El próximo jefe de la UE necesitará más el dinero que las guerras comerciales
Von der Leyen, a la que le queda un año, o su sucesor, tendrán que pensar cómo financiar la ampliación
La candidatura oficiosa de Ursula Von der Leyen a renovar la presidencia de la Comisión Europea empezó con el destello de una investigación antisubvenciones y un aluvión de exhortaciones a incorporar Ucrania, Moldavia y los países de los Balcanes Occidentales al redil. Lo que eludió fue cómo conseguir más dinero y convencer a los Estados miembros de que paguen. Sin planes creíbles para recaudar más dinero, la UE no podrá construir un futuro sólido.
La guerra en la frontera oriental del bloque ha elevado las apuestas. A mitad del segundo año de guerra, Ucrania necesita 411.000 millones de dólares para la reconstrucción, según el Banco Mundial, mientras la Comisión ve un déficit de financiación de 110.000 millones de euros de aquí a 2027. No está claro de dónde saldrá el dinero. El presupuesto septenal de la UE, de 1,8 billones, procede principalmente de las contribuciones nacionales y los impuestos de aduanas.
Aunque el bloque fue capaz de acordar un empréstito conjunto histórico de 900.000 millones durante la pandemia, Bruselas no ha logrado hasta ahora hacer permanente su capacidad de endeudamiento público, y mucho menos alinear nuevas fuentes de ingresos. Las propuestas para recaudar incluso una modesta cantidad de nuevos “recursos propios” –fondos específicos que van directamente a las arcas de la UE– han fracasado. Un trío de medidas propuesto en diciembre de 2021 no ha llegado a ninguna parte y, en todo caso, solo añadiría 17.000 millones de ingresos al año, incluso a pleno rendimiento. Una propuesta de tamaño similar presentada en junio parece igualmente atascada.
Quienquiera que dirija la Comisión una vez finalizado el mandato de Von der Leyen (acaba en octubre de 2024) afrontará problemas presupuestarios que, si no se abordan, pueden poner en peligro todo el proyecto de la UE. Sin embargo, los problemas fiscales serán difíciles de debatir honestamente durante el bizantino proceso de elección de un jefe para el poderoso ejecutivo de la UE.
El presidente de la Comisión Europea no se elige directamente. Por lo general, los candidatos deben ganarse el apoyo de su propio partido político –ya sean los liberales, los conservadores de Von der Leyen, los socialistas o los verdes–, comprometerse con el Parlamento Europeo, que celebra elecciones en junio de 2024 en toda la UE, y sortear las maquinaciones de los Estados sobre cómo se reparten los puestos más importantes.
Inusualmente, Von der Leyen, de 64 años, debe su primer mandato no tanto a su país, Alemania, ni siquiera a su partido, sino al apoyo del presidente francés, Emmanuel Macron, que se alinea con los liberales de la UE. Queda por ver si la apoyará de nuevo o apostará por un comodín nacional como el comisario de Política Industrial, Thierry Breton, cuyo descarado apoyo a las dádivas empresariales ha demostrado ser tan carismático como divisivo. Además, la propia Von der Leyen podría ser candidata a suceder al noruego Jens Stoltenberg en la OTAN, cuyo mandato se ha prorrogado hasta octubre de 2024 porque los países miembros no se han puesto de acuerdo sobre quién debería sustituirle.
Von der Leyen, o su sucesor, tendrán que pensar cómo pagar la ampliación. Ucrania se ha convertido en candidato oficial a la UE junto con Moldavia y Bosnia y Herzegovina, uniéndose a Montenegro, Serbia, Albania y Macedonia del Norte en el purgatorio de la adhesión. Kosovo espera entre bastidores. Turquía y Georgia también están en la cola, aunque con menos perspectivas. Para unirse, los nuevos miembros deberán prometer mejoras en cuestiones fundamentales como el Estado de derecho, los derechos humanos y la responsabilidad democrática. También costará dinero.
Y si la Unión crece, los países acostumbrados a ser receptores netos de fondos podrían verse perjudicados. Un informe de Carlo Bastasin, de la Brookings Institution, pronostica que algunos miembros sufrirían enormes recortes si se incorporan los recién llegados y no se amplía el presupuesto global. España, por ejemplo, vería cómo su cuota de ayuda financiera pasaría de casi el 10% a cero. Polonia, que recibe casi un tercio de esos fondos, vería caer esa parte hasta el 13%.
La UE también necesita financiar la transición a una economía más verde y mantener el ritmo en lo que podría convertirse en una carrera mundial de subvenciones con EE UU y China. Von der Leyen aprovechó las frustraciones comerciales para lanzar su promesa de investigar y quizá sancionar las ayudas chinas a los fabricantes de automóviles y baterías. Pero los aranceles no pueden cerrar la brecha inversora de la UE con otros grandes bloques, sobre todo teniendo en cuenta su lucha por igualar las nuevas ayudas de Biden.
En su primer mandato, Von der Leyen logró conectar a la UE con los inversores en bonos a través del programa de empréstitos NextGenerationEU, dotado con 800.000 millones. Exmédica y exministra de Defensa, su estrategia consiste en fijar una posición política abierta, dejando un amplio margen de maniobra para hacer concesiones a los Estados. Un segundo mandato requerirá aún más delicadeza para convencer a los Gobiernos de que no solo obtengan fondos de los mercados, sino también de sí mismos.
De las propuestas latentes, la más práctica es una reforma del impuesto de sociedades que podría recaudar 4.000 millones anuales y permitiría a la UE cumplir mejor el acuerdo fiscal mundial de la OCDE. La UE espera que el relanzamiento de esta reforma del pasado 12 de septiembre encuentre una vía de progreso si las necesidades presupuestarias logran convencer a escépticos como Irlanda y Países Bajos de que reconsideren su prolongada oposición, dado que las cuestiones fiscales requieren la aprobación unánime de los Estados.
Para un mayor impacto, la UE podría eliminar las exenciones sobre los gravámenes a los combustibles de aviación y marítimos, que podrían haber recaudado 34.200 millones solo en 2022, según el lobby de energías limpias Transport & Environment. Incluso si la UE se repartiera los ingresos con los Estados, que recaudan la mayoría de los impuestos a nivel nacional, estos cambios aportarían nuevos fondos sustanciales.
La ampliación es la mayor zanahoria en la despensa de la política de vecindad de la UE, aunque los plazos sean imprecisos y propensos a retrasos de décadas. Además de tener en cuenta las implicaciones financieras, la UE querrá adoptar una postura firme con los posibles nuevos miembros en lo que respecta al Estado de derecho, tanto a nivel nacional como en lo que respecta a las normas establecidas desde Bruselas, para evitar más enfrentamientos como los actuales con Hungría y Polonia.
Para que cualquiera de estas adhesiones tenga éxito, los actuales miembros necesitarán nuevos acuerdos sobre cómo se toman las decisiones, cómo se comparan los países con sus homólogos y cómo demonios pagará Europa por todo ello. Tanto si Von der Leyen se queda, como si toma el relevo un nuevo líder, no podrán limitarse a exhortar a los valores europeos y esperar lo mejor. Necesitarán un plan que genere dinero.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
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