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A fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Se está españolizando la economía alemana o germanizando la española?

Las dos economías sufren del mismo mal: una fuerte caída de la productividad. Sin ella, no puede haber prosperidad sostenida

El canciller de Alemania, Olaf Scholz, junto al presidente de España, Pedro Sánchez.
El canciller de Alemania, Olaf Scholz, junto al presidente de España, Pedro Sánchez. Getty Images

El diagnóstico debería ser que ninguna de las dos cosas, pero hay datos recientes que no dan una imagen muy favorable ni de la economía española ni de la alemana, lo que hace pensar en que puedan terminar pareciéndose, atrapadas en la incapacidad, por ahora, de mejorar sus respectivos sistemas productivos, tan diferentes, por otra parte.

Las dos economías adolecen del mismo mal: una fuerte caída de la productividad aparente. Respecto a medio año antes de iniciarse la pandemia, la productividad en ambos casos ha bajado un 2,7%.

El diagnóstico es parecido: en Alemania y en España apenas se ha recuperado el PIB anterior a la pandemia, pero, eso sí, en los dos casos el empleo ha subido medio millón de personas y más. De ahí que, con un PIB estancado y un aumento del empleo, el cociente entre ambos haya disminuido, y que los datos de variación de la productividad sean tan malos, allí y aquí.

¿Cómo ha podido ser esto? Por una razón muy sencilla: porque el desempleo durante el Covid-19 en ningún momento se fue a niveles estratosféricos. Y es que, con una caída del PIB tan fuerte como la experimentada en España en 2020, lo normal habría sido que el paro se hubiera ido rápidamente a los niveles de las recesiones anteriores, al 22% de 1986; o al 25% de 1994, o al 27% de 2013. Sin embargo, en esta ocasión pandémica no pasó del 17%. Y en Alemania del 6,3%.

Ese arte mágico lo consiguieron en España los ERTE y los avales del ICO. Es decir, el empleo subsidiado con gasto público, por un lado, y, por otro, comprometiendo al sector público con el riesgo de crédito del sector privado. Las cifras cantan por sí solas (de creer los datos del FMI): el gasto público extra por la pandemia fue en nuestro país de 107.000 millones de euros, mientras que los avales del Estado, junto con las operaciones cuasi fiscales, ascendieron a 184.000 millones de apoyo a la liquidez, lo que, de conjunto, equivale a un 22,8% del PIB español.

En Alemania, las ayudas públicas para combatir los efectos económicos de la pandemia fueron de 589.000 millones de euros (gasto público puro); además, 1,06 billones de apoyo a la liquidez, de los que 946.000 millones fueron avales del Estado y 114.000 millones más de tomas de participación en empresas (recuérdese, por ejemplo, que el Gobierno alemán rescató a la aerolínea Lufthansa). El conjunto de ayudas hace un total equivalente al 43,1% del PIB alemán.

Con estos antecedentes, ¿alguien se asombra, todavía, de que la inflación en Alemania esté teniendo un peor comportamiento que en España? Además, ¿es que se puede tener casi pleno empleo a pesar de que allí acumulen ya seis meses de recesión sin explicarlo porque el empleo está muy subsidiado?

La Alemania de hoy ya no es lo que era (o eso parece, visto desde lejos) pues allí el IPC general acumulado ha subido un 16,95% mientras que en España lo ha hecho algo menos, el 15,81%. Todo ello contado a partir de mediados del año 2020, que es cuando se empezaron a acelerar los precios en España.

Los alimentos allí también han subido de precio más: 32,25% frente al 26,23% de España. Pero ¡cuidado!, no hay que ponerse muy ufanos, la inflación subyacente acumulada desde mediados de 2020 es en Alemania (10,29%) inferior a la de España (12,53%).

Que la Alemania de ayer no es ya comparable a la de hoy lo pone de relieve una cita de los tiempos de la Guerra de los 30 años (aunque sea mucho más popular recurrir a la República de Weimar y su inflación descontrolada). En 1633, Pavel Stránský, reflejaba en su libro República de Bohemia el pavor que les daba a los centroeuropeos la subida de los precios: “Ni la peste, ni la guerra, ni las incursiones hostiles desde el exterior, ni el pillaje, ni el fuego podían hacer tanto daño a la buena gente como los cambios frecuentes en el valor de la moneda”. En Alemania se popularizaron canciones que recordaban la inestabilidad de los precios, y en Sajonia hubo numerosos disturbios por ello. A esa época la llamaron la era del vaivén …

Alemania tampoco es ya la que era en cuanto al empleo: su pleno empleo es ahora una tasa de desempleo del 5% (hoy está en 5,7%). En sus buenos tiempos de 1970, el pleno empleo era una tasa de desempleo de 0,4%.

En fin, el caso es que ni Alemania ni España brillan ahora por sus datos de productividad. Y sin mejora de productividad no hay progreso económico sostenido, ni incrementos salariales que no provoquen subidas de precios. Habrá a quien le parezca que, si a cambio hay pleno empleo, no pasa nada. Pero que la productividad es la piedra de toque no ofrece duda a nadie que se haya parado a estudiar las magnitudes económicas. Y no hay que pensar en horribles dicterios neoliberales para ello. Lenin lo tenía claro cuando dijo que el comunismo eran los soviets más la electrificación. Y esta la quería, como los tractores, para aumentar la productividad. León Trotsky no le fue a la zaga: advirtió de que la URSS no podría plantar cara a EEUU hasta que no igualara su nivel de productividad. Alemania y España deberían tenerlo presente.

Juan Ignacio Crespo es estadístico del Estado y analista financiero

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