Una inteligencia contradictoria en el cerebro de ChatGPT
Sam Altman, CEO de OpenAI, defiende que se regule la IA, al tiempo que avisa del riesgo de una normativa demasiado exigente
Es un hombre de contradicciones. Ha pasado de defender una inteligencia artificial sin ánimo de lucro a dirigir la empresa que más negocio podría hacer con ella; defiende que se regule su actividad, pero a la vez ha amenazado con retirarse de la UE si las normas son demasiado exigentes (aunque luego ha recogido cable). En 2016 reconocía su temor a que este tipo de software ataque a los humanos. Samuel Sam Harris Altman (Chicago, EE UU, 1985) es el CEO de OpenAI, la creadora de ChatGPT (texto) o Dall-E (imágenes), algunas de las más prometedoras IA.
Altman ha estado en Europa esta semana: se entrevistó con Pedro Sánchez, entre otros, y advirtió a Bruselas de que no legisle la IA con mucha dureza. El viernes, empero, aseguró que no tiene planes de marcharse. La semana anterior pedía ante el Congreso de EE UU un marco legal que evite sus riesgos.
Nacido en una familia judía y crecido en San Luis (Misuri), su madre es dermatóloga, y cuenta de él en The New Yorker que es cibercondriaco, es decir, que googlea enfermedades cuando le duele la cabeza. “Tengo que tranquilizarle y decirle que no es un linfoma o meningitis, sino solo estrés.”
Tuvo su primer ordenador a los ocho años, un Macintosh, y aprendió a programar. Empezó Informática en la Universidad Stanford (California), pero la dejó a medias junto a dos compañeros, con los que cofundó Loopt, una aplicación para que los usuarios compartieran su ubicación con otros. Fue, junto con el portal de foros Reddit, una de las primeras ocho startups de la famosa aceleradora Y Combinator. Llegó a valer 175 millones de dólares, pero no consiguió ganar tracción de usuarios, así que en 2012 Altman y sus socios la vendieron por 43,4 millones a la entidad financiera Green Dot Corporation.
Después fundó el fondo de capital riesgo Hydrazine Capital, que captó 21 millones de inversores como Peter Thiel, cofundador de PayPal. Invirtió el 75% en compañías de Y Combinator, de la que fue nombrado director en 2014. En ella apostó por startups de una de sus grandes pasiones, la energía nuclear, tanto de fisión como de fusión. La valoración total de las firmas de la lanzadera, entre ellas Airbnb y Dropbox, alcanzaba por entonces los 65.000 millones.
En 2019, el grupo anunció la transición de Altman a un papel menos ejecutivo: presidente del consejo, para que se centrara en OpenAI, creada cuatro años antes. En 2020 dejó la aceleradora para dirigir a tiempo completo la empresa de IA, nacida como una organización sin ánimo de lucro, para evitar precisamente que esta tecnología acabara con la humanidad, pero que en 2019 había virado a un modelo con fines de lucro limitado. Altman reconoció entonces que no tenía “ni idea” de cómo conseguir beneficios.
Inicialmente la financiaron, entre otros, el propio Altman, Thiel, Elon Musk, Reid Hoffman (cofundador de LinkedIn), Microsoft, Amazon Web Services e YC Research, fondo de Y Combinator. La idea era competir con Google y su DeepMind. Musk dejó luego la empresa tras impedírsele tomar el control. Microsoft se ha convertido de largo en su mayor mecenas, tras invertir a principios de este año 10.000 millones de dólares. Con el tiempo, OpenAI se ha ido centrando más en los modelos de lenguaje.
Altman decía en 2016 que es preparacionista (prepper), es decir, que está listo para catástrofes como “un virus sintético letal, una guerra nuclear, o que la IA ataque a los humanos. Tengo armas, oro, yoduro de potasio, antibióticos, baterías, agua, máscaras de gas del Ejército israelí y un gran trozo de tierra en Big Sur [una región muy poco poblada de California] al que puedo volar.”
Vive en San Francisco y tiene una casa de fin de semana en Napa, a 59 kilómetros. Posee cinco coches de carreras, entre ellos dos McLaren y un viejo Tesla, y le gusta alquilar aviones y pilotarlos. Es vegetariano desde niño. Salió con Nick Sivo, cofundador de Loopt, durante nueve años; rompieron poco después de vender la firma. Ahora su pareja es Oliver Mulherin, un ingeniero de software australiano.
Invierte en firmas de energía nuclear, y preside el consejo de Helion y Oklo, ambas dedicadas a la fusión. También financia empresas como Airbnb, Reddit, Pinterest o Soylent (de sustitutos alimenticios, llamada así por la película distópica Soylent Green, Cuando el destino nos alcance). En la pandemia apoyó a la startup de ensayos clínicos TrialSpark. Durante la fuga de depositantes de Silicon Valley Bank, en marzo pasado, proporcionó capital a varias empresas emergentes en apuros.
En política, vota demócrata. En 2016 hizo campaña contra Donald Trump. En 2018 presentó un proyecto para mejorar la vivienda y la sanidad, e incluso se rumoreó que se presentaría a gobernador de California. Más tarde, recogió fondos para el candidato a las primarias demócratas Andrew Yang, y acabó donando 250.000 dólares a la campaña del ganador, Joe Biden.
Hace tres años cofundó Worldcoin, que pretendía regalar dinero digital a todas las personas de la Tierra, usando el reconocimiento del iris para que nadie reclamara su parte más de una vez. El proyecto se paró el año pasado por la inquietud de los reguladores en torno a la privacidad. Ese es uno de los caballos de batalla de OpenAI, y Altman tendrá que seguir cabalgando sus contradicciones.
Cosa de familia
Su hermano Jack Altman es cofundador y CEO de Lattice, una plataforma de recursos humanos. Jack y otro Altman, Max, lanzaron en 2020 el fondo Apollo, para apoyar empresas arriesgadas en lo financiero, pero con mucho potencial disruptivo.
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