EE UU no cederá fácilmente su trono económico a China
Pese a la guerra fría que libran en el sector tecnológico, la economía estadounidense representa el 25% del PIB mundial frente al 18% de la china
El pasado jueves, 20 de marzo, la secretaria del Tesoro de EE UU, Janet Yellen, dijo que proteger la seguridad nacional “será la prioridad” en la relación del país con China. Yellen, que fue presidenta de la Reserva Federal (Fed) con Barack Obama –y un año con Donald Trump–, explicó el marco de las relaciones de Washington con Pekín un día después de que la segunda economía del mundo hiciera públicos sus datos de producto interior bruto (PIB) del primer trimestre del año.
Cuando Yellen dirigía la política monetaria recibió el apodo de paloma. Ahora, que lidera la política económica, en cambio, se la considera un halcón, también en las relaciones con China, que el historiador económico de Harvard Niall Ferguson denominó Chimerica en 2009, explicando que EE UU y China debían cooperar y competir al mismo tiempo. Yellen pidió más colaboración de Pekín, dejando claro que “EE UU seguirá siendo la potencia económica mundial dominante”. EE UU no quiere impedir el desarrollo económico de China y los vínculos científicos y comerciales permanecerán. Yellen dijo científicos, y no tecnológicos, porque ambos países andan a la gresca en una segunda guerra fría tecnológica.
El periodista-intelectual Fared Zakaria matiza la expresión guerra fría, porque no quiere compararla con la primera, en la que los soviéticos y Occidente compitieron por, los primeros, imponer el comunismo en el mundo, y EE UU y Europa por preservar la libertad, la democracia y los derechos humanos. China quiere alcanzar la primacía económica mundial. Xi Jinping, recién nombrado máximo dirigente chino en 2012, fijó 2060 como el año en que China debía superar a EE UU como primera potencia mundial. En octubre de 2022, Jinping, reelegido para un tercer mandato, revisó la fecha: 2049, centenario de la fundación de la China comunista de Mao.
Hasta conseguirlo, a Pekín le queda mucho camino que recorrer. EE UU representa el 25% del PIB mundial, con 25,5 billones de dólares americanos (25 veces la economía española) mientras el de China equivale al 18%. Las diferencias son notables. La economía estadounidense supone el 58% del PIB del G7, que agrupa a los países más ricos del mundo. La renta per cápita del país en 2022, en el estado más pobre de la Unión, que es Misisipi, fue de 50.000 dólares/año, más que la francesa. Por supuesto, EE UU no renuncia al consumo, que sustenta el 70% de su PIB. Y, aunque el país tiene fama de dedicar más dinero al consumo, las armas y las tecnologías de la digitalización, lo cierto es que, con la Ley de Sanidad de Obama de marzo de 2010, el gasto social supone el 18% del PIB (frente al 14% en 1990), con foco en los seguros médicos.
Donald Trump siguió la estela de Obama en gasto social y en ayudas a las familias, no en menor medida porque le estalló la pandemia del Covid a un año de dejar de ser presidente. Y Biden lleva gastados tres billones de dólares americanos en revivir la economía: infraestructuras, chips, manufactura, etc. Los frutos son evidentes: la tasa de paro es del 3,5% (cuasi pleno empleo), la menor en 53 años. Xi Jinping dice que quiere crear 12 millones de empleos en 2023. El mismo número que generó el mercado laboral americano en 2022, con la diferencia de que EE UU tiene 332 millones de habitantes y China 1.500.
China sacó pecho de crecer el 4,5% interanual en PIB en el primer trimestre de 2023. Gracias al consumo, con las ventas retail aumentando el 10% en marzo. La inversión se mantuvo en bajos niveles, al igual que la manufactura, afectada por las sanciones de EE UU, los problemas en su cadena de suministro, tras tres años de cierre casi total debido a una política draconiana anti-Covid, y falta de componentes tecnológicos americanos. Son conocidas las sanciones de EE UU a Huawei durante las presidencias de Trump y Biden; con este último, TikTok (propiedad de la firma china Byte Dance) podría ser prohibida en EE UU. La guerra de los chips penaliza a fabricantes chinos de semiconductores como YMTC y favorece a fabricantes de países aliados como la taiwanesa TSMC, la surcoreana Samsung y, por supuesto, las empresas estadounidenses como Intel, Nvidia, AMD y Qualcomm.
Dejando aparte las reclamaciones territoriales de Pekín sobre Taiwán, su alianza con la Rusia de Putin, las malas amistades con Irán y Corea del Norte y Siria, China vive un fuerte declive demográfico tras décadas de la política de un solo hijo. EE UU, en cambio, tiene la tasa de fertilidad más alta de Occidente y, con matices, una política de inmigración que ha conseguido dos cosas: la fuerza laboral estadounidense aumentó un 38% entre 1990 y 2022, pasando de 127 millones de trabajadores a 175. La fuerza laboral china envejece y decrece, como en Japón. El 17% de los cotizantes estadounidenses trabajando son inmigrantes, mayoritariamente hispanos. Y el trabajador es más productivo y más sólidamente formado, gracias al sistema educativo y las tecnologías de la información. EE UU tiene 11 de las 15 mejores universidades del mundo y EE UU invierte en I+D el 3,5% de su PIB, el doble que Europa. Gasta un 37% más por alumno en educación que la media de los países de la OCDE.
América tiene muchas cosas que China todavía no tiene: un mercado único fuerte, movilidad social, espíritu emprendedor, independencia energética y un sector tecnológico que no tiene que copiar a nadie para ser el más vanguardista del mundo. No cederá su trono fácilmente.
Jorge Díaz Cardiel es socio de Advice Strategic Consultants y autor de ‘El New Deal de Biden’
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