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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los interrogantes sobre el futuro del hidrógeno verde

El desarrollo de esta industria parece exigir un compromiso institucional más fuerte, pero también una mayor dosis de realismo

CINCO DÍAS
Camión de hidrógeno verde en Lucerna (Suiza).
Camión de hidrógeno verde en Lucerna (Suiza).reuters

El fuerte interés que está despertando en Europa la producción de hidrógeno verde como alternativa a los combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón) corre el riesgo de generar una burbuja de expectativas que acabe topándose con un muro de terca realidad. A comienzos de 2023, el total de proyectos de hidrógeno anunciados en Europa alcanzó los 107.000 millones de euros, pero la gran mayoría de estas iniciativas está todavía en pañales. Solo un 5% avanza de forma efectiva, lo que significa que hay unos 100.000 millones de euros todavía en el aire. La situación preocupa, lógicamente, a un sector de la energía que ha apostado con entusiasmo por convertir el hidrógeno verde en uno de los motores del ambicioso plan de descarbonización que Europa se ha marcado para 2050. España, que es el país que acogerá el mayor proyecto de hidrógeno verde de toda Europa, con una inversión de 3.000 millones, pretende posicionarse como uno de los líderes en este ámbito. Tanto el Gobierno como el sector privado insisten en la ventaja competitiva que tendría el hidrógeno limpio español, gracias al bajo precio de la producción de energía renovable en nuestro país.

Frente a las ambiciosas previsiones y cálculos sobre el potencial y las posibilidades de esta apuesta, el desarrollo de la industria del hidrógeno limpio presenta a día de hoy un buen número de interrogantes, el primero de los cuales tiene que ver con su precio. El hidrógeno no es una fuente de energía primaria, lo que implica que para producir hidrógeno verde no basta con construir electrolizadoras, sino que hay que producir primero electricidad renovable. Esa necesidad supone un handicap fundamental a la hora de planificar el papel que este elemento puede desempeñar en la descarbonización de Europa, dado que la factura de producir hidrógeno verde será siempre más elevada que la producción de energía eléctrica renovable. Cada vez son más las voces que advierten del riesgo de que la demanda real de hidrógeno limpio no satisfaga finalmente las expectativas actuales y de que su papel en la economía descarbonizada acabe siendo más complementario que central.

La industria se queja, y con razón, de que Europa todavía no se han puesto de acuerdo sobre qué fuentes de energía deben autorizarse para la producción de este hidrógeno, y del rol que desempeñará la energía nuclear en esa decisión, como también alertan sobre la barrera que supone para atraer inversión el limitado montante de las ayudas públicas comunitarias. Son demasiados interrogantes para una industria todavía embrionaria, cuyo desarrollo parece exigir un compromiso institucional mucho más fuerte, pero también una mayor dosis de realismo.

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