Cónclave de halcones y palomas: habemus tipos altos para largo
Quizá sea mejor un periodo de recesión para curar las heridas que arriesgarse a sufrir una inflación crónica durante años
La inflación no tiene fronteras y se sigue resistiendo al endurecimiento de las políticas monetarias a ambos lados del Océano Atlántico, en especial, la subyacente. El último dato publicado en EE UU muestra un repunte de 0,5 puntos porcentuales (pp) en agosto hasta situar el IPC en el 3,7%, aunque la tasa subyacente, que es la más preocupante, parece que retrocede, aun en el 4,3%. Estos datos evidencian un alza en los precios de la gasolina, al igual que en los alimentos y otras partidas de la cesta de consumo, en este caso, más moderado.
En la zona euro, la inflación se sitúa en el 5,3% en términos generales y en el 5,5% para el caso de la subyacente. Una inflación que afecta de forma muy desigual a los países con rangos que van desde el 1,7% de Bélgica hasta el 10,3% de Eslovaquia, pasando por el 6,5% de Alemania. Una disparidad que viene ocurriendo desde el inicio de la crisis de los precios en el año 2021 y que muestra el diferente panorama de cada país y, con ello, la dificultad del BCE para encontrar la fórmula magistral y única para desplegar una política monetaria común a países con diferentes consecuencias. No hace falta decir que el principal objetivo de la autoridad monetaria, que es mantener la inflación en torno al 2%, no se espera, al menos, hasta el año 2025, según ha publicado el propio BCE, el cual reconoce que la gran mayoría de los países de la UE-27 tendrán una inflación superior al 3% durante el próximo año.
Europa sigue perdiendo fuelle, con una previsión de crecimiento del 0,7% este año, pero con países, como Alemania, el motor de la eurozona, que muestran claros signos de recesión y con unos indicadores adelantados que no auguran un horizonte halagüeño. Otros países están entre la frontera del estancamiento y la recesión, si bien toda Europa se encuentra en un proceso de desaceleración evidente con unas perspectivas macroeconómicas que diagnostican la evidente mala salud de la zona euro. Y lo que más se teme es que aparezca el fantasma de la estanflación, que nos llevaría a situaciones indeseadas e impredecibles.
El BCE se ha enfrentado a un complejo dilema en esta última reunión, por un lado, subir los tipos para frenar la inflación, que sigue desbocada con el efecto negativo que conlleva para el crecimiento económico de los principales países, los cuales realmente son los pilares de la eurozona, o bien pausar las subidas a la espera de ver la evolución de la inflación con el riesgo de que siga enquistándose y alejándose de los objetivos, incluso más allá de 2025. Por otra parte, la política monetaria debe velar por el euro, y eso obliga a que las decisiones de Lagarde estén fuertemente ligadas a las de la Reserva Federal para evitar ingentes movimientos de capitales e inversiones hacia Norteamérica, lo que tendría un efecto negativo en el tipo de cambio euro-dólar.
Un euro débil impacta en las importaciones europeas, que se pagan con dólares, porque impulsaría al alza los niveles de precios, que en algunos casos ya suben por la propia dinámica de los mercados internacionales. Un ejemplo es el petróleo, que está subiendo y que puede hacer que la inflación general vuelva a dispararse en los próximos meses. Y las exportaciones no ayudan, porque están cayendo.
Pero una nueva subida de tipos en un momento de gran debilidad de la demanda interna, provocada por la incertidumbre, las restricciones crediticias y la inflación, podría poner en riesgo el crecimiento actual y futuro, además de comprometer los niveles de empleo. Y es que los responsables de política monetaria del BCE deben mirar de reojo a la Fed y la buena situación de la economía norteamericana en términos de crecimiento y desempleo, con una gran fortaleza de la demanda interna y previsiones alcistas a pesar de las subidas de tipos, no como en Europa.
Pero es evidente, y lo reconoce el propio BCE, que aunque los precios se estén moderando van a seguir demasiado elevados durante demasiado tiempo, al estimarse que este año la inflación alcanzará un valor medio del 5,6%, a una gran distancia del objetivo del 2%, y con una subyacente que se resiste a bajar. Esto ha dado alas a los halcones para forzar la subida de 25 puntos básicos en los tipos hasta situarlos en el 4,5%, si bien parece que podría ser la última subida del año, aunque no es descartable nuevas subidas si la inflación mantiene una senda alcista o la Fed acomete nuevas subidas, aparte de la que se espera pronto. De igual forma, se mantiene el programa PEPP hasta finales de 2024 para que el impacto sobre los países más endeudados sea más suave.
Blanco y en botella, el BCE ya no esconde la realidad de una inflación que no da su brazo a torcer y que nos va a acompañar durante varios trimestres. Ya no recuerdan aquellos días en los que Lagarde y muchos de sus políticos mariachi de Europa tocaban la canción cuya letra decía que la inflación era coyuntural y flor de un día, no había nada por lo que preocuparse. Puede que las previsiones sean peores de como nos las pintan ahora, que nadie piense que ya se ha alcanzado el tipo máximo, pues queda mucho partido por jugar.
Algunas enfermedades, no tratadas a tiempo, se extienden por el cuerpo y dificultan su cura. La inflación es una enfermedad que crece lentamente y que, de no tratarse con contundencia en las fases iniciales, se cronifica y genera un proceso metastásico en la economía. Quizás sea mejor un periodo de recesión para curar las heridas a mantener tipos y sufrir un proceso inflacionario persistente que nos empobrecerá durante años.
Juan Carlos Higueras es Doctor en Economía. Profesor de EAE Business School
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