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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una política exterior de EE UU menos ética requiere una lógica nueva

Washington debe explicar mejor por qué se alía con países con un historial pobre en derechos humanos

Joseph Biden, presidente de EEUU.
Joseph Biden, presidente de EEUU.MIKE SEGAR (REUTERS)

Cuando Joe Biden tomó posesión de su cargo, prometió situar los derechos humanos en el “centro” de la política exterior. Pero se ha convertido en aliado de Vietnam, Arabia Saudí o India, que tienen, en mayor o menor medida, un historial irregular en respeto a los derechos de sus ciudadanos. El cambio de política requiere una mejor explicación.

La razón principal está clara. La invasión de Ucrania y las crecientes tensiones con China son ahora el motor de la política exterior de EE UU, y las consideraciones éticas han pasado a un segundo plano. En un viaje a Asia este mes, Biden negó que hubiera sacrificado los asuntos humanos por estrategia, y afirmó que había planteado cuestiones sobre derechos humanos al primer ministro indio, Narendra Modi, y a líderes vietnamitas. Aun así, grupos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch están preocupados.

Mientras, el secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken, declaró la semana pasada que “Pekín y Moscú están trabajando juntos para hacer del mundo un lugar seguro para la autocracia”. Aunque no dijo que Washington estuviera dejando de lado la preocupación por los derechos humanos, añadió: “Si lo hacemos solos, o solo con nuestros amigos democráticos, nos quedaremos cortos”.

Este cambio de énfasis quedó patente cuando Biden viajó a Nueva Delhi a principios de mes para asistir a la cumbre del G20, donde se deshizo en elogios hacia Modi y estrechó la mano del príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salmán. Luego, se dirigió a Hanoi, donde Vietnam acordó elevar sus relaciones con EE UU a su nivel más alto. India es una democracia; Arabia Saudí y Vietnam no lo son. Pero EE UU considera que todos tienen un historial deficiente en relación con la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

El planteamiento de Biden contrasta con su declaración de 2021 de que la contienda clave del siglo XXI sería entre democracias y autocracias. Antes de ser elegido, llegó incluso a prometer que convertiría Arabia Saudí en un “paria”. La Casa Blanca parece aceptar que hay dos tipos de autócratas: los que son una amenaza para su país y sus aliados y los que no lo son. Aunque puede tener sentido que Washington elija el mal menor, ahora no está claro qué papel desempeñan los derechos humanos en su política exterior. Biden haría bien en explicarlo.

La lógica geopolítica de la complicidad con Arabia Saudí, Vietnam e India está clara. Biden cambió su posición respecto a Riad cuando visitó el país en 2022, en un intento fallido de conseguir que bombease más petróleo para compensar la reducción del consumo del ruso por parte de Occidente. A la Casa Blanca también parece preocuparle que Riad se haya ido acercando a Pekín. Mientras, Vietnam e India temen a China, con la que comparten largas fronteras y tienen disputas territoriales. EE UU quiere traérselos cerca. Está dispuesto a venderles armas, reduciendo su dependencia de Rusia, hasta ahora su principal proveedor.

Estas relaciones tienen también un fuerte aspecto geoeconómico. Vietnam e India son ya el séptimo y el noveno socio comercial de EE UU, y cada uno manejaba en 2021 unos 120.000 millones de dólares en importaciones y exportaciones bilaterales. Biden quiere reforzar a ambos como proveedores en el marco de su iniciativa de friendshoring, que aspira a que EE UU y sus aliados dependan menos del made in China. Por eso trabaja con Nueva Delhi y Hanoi en semiconductores y otras tecnologías clave.

El anuncio más llamativo de Biden en el G20 fue la creación de un pasillo económico que conecte India, Oriente Próximo y Europa. Este plan, que prevé un ferrocarril a través de la península arábiga reforzado con un oleoducto para hidrógeno verde y cables para electricidad ecológica y fibra óptica, está impulsado en parte por la necesidad de mejorar las conexiones entre India y los aliados de EE UU en Europa.

