricultura pero la diferencia es ya de cuatro veces.

China sigue teniendo el mismo porcentaje de gente trabajando en el campo que España cuando murió Franco en 1975, por lo tanto sigue siendo una economía dual en el sentido de Arthur Lewis. Desde la crisis de 2008 el mundo ha entrado en una etapa de desglobalización, con crecimientos del comercio mundial similares o inferiores a los del PIB. La robotización y la inteligencia artificial permiten a la industria producir con mucho menos empleo y los salarios chinos han subido significativamente por lo que han perdido buena parte de sus ventajas competitivas. Los aranceles de Trump se han mantenido con Biden y han desviado mucho comercio y producción industrial de China a Europa, México y Canadá. Y Europa amenaza ahora con imponer aranceles y medidas de protección a los productos chinos, especialmente en el coche eléctrico, donde China tiene el 80% de la cuota de producción mundial y 40% de la cuota de exportaciones totales. El modelo exitoso ya no funciona y China necesita reinventarse.

China invierte mucho en capital humano y en capital tecnológico y compite de igual a igual con empresas estadounidenses y europeas en muchos sectores. Vuelvo impresionado de un viaje reciente, en el que estuve en Shenzhen. Una ciudad que en 1980 tenía 20.000 habitantes y era pesquera y hoy tiene cerca de 20 millones y compite con Silicon Valley como centro tecnológico. Visité la ciudad de Huawei, donde me explicaron cómo están aprovechando la revolución digital y la inteligencia artificial para digitalizar todos los procesos, desde la gestión de las ciudades, puertos, aeropuertos, a las centrales energéticos o las minas de carbón. No vi nada diferente a lo que hacemos en Europa, pero sí me sorprendió la ambición y el foco que tienen los chinos en la tecnología, mientras los europeos estamos dispersos en conflictos absurdos y perdiendo competitividad a marchas forzadas.

Visité también la ciudad de BYD. Una empresa que nació para fabricar baterías para los teléfonos de Nokia pero que en 2003 montó un departamento de I+D propio y han registrado ya 40.000 patentes, 19 nuevas cada día. Hoy BYD es el mayor productor de coche eléctrico del mundo; en 2023 ha fabricado más del doble que Tesla y más que todas las marcas europeas de automóviles europeas juntas. Y lo hacen a precios muy competitivos y con mejor tecnología, más autonomía y rapidez de carga de la batería.

También vengo sorprendido negativamente por la dimensión de su burbuja inmobiliaria, todo el viaje me recordó a España en 2008. La construcción de nuevas viviendas se ha frenado en seco y tiene un impacto negativo de tres puntos sobre el PIB y el empleo cada año. El sector bancario está muy afectado y el crédito no crece, aunque el Gobierno no para estimular la política monetaria. Y la deuda pública, sobre todo de las ciudades, es ya un serio problema. Veremos.

José Carlos Díez es profesor de Economía de la Universidad de Alcalá

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