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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El vínculo de Washington con Riad puede dar un giro a la OPEP

Un acuerdo que aumentara la producción de crudo saudí podría debilitar su alianza con países como Irán

Campo petrolífero de Khurais, a 160 kilómetros de Riad (Arabia Saudí).
Campo petrolífero de Khurais, a 160 kilómetros de Riad (Arabia Saudí).Ali Jarekji (REUTERS)

EE UU lleva décadas metiéndose en los conflictos de Oriente Próximo. Pero esta vez está en condiciones, como mayor productor de petróleo, de jugar un papel diferente. Endurecer las sanciones a Irán podría crear una alianza entre EE UU y Arabia Saudí, que podría restar poder al resto de la OPEP. Eso pondría a Riad en una situación difícil, y a Washington en una fuerte.

La crisis de 1973 marcó el tono de una relación conflictiva entre EE UU y el líder de la OPEP, Arabia Saudí, unos 13 años después de que se formara el grupo, que también incluye a Venezuela, Irak, Irán y Libia. Entonces, EE UU tenía un suministro limitado de petróleo. Hasta el 70% de sus importaciones en esa década procedían de la OPEP, y Arabia Saudí era el mayor proveedor.

Con el tiempo, la relación se tensó cada vez más. El 11S hizo que la opinión pública de EE UU se volviera escéptica respecto a Oriente Próximo, Arabia Saudí incluido. El tremendo crecimiento de la producción de crudo en EE UU, gracias a la fractura hidráulica, lo convirtió en exportador. Eso estrechó los lazos comerciales entre ambos países. Pero el asesinato del periodista Jamal Khashoggi volvió a tensar las relaciones.

La asociación en torno al petróleo ha tenido sus más y sus menos, y el líder saudí, Mohamed Bin Salmán, está en una situación difícil. Sus recortes de producción, coordinados con Rusia, el segundo mayor exportador y objeto de sanciones de EE UU, enfadaron a Biden por la presión sobre los precios. Antes de la violencia en Israel, Riad y Washington estaban valorando un acuerdo por el que Arabia Saudí normalizaría sus relaciones con Israel y produciría más crudo, a cambio de la venta de armas de EE UU, garantías de defensa y, quizá, cooperación nuclear. Pero los asesinatos de Hamás son un comodín para estas conversaciones. Irán, socio de Arabia Saudí en la OPEP pero rival geopolítico, ha financiado y armado a Hamás, y ha elogiado los atentados.

Arabia Saudí camina por la cuerda floja. Irán ha aumentado su producción este año en más de 500.000 barriles diarios. Las sanciones podrían endurecerse. Si este crudo desapareciera, Riad podría sustituirlo, y con creces, ya que su capacidad espacial es casi igual a la producción iraní, de 3 millones de barriles diarios. Pero un acuerdo que aumentara la producción saudí y normalizara las relaciones con Israel no sería popular entre la OPEP, Rusia, y partes del mundo árabe.

De todos modos, la importancia de la OPEP ha ido en declive: Arabia Saudí aportó un tercio de las exportaciones del grupo en 2022. Además, la relación con Washington podría reforzar su seguridad. EE UU ya produce más de un quinto del petróleo. Juntos controlarían más de un tercio del mercado, más que el resto de la OPEP. Así que Riad puede decidir que es mejor estar bajo el paraguas estadounidense.

Ello podría significar el deshilachamiento de una alianza que ha controlado el mercado desde hace 63 años. También implica que los EE UU de Biden se conviertan rápidamente en el líder mundial del combustible sucio.

La economía israelí

La economía de Israel afronta un duro test de estrés. Su economía es relativamente robusta. El PIB se contrajo solo un 1,9% en 2020, frente al descenso medio del 4,9% de la OCDE. Y, más llamativo, creció un 8,6% y un 6,5% en 2021 y 2022, frente al 5,7% y el 2,9% de la OCDE. A ello contribuyó un próspero sector tecnológico, que aporta más de la mitad de las exportaciones y el 15% de los 500.000 millones de dólares de producción. El país también registra un superávit por cuenta corriente del 4%.

Ello le da margen para tomar medidas tranquilizadoras, como la compra el lunes de 30.000 millones en divisas por parte del Banco de Israel. Es solo una fracción de sus 200.000 millones de reservas, que a finales de 2022 suponían 13 meses de importaciones, frente a los nueve meses de media de los países de renta alta (según el Banco Mundial). El FMI elogió hace poco el bajo endeudamiento externo del sector privado israelí y la escasa dependencia de sus bancos respecto a la financiación exterior. La deuda pública solo es el 60% del PIB.

Los inversores extranjeros que aumentaron las entradas hasta 28.000 millones en 2022 están acostumbrados a los trastornos. En junio, Intel se comprometió a invertir 25.000 millones en el país, pese a la muy divisiva reforma judicial de Benjamin Netanyahu. El Banco de Israel afirma que la guerra de 50 días con Hamás en 2014 causó daños de solo el 0,3% del PIB. El fuerte apoyo estratégico de EE UU y los 3.800 millones anuales de ayuda bilateral dan cierta tranquilidad a los nerviosos inversores extranjeros.

El problema para ellos y para Netanyahu es que no se conocen la naturaleza y la duración del nuevo conflicto. No está claro cómo reaccionarán los aliados de Hamás, como Irán, si Israel invade Gaza. Esta saga es muy diferente a la de Ucrania, cuyo PIB cayó un 29% en 2022 tras la invasión rusa. Pero uno de los principales consuelos de los inversores nacionales y extranjeros, la inexpugnabilidad de las defensas israelíes, ha resultado falso.

Hasta ahora, la reacción del mercado ha sido más de preocupación que de alarma. El shekel se ha disparado hasta los 3,95 por dólar y el coste de asegurar la deuda israelí a 10 años ha subido un 50%, hasta 121 puntos básicos, pero esos niveles ya se veían en 2016. En la mayoría de los escenarios, salvo un conflicto regional abierto, la economía de Israel parece tranquilizadoramente robusta. Pero el peor escenario posible es difícil de predecir.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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