El cambio climático también forma parte de las ideas de la Casa Blanca. Las nuevas cadenas de suministro que está desarrollando se centran sobre todo en componentes para productos verdes, como minerales críticos y paneles solares. Además, el G7 está ayudando a Vietnam en su transición energética, y Washington ha acordado ayudar a Nueva Delhi a reducir el coste del capital para inversiones ecológicas.

La semana pasada, Blinken habló de la necesidad de que EE UU lleve a cabo su política exterior con “humildad”, porque el “viejo orden” no había cumplido muchas de sus promesas. Aunque no lo relacionó con los derechos humanos, ese parece ser parte del pensamiento.Después de todo, Washington causó enormes daños cuando trató de imponer la democracia y los derechos humanos a punta de pistola en Afganistán e Irak. Y las sanciones económicas pueden perjudicar a los ciudadanos de a pie sin eliminar los regímenes opresivos.

Incluso sermonear a países extranjeros por su mal comportamiento es problemático. Puede exponer a EE UU a la acusación de hipocresía, dado su propio historial imperfecto en derechos humanos. Puede haber casos extremos, como el genocidio, en los que deba intervenir. Pero en otras situaciones puede ser mejor utilizar zanahorias. Por ejemplo, podría vincular la promesa de armas, inversiones, comercio y ayuda para la transición verde a los avances en derechos humanos.

Un enfoque matizado consistiría en explicar a otros Gobiernos que Washington podrá ofrecer más zanahorias si muestran un mayor respeto por los derechos humanos. Esto se debe en parte a que muchos estadounidenses quieren que su país sea un buen ciudadano global. También porque la historia demuestra que las asociaciones con países que comparten los valores de EE UU tienen más probabilidades de durar.

India y Canadá

India puede pagar un precio por verse atrapada en el ojo de una tormenta geopolítica, pero puede que sea pequeño. Nueva Delhi ha tachado de “absurda” la acusación de Canadá sobre su implicación en el asesinato en junio en la Columbia Británica de un líder separatista sij al que India había calificado de “terrorista”. Ambos países han expulsado a algunos funcionarios y han congelado el diálogo en torno a un acuerdo comercial. Aunque las consecuencias se contengan, son un incómodo recordatorio de lo difícil que resulta desvincularse de China.

Los daños económicos y financieros inmediatos parecen limitados. Un acuerdo comercial con India, ahora estancado, podría haber ayudado a Ottawa a alejarse de China un poco más rápido. Pero India representó apenas 6.500 millones de dólares, o menos del 1%, del comercio de Canadá con el mundo en 2020. La disputa también puede incitar a los políticos del país norteamericano a adoptar una postura menos favorable a cualquier oferta liderada desde India por JSW Steel, de Sajjan Jindal, por el negocio de carbón de coque de 8.000 millones de Teck Resources, con sede en Vancouver. Este grande y raro acercamiento transfronterizo potencial revela el ansia de la quinta economía, India, por diversificar sus suministros de esa crítica materia prima lejos de Australia.

En todo caso, el enfrentamiento repercutirá más allá. EE UU dice estar “profundamente preocupado” por las acusaciones. El impacto puede ser breve, como sucedió con Arabia Saudí tras el asesinato en 2018 del periodista saudí Jamal Khashoggi en el consulado del reino en Estambul. La inteligencia de EE UU cree que fue ordenado por Bin Salmán, que lo niega.

India, al igual que China, está adoptando una postura cada vez más firme en cuestiones de seguridad nacional y es poco probable que suavice su posición en breve, y menos aún antes de las elecciones de principios del próximo año, en las que se espera que Modi se asegure un tercer mandato. Las graves acusaciones, independientemente de su fundamento, tendrán un coste de oportunidad: el stock de inversión extranjera directa en India es bajo y, en términos netos, ascendió a unos 28.000 millones en el ejercicio terminado en marzo, un 27% menos que el anterior. Pero aunque la lucha con Canadá dará a las empresas mundiales, desde Apple a Tesla, una razón más para buscar otros lugares donde construir cadenas de suministro alternativas fuera de China, no encontrarán muchos que puedan competir en costes y ofrecer a la vez un vasto mercado de consumo. Alejarse de China no hace más que complicarse.

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