Los bancos centrales tendrán que rendir cuentas
Nadie debería estar exento de la disciplina y la responsabilidad que imponen los balances
El tamaño de los balances de los bancos centrales se ha disparado desde 2008. Después de que los tipos empezaran a subir el año pasado, varios han registrado pérdidas. No es un problema, nos dicen, ya que los bancos centrales no están sujetos a las normas contables ordinarias. Pero investigaciones recientes revelan que es más probable que haya crisis financieras tras periodos en los que sus balances se hayan ampliado enormemente. Además, las pérdidas erosionan tanto la credibilidad como la independencia de las autoridades monetarias, dificultándoles cumplir su mandato de lucha contra la inflación.
En los últimos años, el banco central típico ha combinado el crecimiento de los activos y los desajustes entre activos y pasivos de Silicon Valley Bank con el apalancamiento de Lehman Brothers y la opacidad de los balances de Enron. La expansión no tiene precedentes. Según un nuevo estudio de Niall Ferguson y sus colegas, publicado por la Hoover Institution de la Universidad Stanford, los activos de los bancos centrales en relación con el PIB están en múltiplos de su media histórica y casi el doble del anterior máximo, alcanzado durante la Segunda Guerra Mundial. Los activos de la Fed ascienden a 8,5 billones de dólares, cuando apenas cuenta con 42.000 millones de capital. En 2022, registró sus primeras pérdidas desde 1915. Otros bancos centrales, desde Australia hasta Suecia, están en números rojos.
Las cuentas de estos organismos dan para quebraderos de cabeza. Algunos usan la contabilidad por el valor razonable, y los cambios en el valor de mercado de sus valores se registran en la cuenta de pérdidas y ganancias. Otros no valoran sus activos a precios de mercado, ni siquiera en el caso de los títulos que no tienen intención de conservar indefinidamente. El Banco de Inglaterra usa las normas convencionales de información financiera, pero mantiene los valores que adquirió a través de la flexibilización cuantitativa en una entidad con fines especiales, el Fondo de Facilidad de Compra de Activos. Los beneficios de los bancos centrales suelen asignarse al Gobierno –la Fed ha entregado más de un billón al Tesoro desde 2000–, pero las pérdidas se retienen en el balance. De hecho, la Fed registra sus pérdidas como “activos diferidos”, lo que significa que por mucho que pierda no puede caer en patrimonio negativo.
Los bancos centrales no son como los bancos ordinarios, nos dicen. No existen para obtener beneficios o evitar pérdidas, sino para dirigir la política monetaria. Sus beneficios son irrelevantes. La solvencia en el sentido convencional no se les aplica. Como no tienen depositantes, nunca pueden sufrir una retirada masiva de ahorros. Como crean sus propios pasivos –en forma de dinero– nunca pueden quedarse sin financiación. Varios, entre ellos los de Israel y México, han operado con éxito en el pasado reciente pese a tener fondos propios negativos.
Otra cosa es si es una buena práctica que habiten este mundo de Alicia en el País de las Maravillas. En The Reckoning: Financial Accountability and the Rise and Fall of Nations (El ajuste de cuentas: La responsabilidad financiera y el auge y la caída de las naciones), el historiador de la economía Jacob Soll sugiere que el auge y la caída de las naciones y los imperios se refleja en sus cambiantes actitudes hacia la contabilidad. Una mala contabilidad, dice, conduce al “caos financiero, crisis económicas, disturbios civiles y cosas peores”. La familia Médici de la Florencia renacentista prosperó mientras los libros de su banco se mantuvieron en orden, y su poder se derrumbó cuando descuidaron las cuentas y asumieron riesgos indebidos. Del mismo modo, que la Casa de Borbón francesa no llevara una contabilidad adecuada contribuyó a su derrocamiento último, afirma Soll.
La contabilidad no es solo una característica esencial del capitalismo. También garantizaba que los Gobiernos rindieran cuentas ya en la República Holandesa del XVII. Según Adam Smith, el Banco de Ámsterdam –el primer banco central, fundado en 1609– funcionaba sin problemas porque sus libros estaban equilibrados. El hecho de que hasta el siglo XX los bancos centrales estuvieran obligados a canjear sus billetes en oro les obligaba a llevar una contabilidad ordenada. Como escribe Anne Murphy en Virtuous Bankers: A Day in the Life of the Eighteenth-Century Bank of England (Banqueros virtuosos: un día en la vida del Banco de Inglaterra del siglo XVIII), el saldo cero producido por la contabilidad de doble entrada, o partida doble, transmitía una especie de virtud. Hay algo intrínsecamente preocupante en la actitud displicente de los bancos centrales modernos hacia la contabilidad.
Ferguson y sus colegas examinaron 14 balances de bancos centrales a lo largo de 400 años. En siglos anteriores, las grandes expansiones de sus balances solían estar vinculadas a la financiación de guerras. En los tiempos modernos, han tendido a desplegar la red de seguridad en momentos de dificultades financieras. Los autores concluyen que la provisión de liquidez por parte de los bancos centrales paloma ha servido generalmente para estabilizar la producción, impulsar los precios de los activos y evitar la deflación. Es lo que ocurrió tras la crisis de 2008, cuando los bancos centrales hicieron todo lo posible para evitar una depresión.
Por otro lado, los halcones suelen ser lentos a la hora de ampliar sus balances en las crisis. Les preocupa el riesgo moral, las burbujas y la asunción excesiva de riesgos. Mientras que las palomas se obsesionan con la deflación, a los halcones les preocupa la inflación. A corto plazo, las compras de activos por parte de los bancos centrales ayudan a apuntalar el sistema. Pero la historia da la razón a los halcones: “El tiempo que transcurre hasta la siguiente crisis financiera sistémica es significativamente más corto tras las grandes expansiones de los balances”, concluyen Ferguson y sus coautores.
En la era pos-Lehman, las palomas dominaron el gallinero. Pero, en el último año, el alza de los tipos ha agitado los mercados. Una vez más, los bancos centrales están desplegando sus redes de seguridad. Al tiempo, sus sobredimensionados balances dificultan el control de la inflación. Dado que los bancos centrales pagan ahora intereses por sus reservas –en realidad, una forma de deuda pública a corto plazo–, cada alza de tipos eleva inmediatamente los costes de la deuda pública. Cuando los bancos centrales vendan valores para absorber el exceso de liquidez, sufrirán pérdidas. Los bancos centrales con balances débiles son bastiones menos creíbles de una moneda fiduciaria.
El exgobernador del Banco de Francia Jacques de Larosière compara las recientes actuaciones de los banqueros centrales con el aprendiz de brujo de Goethe, cuya ingenua invocación de poderes mágicos acaba en desastre. Lamenta que “los bancos centrales hayan debilitado sus propios balances, así como su reputación e independencia”. De Larosière anticipa un brote de estanflación. Si hay algo que aprender es que los balances son importantes. Nadie debería estar exento de la disciplina y la responsabilidad que imponen: ni los emperadores ni los reyes, y mucho menos los banqueros centrales.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
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