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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

JP Morgan suspende el test de estrés de Jeffrey Epstein

Que Dimon no recuerde la relación del traficante sexual con el banco indica problemas generales de buen gobierno

Jamie Dimon, CEO y presidente de JP Morgan, en su despacho de Nueva York.
Jamie Dimon, CEO y presidente de JP Morgan, en su despacho de Nueva York.Lucas Jackson (REUTERS)

Algunos automovilistas jóvenes tienen un encontronazo con la policía por algo tan simple como un giro ilegal a la izquierda, y es suficiente para inspirar una conducción más concienzuda durante décadas. Para el jefe del mayor banco de EE UU, los recuerdos de las fuerzas del orden son más borrosos y menos impactantes. Al menos, esa es la impresión que dejan las respuestas de Jamie Dimon a un reciente interrogatorio en relación con Jeffrey Epstein, el difunto traficante sexualw que fue cliente de JP Morgan durante 15 años.

¿Una multa de 230 millones de dólares por comportamiento anticompetitivo en 2011? “No recuerdo esa en concreto, no”, respondió Dimon en una declaración el mes pasado. ¿Una multa de 200 millones y una admisión de irregularidades en 2013 para zanjar las acusaciones de la SEC por falsear los resultados financieros y carecer de suficientes controles internos? “No recuerdo el asunto concreto del que me habla”. ¿Un pago de 550 millones al Departamento de Justicia y a la Fed en 2015? “Le tomo la palabra”.

Incluso teniendo en cuenta que los entornos legales a menudo conducen a ataques de amnesia de los testigos, es fácil creer que JP Morgan ha pagado tantas multas cuantiosas y ha resuelto tantas demandas a lo largo de los años que su CEO perdería la cuenta de ellas. Más sorprendente es que Dimon diga que apenas sabía quién era Epstein –un hombre que llegaba años merodeando por Wall Street, poseía el adosado más grande de Manhattan y fue condenado a 18 meses de cárcel en 2008 por solicitar la prostitución de una menor– hasta que fue detenido 11 años después por tráfico sexual. En conjunto, el caso es una señal de que el banco es simplemente demasiado grande para que lo gestione una sola persona.

Partamos de la base de que Dimon es uno de los mejores líderes empresariales del país. Su autoproclamado papel de estadista se deriva de supervisar con éxito la mayor institución financiera del mundo occidental, que atiende a clientes en más de 100 países con casi 300.000 empleados y un balance que se acerca a los 4 billones, más activos que los que tenían los cinco mayores bancos de EE UU juntos hace 20 años. Bajo la dirección de Dimon durante 17 años, JP Morgan se ha reforzado financieramente para hacer frente a catástrofes imprevistas y ha logrado la hazaña poco común de ganar sistemáticamente más que su coste teórico de capital. En 2022 generó un retorno del 18% sobre el capital ordinario tangible.

En una operación de tal envergadura, por muy bien gestionada que esté, no faltarán los pícaros y los errores inadvertidos. El día tiene un límite de tiempo, y el entorno de un CEO está obligado a pasar por alto detalles cruciales cuando informa al líder. Los controles internos y las convenciones de gestión de riesgos de los bancos deben actualizarse y mejorarse constantemente para estar al día de la multitud de normas que existen en el mundo y evitar desastres financieros. La situación de Epstein deja claro lo imposible que es mantenerse al día.

Dimon estaba demasiado ocupado, por ejemplo, para darse cuenta de la cobertura mediática desde que Epstein fue acusado originalmente en 2006 hasta que se declaró culpable en 2008, y de las noticias posteriores sobre nuevas investigaciones. Nadie con quien Dimon se cruzara en una reunión social parece haber cotilleado con él sobre el caso, ni ningún miembro del consejo de JP Morgan se molestó en preguntar si Epstein era un cliente que pudiera suponer un riesgo para su reputación.

Peor aún, algunos de los principales lugartenientes de Dimon tenían inquietudes y debatían acaloradamente la situación, pero nunca elevaron el asunto a su jefe. Según los documentos judiciales, Stephen Cutler, consejero general de JP Morgan en ese momento, envió un email a sus colegas en 2011 para decir que Epstein no era “una persona honorable de ninguna manera” y no debería ser cliente. Jes Staley, que supervisó la gestión de activos y luego el banco de inversión hasta que dejó la empresa en 2013, y Mary Erdoes, que dirige la gestión de activos y patrimonios, tenían una opinión diferente, y es la que prevaleció. Pero, de alguna manera, Dimon permaneció ajeno a este desacuerdo entre tres de sus más altos adjuntos, en un asunto que ahora ha manchado la reputación del banco. JP Morgan ha demandado a Staley por tergiversar lo que sabía sobre Epstein; aquel ha dicho que no estaba al tanto del comportamiento ilícito de este, y ha calificado las acusaciones de “calumniosas”.

Imaginemos que Epstein hubiera sido cliente de un banco mucho más pequeño. La avaricia podría haber hecho que la relación con el cliente continuara, incluso después de su declaración de culpabilidad. Pero resulta poco creíble pensar que el CEO de un banco de este tipo no hubiera sabido o no hubiera sido informado por su personal de las numerosas señales de alarma y artículos de prensa desfavorables que generaron las actividades de Epstein.

Por su parte, JP Morgan ha hecho mucho examen de conciencia por otros caros escándalos, como la pérdida de 6.000 millones por las operaciones de la ballena de Londres, su relación con el estafador Bernard Madoff y la contratación de principitos chinos con buenos contactos. Ninguno de estos percances, ni el de Epstein, supusieron por sí solos una amenaza existencial para el banco o el sistema financiero, pero en respuesta a las órdenes de los reguladores de poner orden en la prevención del blanqueo, JP Morgan reforzó su tecnología, sus normas operativas y su gobernanza. Cabe suponer que el banco es hoy mejor que cuando Epstein utilizaba sus cuentas para financiar sus actividades depravadas y delictivas. Dimon también ha dicho que habrá mejoras adicionales derivadas del episodio.

Queda un problema: un CEO cuyo poder de percepción es finito, pero cuyo banco es calificado por los reguladores internacionales como el más complejo e interconectado del planeta. Independientemente de cómo puedan ayudar la IA u otras tecnologías y controles, el gran número de clientes, cuentas, depósitos, empleados, transacciones y riesgos de JP Morgan seguirá dificultando la mejora de la visibilidad.

Una solución, en teoría, podría ser dividir la entidad, obligándola a vender divisiones. Pero hay una solución mucho más sencilla que podría ayudar: separar las funciones de presidente y CEO, ambas ocupadas por Dimon. Citigroup y Wells Fargo ya han dividido esos puestos; Morgan Stanley planea hacerlo. Ello añadiría un nivel de responsabilidad y duplicaría el número de altos cargos que supervisan y analizan activamente algunos de los mayores riesgos potenciales del banco.

Dimon se ha resistido a la división de su propio puesto. Alrededor del 38% de los accionistas votaron a favor de nombrar un presidente independiente este año. Tal vez el riesgo para la reputación inducido por Epstein, valorado en el contexto de todo lo demás, conduzca a un mayor apoyo a la idea.

Mientras, JP Morgan acordó la semana pasada pagar 290 millones a las víctimas de Epstein y afronta otra demanda de Islas Vírgenes, que acusa al banco de permitir los abusos de Epstein a menores. Es posible que, dentro de unos años, estos costes de facto de hacer negocios se hayan desvanecido de la memoria de Dimon, al igual que algunas de las multas anteriores. Pero una mejora de la gobernanza le acompañaría durante años.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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